Erwin Schödinger,el viratge de la ciència cap a la filosofia.
En sus años de docencia en una institución universitaria de Dublín, el
profesor Schrödinger, premio Nobel
de Física, se distancia (relativamente) de sus investigaciones directas en
física teórica para consagrarse a una reflexión sobre el concepto mismo que se
halla en el origen de la disciplina: physis,
término equívocamente vertido por naturaleza, que Schrödinger se propone iluminar a partir de la percepción que de
ella tienen los más arcaicos pensadores griegos; resultado de tal reflexión es
este pequeño libro. Su importancia no reside en el grado de erudición
filosófica del autor (que sin embargo para sí quisieran muchos profesores de la
disciplina) y ni siquiera en su indudable autoridad para vincular la historia
de la filosofía a la historia de la ciencia. Lo que llama la atención es sobre
todo la disposición de espíritu con la que el ilustre científico acomete la
tarea de hurgar en los textos presocráticos. Textos que no cabe aún catalogar
propiamente ni de cien tíficos ni de filosóficos y ello porque tal división encuentra
origen en un singularísimo rasgo de la operación de pensar que se va fraguando
por vez primera en tales textos. Schrödinger
parece reconocerse y deleitarse en este horizonte previo a la parcialización de
las tareas del espíritu. «La filosofía de los antiguos griegos nos atrae hoy
porque nunca ... se ha establecido nada parecido a su altamente avanzado y
articulado sistema de conocimiento y especulación sin la fatídica división que
nos ha estorbado durante siglos y que ha llegado a hacerse in sufrible en
nuestros días», escribe el autor.
Pero es más: El científico que, tras forjar las ecuaciones en las que
arranca la mecánica cuántica, puso de relieve que las paradojas que ésta
plantea se dan asimismo en el nivel macroscópico, el cien tífico que en mayor
medida contribuyó a subvertir los pilares sobre los que creíamos asentada la
teoría del conocimiento, se propone determinar inequívocamente dónde reside la
importancia del pensamiento griego (al que tantos se acercan de forma puramente
beata) alcanzando a señalar que lo fundamental estriba en el doble rasgo
siguiente: a) allí se instaura la convicción de que el mundo en nuestro entorno
es cognoscible, y b) se considera que el sujeto que conoce es neutro respecto a
la entidad conocida y al propio acto de conocer.
La reflexión de Schrödinger nos
conduce así hasta el advenimiento de algo que a priori no era necesario ni
evidente, que para nosotros llegó sin embargo a ser la evidencia misma y que,
precisa mente tras Schrödinger (junto
a otros grandes cien tíficos de nuestro tiempo), ha dejado de ser tal.
En este discurrir sobre los griegos no deja jamás de estar presente la
mirada del físico cuántico. El nombre de Schrödinger
ha quedado vinculado, de manera casi popular, al célebre apólogo del «gato
enclaustrado», que recordaremos brevemente. En una caja se encuentra el felino
junto a un dispositivo mortal que tiene un 50% de posibilidades de funcionar.
Suponiendo que no tenemos medio de saber si ha funcionado o no, antes de que se
abra la caja ignoramos si el gato está vivo o muerto; hasta ahí todo normal.
Mas según los principios de la mecánica cuántica, el investigador que ha
construido la situación ha superpuesto un estado que implica gato vivo y un
estado que implica gato muerto. Ahora bien, tal superposición cuenta entre los
rasgos constitutivos del fenómeno que se investiga; por consiguiente, no se
trata tan sólo de que no sepamos (antes de abrir la caja) si el gato está vivo
o muerto, se trata de que está a la vez vivo y muerto, el gato está en el
limbo, por así decirlo.
Muchas han sido las controversias en tomo a la significación real de tal
apólogo y en general res pecto a las paradojas de la mecánica cuántica. En
cualquier caso ¡Kant jamás se
hubiera permitido ignorarlas! (contrariamente a tantos «metafísicos» actuales
que creen poder permanecer indiferentes a las ecuaciones de Schrödinger).
En un pasaje central de su reflexión, Schrödinger
se refiere a las teorizaciones en las que el ideal del conocimiento
científico parece quedar reducido al de computar y describir los fenómenos
renunciando así a toda dimensión explicativa Los orígenes de tal concepción se
remontan como mínimo a un célebre texto de los Principia de Newton del
cual no tenemos espacio para ocuparnos. Señalemos tan sólo que en él se erige
en soporte teorético exclusivo de la ciencia la llamada «filosofía
experimental», en la cual —escribe Newton—
«se extraen proposiciones de los fenómenos y después se generaliza por
inducción». Según tal filosofía, sabiendo cómo cae un cuerpo es ocioso
preguntarse por qué cae (hipothesis non
fingo, dice Newton al respecto).
No es discutible que la actividad consistente en computar, describir,
generalizar por inducción y efectuar previsiones aparecería así como modelo
único de cientificidad, res pecto al cual quedaría como residuo de espiritualidad
adolescente una ciencia vinculada a la filosofía propiamente dicha; aquella
filosofía que, en términos de Leibniz,
«busca siempre la razón»: esa razón sin la cual Kant (tan newtoniano por otra parte) negaba el derecho a decir
«todo cuerpo es pesado» por mucho que la gravedad fuera constatada por doquier.
Pues bien, esta ruptura de facto entre filosofía y física está a punto de
ser superada, y ello como resultado de la interrogación de los propios físicos,
aguijoneados por la aparición en sus teorías de lagunas de inteligibilidad que
les parecen a ellos mismos escandalosas y que desde luego lo son mucho menos
que el evocado hypothesis non fingo.
No se trata sólo de que algunas de las cuestiones plantea das por la
relatividad y la teoría cuántica hayan llegado a ser centrales en la filosofía
de la ciencia. Se trata, fundamentalmente, de que la física contemporánea
tiende intrínsecamente a convertirse en reflexión sobre los conceptos que
constituyen el soporte no sólo de la propia disciplina, sino quizá de todo
conocimiento humano, y que al efectuar tal viraje, la física encuentra
exactamente los mismos problemas que constituyen el núcleo duro de la
filosofía, a saber, la teoría de las determinaciones del ser u ontología Para
la propia filosofía, la mediación de sus problemas clásicos por las reflexiones
precedentes de los físicos constituye auténtico alimento revitalizador, que
restaura la frescura originaria y le otorga nueva legitimidad. De ahí la
importancia que dábamos a la disposición misma del autor de este pequeño texto.
Víctor Gómez Pin, Prólogo a
Erwin Schödinger, La naturaleza y los griegos, Tusquets
Editores, Metatemas, Barna 1997
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