Calidesa i fredor moral.


Voy directamente a intentar contestar todo esto. Y como siempre, parte de la respuesta a estas preguntas se puede encontrar en los códigos de funcionamiento más primitivos de nuestro cerebro. Y es que estos códigos dan significado, de modo casi inconsciente, y casi absolutamente prioritario, a las relaciones humanas que se han establecido en una convivencia con poblaciones muy pequeñas, en relaciones “cara a cara” de vínculos parentales muy estrechos. Y eso ha ocurrido durante la evolución de nuestros cerebros (2 a 4 millones de años) y se ha grabado, casi como el lenguaje, en códigos profundos de un gran valor para la supervivencia biológica. La necesidad imperiosa de relación humana y su sentido de supervivencia nace de eso. “Yo te miro y tú me ayudas y mañana tú me miras y te ayudo yo”.
Esos códigos lo son y se activan por cercanía y contacto directo, como es en el caso del hombre con las piernas ensangrentadas, pero no se activan en el caso de niños que mueren de hambre en otros continentes.
En este último caso los códigos cerebrales que se activan son otros, más cognitivos, más fríos y por tanto mas alejados de ese sentido profundo de inmediatez. Y es así que ignoramos las peticiones de las gentes más pobres del mundo que viven en países alejados no porque ello no tenga implícitamente una connotación moral, sino porque dada la forma en que están construidos nuestros cerebros la gente necesitada que es cercana y personal enciende nuestras teclas emocionales, cosa que no ocurre con las gentes necesitadas que no conocemos. A lo largo del proceso evolutivo hemos adquirido códigos y mecanismos para montar, sobre una primera impronta emocional, los razonamientos y juicios morales rápidos y con ellos una respuesta social inmediata. Como corolario se deduce que durante ese mismo proceso evolutivo, el desconocimiento de la existencia de otros seres humanos, lejanos y distantes a nuestro entorno, no ha sido, lógicamente, una presión selectiva para la grabación de códigos de supervivencia en nuestro cerebro.
Francisco Mora, Moralidad de cerca, inmoralidad de lejos, El Cultural, El Mundo, 3/11/2006

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