La tecnocràcia perfecta.


Parece que la crisis de la deuda europea está entrando en su tramo final. La situación actual no es sostenible mucho más tiempo. Nadie se creería a estas alturas otra más de esas cumbres “históricas” de las que sale un complejo plan de rescate que a los tres días ya se ha olvidado. Si en las próximas semanas no se toman medidas drásticas que supongan un verdadero cambio en las reglas de funcionamiento del euro, la Unión Monetaria puede venirse abajo.

Hasta ahora han fallado todas las recetas que se han puesto en marcha. El caso de España es el más interesante, pues nuestro país ha sido, en comparación con el resto de países mediterráneos, el más aplicado, lo que nos ha librado de la intervención exterior y de la imposición de un equipo de tecnócratas al frente del Gobierno. Se ha hecho lo que pedían Alemania, el Banco Central Europeo y la Comisión: ajustes presupuestarios, reformas de las pensiones y del mercado de trabajo, reforma financiera y limitación constitucional del déficit; nada de esto ha sido suficiente para impedir que la prima de riesgo de nuestra deuda pública haya continuado aumentando con respecto a la de Alemania. El PSOE asumió la necesidad de todas estas medidas y las llevó a cabo, pero la actividad económica no sólo no se ha recuperado, sino que hoy es significativamente más baja que en el primer trimestre de 2010. Tanto es así, que la caída de ingresos causada por el bajo crecimiento económico amenaza el cumplimiento de los objetivos de déficit, prioridad máxima de los dos grandes partidos, PP y PSOE.

Ante estos resultados, no es de extrañar que vaya surgiendo un cierto consenso a nivel europeo de que la solución no puede limitarse a ajustes dentro de cada Estado; es preciso ir más allá, transformando las reglas que ahora incentivan las apuestas a la baja sobre la deuda pública de los países periféricos del área euro. Si no se hace así, la crisis de la deuda terminará arrollándolo todo.

Alemania, sin embargo, se ha opuesto hasta el momento a propuestas como la emisión de eurobonos o la creación de un tesoro europeo que actúe como prestamista de última instancia. Las razones son siempre morales. O bien la moral luterana: los países mediterráneos han sido como la cigarra de la fábula y ahora se merecen las penalidades que están sufriendo; esto les pasa por no haber sido ahorradores ni previsores. O bien la moral de los economistas, el “riesgo moral”: si se ayuda a los países despilfarradores ahora, en el futuro volverán a las andadas; por lo tanto, deben reformarse y realizar ajustes que impidan un nuevo endeudamiento masivo.

Alemania sólo está dispuesta a encontrar una solución si los países del área euro se comprometen a hacer la política económica que Alemania y el BCE desean. La Unión Monetaria, en cierto modo, constitucionalizó a través del Pacto de Estabilidad y Crecimiento un modelo económico que ata las manos de los países. Pero Alemania considera que la atadura no fue suficientemente fuerte y busca ahora unas reglas más estrictas. Unas reglas que impongan la política económica del Gobierno conservador de Merkel. La austeridad no será una opción, sino una obligación.

Para que los países acaben aceptando un acuerdo de esta naturaleza, Alemania está siguiendo la estrategia perversa de dejar que la situación se pudra. Merkel saldrá al rescate de Europa cuando la situación sea tan desesperada que los países del área euro no tengan otra opción que aceptar como contrapartida la política económica que preconiza el BCE: austeridad, austeridad, austeridad. Como ha sucedido en otras ocasiones en la UE, se está cociendo una solución en las alturas sin apenas debate público. En breve, Alemania y Francia anunciarán un plan de actuación, respiraremos aliviados al atisbar una solución al problema de la deuda y nos resignaremos ante las condiciones que nos impongan.

En estas circunstancias, resulta chocante que nuestros europeístas patrios se muestren tan entusiasmados con la posibilidad de avanzar hacia un mayor nivel de integración fiscal. Es necesario cuestionar esta actitud un poco papanatas: más Europa, quizá; según y cómo. Nos escandalizamos de las soluciones tecnocráticas en Grecia e Italia, pero la más grave amenaza es que el BCE pase a dictar la política económica de los países del euro. Eso sería la forma más acabada de tecnocracia. Si es esto lo que nos espera en la Unión Monetaria, si tenemos que perder nuestra capacidad de autogobierno en materia económica y asumir una posición subordinada con respecto a Alemania, ¿para qué queremos estar en el euro exactamente?

El panorama es bastante sombrío. La inmensa mayoría de los gobiernos europeos está en manos de partidos conservadores que apenas pondrán resistencia a los designios de Alemania y el BCE. Aunque consigan resolver el problema de la deuda, lo cual es dudoso, ¿hay alguna justificación para que nos condenen a una etapa prolongada de elevado paro y bajo crecimiento?

Ignacio Sánchez-Cuenca, ¿Más Europa?, Público, 02/12/2011

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