Com reconstruir la vida pública?








La escucha no sólo es un medio para comprender mejor un problema y luego resolverlo, sino que también establece un vínculo, es la base de un tipo de vínculo, sensible y no instrumental. Como nos enseña la práctica del psicoanálisis, escuchar transforma. La palabra intercambiada en condiciones de escucha real puede transformar (siempre sin garantías). El malestar se elabora, se sublima, se modifica, se desplaza.

¿Cómo resonaría esta idea en política? En este punto, vale la pena recordar la reflexión de Hannah Arendt sobre la propaganda en Los orígenes del totalitarismo. ¿Qué dice Arendt? La propaganda totalitaria –a todas luces irracional, inverosímil, como nuestros bulos, fake news y teorías de la conspiración– sólo triunfó porque previamente se había destruido el sentido común, fruto de la presencia común, del ser-en-común (being-in-common).

El sentido común no es una cuestión puramente mental o racional, sino que depende de lo que Arendt llama “un lugar en el mundo”, ese lugar que hace “significativas las opiniones y efectivas las acciones”. La destrucción de los espacios comunes, la atomización, la pérdida de las relaciones comunitarias, produjo una experiencia de desarraigo masivo desde la cual los relatos totalitarios suscitaron una fe inquebrantable. La irracionalidad, la ideología, las creencias inquebrantables, brotan en el caldo de cultivo del aislamiento.

El antídoto ante la propaganda totalitaria, sigue diciendo Arendt, no es sólo la “verdad de los hechos”, como si esta fuese el sol que derrite por su propia irradiación los bloques de hielo de la mentira, sino los espacios de diálogo, de deliberación, de participación, los vínculos comunitarios, la presencia compartida. Aprendemos a razonar en común. Hablando, escuchando, tomando la palabra del otro como principio de la nuestra. El yo no piensa, pese a lo que diga Descartes, si no hay un tú que le responda. Logos en primer lugar significa relación.

La idea actual de que “dato mata relato” o de que se puede frenar la proliferación de fake news regulando el espacio comunicativo por ley es ingenua e impotente. Lo que puede frenar la propaganda, siguiendo a Arendt, no es la comunicación unilateral de la verdad, sino la apertura de espacios de conversación, de intercambio de ideas, de mundo común y compartido. Lugares donde la gente se hable, discuta, confronte, elabore, restaure el vínculo entre palabra y acción. Ella lo llamó “vida pública”.

El neoliberalismo ha destruido la vida pública en todos los ámbitos de la vida (barrios, escuela, trabajo) a lo largo de los últimos cuarenta años. Ha precarizado y privatizado las condiciones materiales de la verdad, del uso público y compartido de la razón. Ha sustituido las condiciones de la atención, escucha al otro y elaboración conjunta, por la automatización, la inmediatez, las burbujas de autoconfirmación. Al reducir la “batalla cultural” a una disputa entre mensajes que tiene lugar en nuestras pantallas, la izquierda escoge pelear en el terreno del adversario.

La disputa, para quien quiera cambiar las cosas, es más difícil todavía. Una comunicación antagonista no puede proponer sólo una serie de mensajes, sino también configurar otro tipo de experiencia. Tiene que inventar, no sólo las armas con las que se interviene en el combate, sino el mismo terreno donde se pelea. No se trata de poblar las pantallas de mensajes, de explicaciones, de imágenes, de guiños, de gestos, de zascas, sino de reconstruir esa vida pública cuya destrucción habilita hoy el ascenso de las ultraderechas.

Los fascismos siempre nacen de las desilusiones de la izquierda.

... la pregunta decisiva es: ¿cómo salir de la desastrosa hipótesis de la política como mero asunto de comunicación y espectáculo? ¿Cómo volver a impregnarla de vida, de afectos, de vínculos, de territorios, de los malestares, los dolores y los anhelos cotidianos de la gente de abajo? ¿Cómo reconstruir la vida pública?

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