El mort és essencialment la meva.
Dice Petronio en su Satiricón
hablando de una persona que había muerto: abiit
ad plures,es decir, “se fue con la mayoría”. Como sugieren las coplas de
Jorge Manrique, la muerte es igualitaria, como insólita en un momento en el que
no cesan de crecer las desigualdades en le mundo de los vivos: la inmensa
mayoría de los seres humanos que han pisado este planeta están muertos, y al
reunirnos con ellos no hacemos más que incorporarnos a la situación definitiva
de la humanidad. Y lo hacemos solos. El proceso de nacimiento es el comienzo
del encuentro con los demás: apenas nace un niño lo rodean de todos aquellos
que van a participar en su vida, y en adelante no será fácil separar su
identidad del mundo que le rodea. Pero en el momento de morir todo va
desapareciendo progresivamente hasta el momento en que la soledad es definitiva
y por primera vez esa persona es solo ella misma. Siguiendo en esto a Heidegger, la presencia de la muerte es
la condición necesaria para poseer una identidad que evita que nos confundamos
con el mundo, es lo que nos convierte en individuos únicos. “La muerte es
esencialmente la mía”. Es el instante en que termina toda ambigüedad, toda duda
y todo propósito; ya no se puede volver atrás y por lo tanto lo que hemos hecho
se convierte en definitivo. Paradójicamente, el momento en que somos nosotros mismos
es también el momento en que desaparecemos.
Augusto Klappenbach, Defensa de
la muerte, Claves de razón práctica nº 238, enero/febrero 2015
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