"Identidad se declina en plural".
A finales del año que acaba de terminar nos dejó un gran pensador francés, que se llamaba Claude Lévi-Strauss. Si todos los que le rindieron el homenaje emocionado y convencional de la nación reconocida tuvieran aunque sólo fuese una vaga idea de su pensamiento, sabrían que uno de los combates de su vida fue la lucha contra la pasión, el veneno, la prisión de la identidad. El 13 de mayo de 2005, durante la ceremonia de entrega del Premio Catalunya, Lévi-Strauss pronunció un discurso en el que advertía: "Yo viví una época en la que la identidad nacional era el único principio concebible en las relaciones entre los Estados. Todos conocemos los desastres a los que dio lugar". En 1978 tuve la ocasión de editar, junto con Jean-Marie Benoist, un libro titulado La identidad, en el que Lévi-Strauss alertaba contra la tentación de reducir un sistema social, siempre más rico y complejo, a su pretendida identidad. Si Lévi-Strauss nos dejó una lección sobre este punto, fue la siguiente: el término "identidad" se aplica a los individuos, no a las colectividades; "se declina" en plural, nunca en singular; y olvidar esto, reducir una nación a ese fondo común o a un catálogo estereotipado de rasgos, que son los dos significados posibles de esa supuesta "identidad", es empobrecerla, abocarla a la muerte, cuando lo que se pretende es devolverle la fe en su futuro.
Bernard-Henry Lévy, Parar el debate sobre identidad, Domingo, El País, 10/01/2010
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