Contra la revolució afectiva.
En los últimos años se han multiplicado los artículos y libros científicos, columnas periodísticas, etcétera, que hablan sobre la empatía. Por mencionar algunos ejemplos: The science of evil. On empathy and the origins of cruelty, de Simon Baron-Cohen, The empathic civilizacion (La civilización empática, en Paidos) de Jeremy Rifkin, o The age of empathy (La edad de la empatía, en Tusquets editores), de Frans de Waal.
Todos estos ejemplos, y aparentemente desde muy diferentes perspectivas (uno se encuentra aquí desde psicólogos a neurocientíficos y politólogos) coinciden en buscar la raíz de todos los males en la carencia de empatía, a la vez que anuncian un mundo mejor basado en una empatía ampliada, primero hacia todas las razas y sociedades humanas y acaso en su fase más resplandeciente, hacia los animales no humanos.
Políticas de la empatía
A veces se denomina “revolución afectiva” a esta corriente de opinión científica especialmente cultivada en el ámbito anglosajón, fundada en el estudio los “sentimientos morales” de Adam Smith, que suele oponerse al racionalismo ético “continental”, más influido por Kant.
Para Paul Bloom, psicólogo cognitivo de la universidad de Yale, en cambio, la empatía no curará el mundo, y explica su escepticismo en un extenso artículo publicado en The New Yorker. Bloom pasa revista a las teorías modernas de la empatía, empezando por la llamada “hipótesis de la empatía altruísta” de C. Daniel Batson, para el que “simplemente instruyendo a los sujetos para adoptar la perspectiva del otro hará que se preocupen más por ellos y estén más dispuestos a prestar ayuda”. En el extremo opuesto, la “erosión de la empatía” se entendería como la raíz de la conducta de los psicópatas y los sociópatas. Por lo visto no hay nada peor que andar bajo de empatía.
Bloom es escéptico con la llamada que están haciendo estos revolucionarios de la afectividad para que nos sumemos “emocionalmente en una familia global” o en una “conciencia empática global”. ¿Es que acaso es posible “empatizar” con 7000 millones de personas en un mundo donde, de hecho, las diferencias raciales y culturales están muy lejos de estar disminuyendo? Como apunta también Steven Pinker, la expansión de las preocupaciones morales deben mucho a facultades que no coinciden exactamente con los sentimientos morales, como la “prudencia, la razón, la justicia, el autocontrol, normas y tabúes, y la concepción de los derechos humanos”.
Al confiar en exceso en los poderes de la empatía, corremos el riesgo de que nuestros nuestros sistemas emocionales sean secuestrados por un subconjunto de problemas emocionalmente atractivos, haciendo que nos despreocupemos cada vez más por los problemas sin rostro, o cuyo verdadero rostro no despierta tanta empatía emocional.
Bloom cuestiona las “políticas de la empatía” y termina defendiendo una especie de humanismo racional más ascético: “Nuestra mejor esperanza para el futuro no es hacer que todas las personas piensen en la humanidad como una familia, lo que es imposible. Descansa, en su lugar, en la apreciación del hecho de que, incluso si no empatizamos con distantes extraños, sus vidas poseen el mismo valor de aquellos que queremos”.
Mujeres empáticas, hombres impasibles
Las mujeres tienen la piel más clara que los hombres, y también son más pacíficas, más agradables, mejores cuidadoras y más hábiles entendiendo pistas sociales. Ellas ejercen un liderazgo más benevolente, son más emocionales, y quizás están llamadas a construir un tipo de civilización superior, poniendo fin al dominio de los hombres (“patriarcado”), como propone Hanna Rosin.
El éxito fulgurante de la empatía, comprendida como un valor femenino, y en consecuencia inherentemente superior según nuestro zeitgeistposmoderno, corre paralelo al descrédito general de los valores masculinos tradicionales.
Los hombres son más competitivos, más agresivos, más ateos, más suicidas y más autistas. Y también, en promedio, menos empáticos. Según un estudio reciente dirigido por investigadores españoles, la falta de empatía influye incluso en el acoso escolar: “las mujeres son menos crueles que los hombres en la infancia porque ellas experimentan mayores niveles de empatía que ellos”.
No es que los hombres no puedan experimentar la empatía porque de hecho lo hacen de forma natural. El mundo está lleno de hombres muy empáticos y de chicos que no acosan a sus compañeros en los colegios (también hay mujeres impasibles y chicas que cometen acoso escolar). Lo explica muy bien Francisco Traver: “los hombres tienen desviaciones hacia la sistematización estadísticamente significativas, mientras que las mujeres ofrecen desviaciones semejantes hacia el costado de la empatía.”
Es más, los mismos caminos cognitivos que llevan a la impasibilidad masculina patológica, y a la despersonalización de los demás, para la que parecen estar evolutivamente más dotados los hombres, también conducen a actividades que son imprescindibles en una sociedad equilibrada, funcional y justa. Una sociedad civilizada y sana necesita un mayor número de antidisturbios que de poetas. Así como necesita ingenieros, cirujanos, matemáticos, físicos, barrenderos, militares y cualquier otra profesión cuyo ejercicio precisa más de las virtudes de la impasibilidad y la sistematización típicamente masculinas. Estos valores necesitan ser socialmente reconocidos y no puestos sistemáticamente bajo sospecha.
Sin dejar de reconocer que la empatía es un componente muy importante de la capacidad para actuar moralmente, con una profunda historia evolutiva (De Waal, 2008) por detrás, también es evidente que no puede curar el mundo por si misma. Como se deduce del comentario de Bloom, o de Pinker, lo que llamamos progreso moral a veces se ha construido contra los límites provincianos de la empatía natural. Al fin y al cabo la empatía emocional es un mecanismo ancestral que evolucionó en el contexto del propio grupo, y no se dirigía a los extraños, sino a los amigos y la familia, previsiblemente porque los individuos del propio grupo estaban más directamente implicados en la crianza exitosa de los niños.
Eduardo Zugasti, Contra la empatía, cultura 3.0, 01/06/2013
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