I ara, què?
¿Dios se había ido? ¿Vivíamos en un mundo sin Dios?
Por supuesto que sí. Quien primero lo vio fue Friedrich Nietzsche en un texto celebérrimo publicado en 1887. Cuenta la historia de un loco que se echa a la calle en pleno día con un farol encendido y vaga por las plazas y los bulevares gritando: “¡Dios ha muerto! Y nosotros lo hemos matado”. Quienes no han leído ese texto, o quienes lo han olvidado, suelen creer que el loco está feliz, por no decir eufórico (“¡Por fin nos hemos librado de Dios gracias a la razón y la ciencia entronizadas por la Ilustración!”, vendría a decir). Pero no es verdad: todo indica que el loco está desolado; y con motivo: porque, si Dios no existe, como decía siete años antes Iván Karamázov en la novela de Dostoievski, todo está permitido; porque, si Dios ha muerto, el fundamento del mundo —aquello que durante siglos y siglos había dotado de sentido a todo— se derrumba. Y ahora ¿qué? Ese interrogante subyace en una parte esencial del arte de nuestro tiempo; también del pensamiento. En un ensayo titulado Nostalgia del absoluto, George Steiner argumentó que algunas corrientes decisivas del siglo XX, como el marxismo o el psicoanálisis, erigieron grandes relatos totalizantes que a su manera aspiraron a sustituir a la religión, hasta entonces sin disputa el relato que todo lo explicaba. Lo cierto sin embargo es que esos sucedáneos laicos no han funcionado, o solo han funcionado en parte, y que habitamos un mundo sin grandes relatos, que descree de las narraciones omnicomprensivas y solo nos dispensa pequeñas explicaciones parciales. A esa realidad la llamó Jean-François Lyotard, en 1979, la condición posmoderna, que es todavía nuestra condición. El problema es que mucha gente continúa insatisfecha con ella y que, casi siglo y medio después del loco de Nietzsche, sigue preguntándose: ¿y ahora qué?
Javier Cercas, Dios no ha vuelto, El País Semanal 06/12/2025
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