L'acceleracionise va néixer d'un racó de l'"Anti-Edip" deleuzià.
Y, en Anti-Edipo (1972) y Mil mesetas (1980), los volúmenes de “Capitalismo y esquizofrenia” que luego escribió con Félix Guattari, que sí que lo eran, se propugnaba otro concepto de revolución, en que el objetivo ya no era conquistar el poder estatal, sino experimentar modos de vida alternativos que permitieran escapar de los códigos que dictaban qué se debía hacer y pensar, socavando el orden establecido por el capitalismo y el Estado.
Fueron estas obras, que ponían el foco en la circulación del deseo individual y colectivo en las esferas de la política y la economía, las que le dieron mayor proyección. Su concepción del capitalismo como una máquina que no solo produce champús y coches de marca, sino también flujos de deseo y subjetividades que pueden hacer que nos esclavizamos a nosotros mismos era clarividente y esclarecedora. Años después, Deleuze la retomó en Post-scriptum sobre las sociedades de control (1990) para explicar las entonces nuevas formas de dominación psicopolíticas, que actúan a través de ordenadores monitorizando y reconfigurando los comportamientos y que, a diferencia de la vieja biopolítica descrita por Foucault, no se ejercen sobre los cuerpos, sino sobre las mentes.
En Mil mesetas , Deleuze y Guattari teorizan sobre unas “máquinas de guerra”, que no hay que confundir con las metralletas o los tanques, útiles para trazar las líneas de fuga que deberían permitir combatir, desde fuera, contra los mundos mentales que el Estado y el capitalismo crean para sujetar a los sujetos. Y también, sobre el Estado como una institución especializada en apropiarse de ellas. Deleuze y Guattari concebían el pensamiento como una de estas máquinas y construyeron Anti-Edipo y Mil Mesetas como arsenales de conceptos.
A su sombra, en el mundo del activismo, los movimientos sociales y el arte alternativo, florecieron organizaciones que, inspirándose en el arte bélico propugnado en estos libros y con la estructura rizomática del jengibre, opuesta a la jerárquica de los árboles, experimentaban singularidades, cultivaban el deseo de revuelta y conectaban luchas minoritarias.
En la década de los 90, las teorías de Deleuze o de Deleuze y Guattari también empezaron a usarse, de nuevo con las de Foucault, en las escuelas de negocios como herramientas para pensar formas de organización en el trabajo que permitieran aumentar a la vez el control y la sensación de libertad de los controlados.
El “pensamiento del 68”, la “french theory” de Foucault, Deleuze y Guattari no solo acabó contribuyendo a asfaltar la autopista neoliberal con una perspectiva estatófoba que aunaba el rechazo al uso del Estado para lograr objetivos políticos con la crítica del Estado del bienestar como generador fascista de servidumbres.
Paradójicamente, también ha sido decisivo en la configuración del nuevo espíritu del capitalismo. La cultura empresarial de Silicon Valley lleva tatuada en el brazo la marca de Deleuze. Y la que ha acabado siendo su filosofía política hegemónica, el aceleracionismo, también desciende de una de sus maniobras teóricas.
Nick Land, que, en los 90, antes de convertirse al neoreaccionarismo, impulsó esta corriente de pensamiento desde la Cybernetic Culture Unido de la Universidad de Warwick, lo recuerda en A Quick-and-Dirty Introduction to Accelerationism (2017). Remarca que, pese a que entonces aún no se hablaba de aceleracionismo, esta teoría ya se halla en su totalidad a un pasaje de Anti-Edipo en que, citando a Nietzsche, se aconseja como vía revolucionaria “acelerar el proceso”. Cuando se habla de aceleracionismo suele pensarse exclusivamente en la técnica y la propuesta de Deleuze y Guattari tiene un notable aire de familia con el concepto de “destrucción creativa”, con que Schumpeter explicaba el efecto disruptivo de las innovaciones tecnológicas en elcapitalismo.
Pero en Anti-Edipo se hablaba de acelerar el capitalismo, profundizando en la globalización y desregularizando el mercado. Como dice propagandísticamente el oligarca pro-Trump Marc Andreessen en el Manifiesto tecnooptimista , “combinad tecnología y mercados y obtendréis lo que Nick Land ha llamado la máquina del tecnocapital, el motor de la creación,la abundancia de materiales y el crecimiento perpetuos”. La aceleración tecnológica es solo un aspecto, si bien crucial (solo hay que pensar en la IA) de la aceleración del capitalismo, en laque el libertarismo a la carta también es decisivo.
Contra lo que sugerían Deleuze y Guattari y mantiene el denominado “aceleracionismo de izquierdas”, Land, que en su día fue descrito como un “tatcherista deleuziano”, sostiene que el resultado de acelerar el proceso no puede ser la transición hacia el postcapitalismo, sino su fortalecimiento o el apocalipsis.
El tecnooptimismo de moda entre los multimillonarios que apoyan Trump es una metamorfosis de estos planteamientos y está en proceso de convertirse en programa de gobierno. Deleuze, el filósofo que repetía que las teorías han de servir para algo, contemplaba la posibilidad de que el poder del Estado se apropiara de “las máquinas de guerra nómadas”diseñadas para combatirlo, subordinándolas a sus objetivos.
En manos de la actual administración estadounidense, que aspira a ejercer el poder como si fuera una resistencia contra un Estado incrustado dentro del Estado, el aceleracionismo nacido en un rincón de Anti-Edipo puede llegar a ser un arma de disrupción masiva y efectos globales. A inicios delos 70, Foucault medio profetizó que “un día, quizás el siglo será deleuziano”. El siglo XX no llegó a serlo. Pero el XXI, después de que las tendencias a estetizar la política y a convertir el activismo en terapia de grupo que florecieron a la sombra de Anti-Edipo y Mil mesetas hayan llevado a más de una vía muerta, tal vez acabe siéndolo por obra y gracia de su capturapor el trumpismo 2.0.
Josep Maria Ruiz Simon, Del pensamiento de Gilles Deleuze a la autopista neoliberal, La Vanguardia 16/08/2025

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