Qui millor que la meva família sap el que em convé.

Una pareja de pigmeos.


Las montañas de Uganda, cerca de la frontera con Kenia, una tribu de ik amanece sin contacto con la modernidad. Sale el sol, van a cazar y regresan junto a los suyos.

Más de 11.000 kilómetros al este. Tokio. Miles de personas salen de minúsculos apartamentos y entran al subsuelo. Les espera una jornada de 10 horas delante de una pantalla, algo precocinado para comer y una vuelta a casa de noche, sin tiempo para la vida social. Es 2015. Tradición frente a modernidad. ¿Dónde queda la felicidad?

El antropólogo Francisco Giner Abati lo tiene claro: "Cuanto más tradicional y antigua es una sociedad, más rica es la vida". Este catedrático de la Universidad de Salamanca lleva desde los años 80 estudiando a las tribus primitivas, al hombre en su contexto original, y sitúa entre los más felices del mundo a los bosquimanos y pigmeos de África, los hadzas de Tanzania y otras tribus cazadoras de Madagascar o la Isla de Pagan, en Filipinas. El requisito es que vivan aisladas, que no haya ninguna rendija por la que se cuele la vida moderna. De lo contrario se sentirán fascinados. Y se romperá el encanto. "Un pastor de los ik me dijo: 'Aquí, en la cima de las montañas, somos los reyes del mundo. Tenemos todo lo necesario para ser felices'", cuenta. Los retrató en este documental.

Es la utopía del hombre puro, pero ¿cuánto tiene de inalcanzable? ¿Puede adaptarse a nuestra realidad?Según Abati, la felicidad es una experiencia que se obtiene en un entorno cultural concreto. Hay otras teorías, como la de Sonja Lyubomirsky -profesora de psicología en la Universidad de California y considerada una de las investigadoras más serias sobre el tema- quien asegura que viene determinada por nuestros genes en un 50% y en un 40% depende de nuestra actitud,. Quizás esa utopía tribal reside en cómo afrontan la vida. Al día. Sin artificios. Sin ambiciones forzadas. ¿Y si probamos a experimentar?

El juego merece la pena. Según el profesor Abati, nos va la salud en ello: "En las sociedades occidentales hemos combatido las infecciones con antibióticos, pero hemos desarrollado enfermedades del progresocomo el cáncer, trastornos mentales o enfermedades crónicas fruto de un estilo de vida para el que no estamos preparados". Es pura genética: "Estamos preparados para ser cazadores-recolectores, no para ir al supermercado y atiborrarnos sin esfuerzo físico; para vivir en pequeñas comunidades y en contacto con la naturaleza y no en grandes ciudades inhóspitas con masas de gente que no conocemos ". No estamos sincronizados con todo lo que hemos creado. Nuestros genes van más despacio que nosotros. Y eso crea infelicidad.

"En las tribus que viven con el termostato del sol, sin agendas y con una gran red social, no existe la depresión. Aquí se desarrolla porque se tiene mucho estrés o simplemente porque no se tiene nada que hacer. A mayor grado de progreso y tecnología, mayor grado de enfermedad mental", explica el profesor. El ranking infeliz de la antropología lo encabezarían Japón, los países nórdicos, EEUU y Europa. "Hemos desarrollado enfermedades como la fobia social y hemos llegado a extremos como el suicido coordinado por internet", termina. ¿En qué nos estamos convirtiendo?

El primatólogo y antropólogo Pablo Herreros coincide en esa conexión entre felicidad y esencia animal: las cosas que ayudan a nuestra supervivencia son las que nos hacen felices, dice. O al revés, las cosas que nos hacen felices, nos ayudan a sobrevivir como especie:

"Vemos que las respuestas a 'qué te hace feliz' nos conectan con los animales y la evolución, ya que conllevan longevidad:
  • Tener una red social de calidad: Los animales que la tienen son los que viven más años. Les sostiene en situaciones complejas.
  • Tener un proyecto vital, dar rienda suelta a tus pasiones: Los ejemplares más creativos, podrían resolver mejor los problemas y, por lo tanto, vivían más.
  • Ayudar a los demás: lo vemos de forma instintiva en los animales y los niños, lo que demuestra que tiene que ver con nuestra naturaleza, con la esencia de lo que somos.

La felicidad consta de cosas pequeñas. Ponerse grandes objetivos a largo plazo genera frustración. Sin embargo, pequeños momentos, como un café con un amigo, pueden hacerte feliz.", afirma.

Superado lo físico, la vida social es la segunda clave de la felicidad de la tribu. También ahí nos ganan terreno. "Las sociedades primitivas tienen redes sociales y familiares muy extensas y nosotros somos cada vez más individualistas. Con la tecnología, tendemos a vivir aislados. Estamos perdiendo las ceremonias, los rituales... Está demostrado que cuantas más redes afectivas tengan los niños, más estables y felices crecen", cuenta el profesor Abati.

Pablo Herreros no está de acuerdo con que la tecnología nos aísle: "Muchas veces nos ayuda a mantener y prolongar nuestra red. La clave está en hacer un buen uso y que no sustituya al contacto directo". Él destaca otros factores para medir su estabilidad, como el número de horas que dedican las tribus a conseguir los bienes que necesitan -de tres o cuatro- frente a las ocho que, en el mejor de los casos, dura nuestra jornada laboral. Y cada vez a cambio de menos recompensa económica..

La homogeneidad terminaría de dar forma a esa sociedad feliz. "En las sociedades primitivas hay un control social enorme. A quien se desvía, le castigan, pero la mayoría está cómoda en el grupo. Nosotros cada vez somos más diferentes y eso crea inseguridad. Además, quien no tiene medios para ser parte del grupo o se siente excluido, tiende a irse al extremo y ganarse la vida delinquiendo", dice Abati.

La oferta excesiva, el ansia de acumular, el poco tiempo para disfrutar de los tuyos, trabajos alienantes, la falta de valores, la agresividad... Son elementos que juegan en contra de la felicidad en clave moderna.

"- Mi grupo me protege y me lo da todo.

- Ya, pero te imponen a tu marido o a tu mujer.

- Claro, y quién va a saber mejor que mi familia quién me conviene".

Esta conversación con un masai resume las teorías de Abati. "Cuentan con una seguridad social de base que es la comunidad. Es un colchón que nunca les va a dejar caer" .

La felicidad de la tribu se mantiene en una situación ideal, siempre que no haya conflictos, hambrunas o elementos que desestabilicen... Como una ventana hacia la modernidad. "En el momento en que entra un elemento de civilización, se rompe la paz. Algunos se rebelan, pero la mayoría se ve atraída, se va a las ciudades y acaban destrozados e infelices. Ellos tienden hacia nosotros y nosotros, hacia sociedades como la japonesa", advierte Abati, señalándonos al freno.

Hace años, en la Isla de Manus (Papúa Nueva Guinea) le invitaron a quedarse. "Me dijeron 'construye tu casa en el pedazo de tierra que quieras' y me regalaron un remo: 'Ya eres un hombre, porque con él puedes pescar y comer'". Es la utopía del hombre original. ¿Cuánto podemos exportar a nuestra vida en comunidad?

Raquel Quílez, La felicidad de la tribu, el mundo.es, 19/03/2015

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