Dos discursos sobre el nihilisme.
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Un viejo fantasma vuelve a recorrer Occidente: el fantasma del nihilismo. O quizá de hecho son dos, puesto que las fuerzas antagónicas que quieren cazarlo no coinciden en su identificación y se disparan mutuamente. Para los unos, el trumpismo es un nihilismo. Para los otros, el nihilismo es el estadio final de una modernidad decadente que el trumpismo podría permitir dejar atrás. Pero que unos y otros no hablen del todo de lo mismo cuando se refieren al espectro resulta al fin y al cabo irrelevante porque lo que cuenta no es tanto el significado preciso de los términos como las connotaciones negativas que llevan incrustadas.
En sentido técnico, el concepto nihilismo significa los estados de ánimo, actitudes y propósitos asociables a la idea que nada tiene sentido y al sentimiento de que todas las cosas que históricamente habían sido consideradas como valores no son, en realidad, valiosas. Quienes ven en el trumpismo una posible puerta de salida de la decadencia caracterizan el nihilismo como el punto final de un proceso de autodestrucción de la civilización occidental provocado por la acción conjunta en la modernidad de las lógicas desvalorizadoras de la ilustración y el liberalismo que habría configurado el mundo absurdo, desacralizado y woke actual. Los que describen el trumpismo como un nihilismo repiten, en cambio, que el cinismo y la carencia de sentido de los límites que se manifiestan en la dinámica política del presidente estadounidense y los magnates que lo rodean son síntomas de la patología nihilista propia de la era del tecnocapitalismo. Los discursos responden a intenciones opuestas. Pero, en el fondo, parten del mismo esquema interpretativo. Y se podría plantear la pregunta de hasta qué punto quienes critican el trumpismo por nihilista no adoptan un marco mental, el tradicional del diagnóstico del presente del conservadurismo iliberal, que favorece involuntariamente el tipo de cambio de época promovido por el movimiento que pretenden combatir.

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