El poder de la superstició.


El conocimiento científico y el avance tecnológico no acabarán con la superstición. Los antibióticos, las predicciones meteorológicas o las ecografías han mitigado, al menos entre los habitantes del mundo desarrollado, muchas incertidumbres que durante toda la historia han aterrado a los humanos. Sin embargo, lo imprevisto sigue acechando a la vuelta de la esquina. Un día el presidente de tu Gobierno te promete el pleno empleo y pocos meses después pierdes tu trabajo y el país en el que vives amenaza quiebra.

Los seres humanos no están bien equipados para aguantar con estoicismo la incertidumbre y a lo largo de su evolución se han desarrollado mecanismos para hacerle frente. Según algunos estudios, la superstición, o su versión institucionalizada, la religión, ha sido el mecanismo para hacer frente al estrés que supone no saber qué pasará en el futuro, una hipótesis que ya fue planteada en el siglo XVII por el filósofo Spinoza. “Los hombres nunca serían supersticiosos si pudieran gobernar todas sus circunstancias mediante reglas claras o si siempre fueran favorecidos por la fortuna, pero siendo enfrentados con frecuencia a circunstancias donde las reglas no tienen uso y siendo mantenidos con frecuencia fluctuando de manera lamentable entre la esperanza y la inseguridad de la fortuna, son por consecuencia muy dados a la credulidad”, escribía en su Tratado teológico-político.

Un estudio publicado la semana pasada en PLoS One abunda en este planteamiento y afirma que la pérdida de control hace que los humanos seamos más proclives a creer que es posible predecir el futuro y que creer que predecir el futuro es posible hace que crezca la sensación de control sobre la propia vida. En este trabajo, realizado por investigadores de la Universidad de Queensland, en Australia, se recuerdan otros análisis que muestran que la creencia en fenómenos sobrenaturales y en particular en la posibilidad de predecir el futuro pueden desarrollarse como método de defensa frente a sentimientos de amenaza o incertidumbre. Un artículo de investigadores británicos, por ejemplo, mostraba que las personas con una sensación de falta de control sobre sus vidas durante la niñez creían con más frecuencia en la existencia de fenómenos paranormales.

Otro caso que muestra esta tendencia es lo sucedido con las ventas del astrólogo del siglo XVI Nostradamus justo después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Entre los libros sobre los talibanes, el terrorismo islámico o el World Trade Center, en las semanas posteriores al ataque que derribó las Torres Gemelas se colaron entre los libros más vendidos en Amazon.com tres versiones de las profecías del futurólogo, un individuo que escribía con la suficiente ambigüedad como para que siglos después se le haya podido atribuir la predicción del ascenso de Hitler, la aparición del sida o la explosión del transbordador Challenger.

Los investigadores australianos trataron de probar su hipótesis con dos grupos de estudiantes. Al primero le hicieron leer un párrafo de una revista científica en la que se afirmaba que se había encontrado evidencia de la posibilidad de predecir el futuro y al segundo otro artículo en la misma revista que refutaba ese supuesto hallazgo. Posteriormente, se observó que los que habían leído el primer artículo estaban más de acuerdo con frases como “Controlo mi vida”, “Mi vida está determinada por mis acciones” y “Soy capaz de vivir mi vida como deseo” que los del grupo que había leído el artículo negando la precognición.

En un segundo experimento, se hizo sentir a los participantes que vivían una situación de descontrol. Después, a un primer grupo se le mostró el artículo que anunciaba que se podía predecir el futuro y al segundo el que decía que eso no era posible. El primer grupo percibió una mayor sensación de control cuando leyó el artículo, algo que no sucedió con el segundo. Por último, los investigadores señalan que la gente a la que se había elevado la sensación de control sobre sus vidas antes de leer cualquiera de los dos artículos no mostró variaciones en su percepción de seguridad. Esto se explicaría, según los autores, porque la credulidad frente a los fenómenos paranormales solo actuaría como mecanismo de equilibrio en situaciones en las que se tiene la sensación de haber perdido el control.

Este tipo de estudios complementan los resultados de otros más prácticos que pueden explicar qué aporta la superstición a los humanos y qué hizo que lo que nos empuja a creer en cosas sin fundamento no haya sido eliminado durante la evolución como una característica nociva para la supervivencia. En 2010, investigadores de la Universidad de Colonia, en Alemania, mostraron en un artículo que la práctica de determinados rituales de la suerte o el uso de amuletos mejoraba de manera objetiva el desarrollo de determinadas tareas, como la práctica del golf o de juegos de memoria. El incremento de la confianza en que algo iba a salir bien o la mayor perseverancia a la hora de realizar una tarea, aunque fuesen fruto del pensamiento supersticioso, mejoraban los resultados.

Otro de los resultados que deja ver lo arraigada que está en nuestra naturaleza la necesidad de creer en tranquilizadores poderes sobrenaturales por absurdos que parezcan es el alcanzado en 2007 por Benno Torgler, de la Universidad Politécnica de Queensland, en Australia. En su trabajo, realizado en 17 países de todo el mundo para observar que variables pueden hacer a una persona más proclive a creer en el horóscopo, el valor de los amuletos o la capacidad de los videntes, descubrió que los países donde más se confiaba en el valor de este tipo de prácticas eran los de la antigua Unión Soviética. Allí donde más esfuerzo se hizo para acabar con la influencia de la religión, proliferaron las supersticiones como tranquilizante alternativo al “opio del pueblo”.

En ese mismo sentido, este estudio sugiere que las personas que ya tienen la práctica religiosa institucional como método para afrontar la incertidumbre de la vida suelen acudir menos a supercherías como los amuletos o los videntes. Parece que no le falló la intuición a G.K. Chesterton cuando dijo aquello de que “cuando se deja de creer en Dios enseguida se cree en cualquier cosa”.

Daniel Mediavilla, Las supersticiones ayudan a hacer frente a la incertidumbre, Materia, 13/08/2013

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