La crisi econòmica i les causes de la desmoralització cívica.

Afegeix la llegenda
Insiste un buen número de economistas en afirmar que la ausencia de algunos valores éticos no ha tenido influencia en las crisis que  venimos padeciendo y que tiene angustiados a países como el nuestro. Según ellos, las crisis se han sucedido a lo largo de la historia y habría que suponer entonces que los vicios que las causan son consustanciales a la naturaleza humana.

A los economistas neoliberales, y no sólo a ellos, les gusta creer que de los vicios privados a veces surgen buenos resultados para la vida económica y de las virtudes privadas a veces surgen malos resultados. Por eso prefieren atenerse al viejo dicho «lo que no son cuentas son cuentos» y asegurar que la economía sigue su curso sin que le perjudiquen la codicia o la insolidaridad, que quedarían para la vida privada.

Pero resulta ser que los valores morales son efectivos en la vida pública, que importa distinguir, como hacía Ortega y Gasset, entre estar altos de moral o desmoralizados como dos actitudes que posibilitan o impiden —respectivamente— que las personas y los  pueblos lleven adelante su vida con bien . Porque una persona o  un pueblo desmoralizados no están en su propio quicio y vital eficacia, no están en posesión de sí mismos y por eso no viven sus vidas, sino que se las hacen otros, no crean, ni fecundan, ni son capaces de proyectar su futuro.

Y a la desmoralización hemos llegado no sólo por lo mal que se han hecho las cuentas, sino también porque se han disfrazado con cuentos perversos, como el de la contabilidad creativa, como el de los controladores que no sacaron a la luz los fallos en lo que supuestamente controlaban, como las mentiras públicas sobre lo que estaba pasando, como el empeño en que asumieran hipotecas quienes difícilmente podrían pagarlas, como la constante opacidad y falta de transparencia, como la ausencia de explicaciones veraces de lo que estaba ocurriendo .

Es verdad, entre otras cosas, que la financiarización de la economía nos ha sumergido en un mundo de incertidumbres desmesuradas y opacidades hasta en el lenguaje, en el que se habla de titulizaciones, bancos buenos y malos, cuentas creativas, acciones  preferentes, primas de riesgo, calificaciones de agencias  de rating y de esos omnipotentes mercados, que nadie sabe quiénes son ni qué se proponen, pero al parecer nada bueno para la gente corriente y moliente. Pero no es menos cierto que en ese mundo había personas con nombres y apellidos que tomaron malas decisiones, de las que resultó daño para todos.

Y es en ese mundo, incomprensible para los ciudadanos de a pie, en el que cayó la gota que desbordó el vaso de la catástrofe, con las célebres «subprime» y la huida hacia delante que tan bien cuenta la película Margin call. Como bien decía recientemente el economista Jeffrey Sachs, «de poco sirve tener una sociedad con leyes, elecciones y mercados si los ricos y poderosos no se comportan con respeto, honestidad y compasión hacia el resto de la sociedad y hacia el mundo» . Y tenía razón, los personajes como John Tuld, el consejero delegado de la empresa, extraordinariamente representado por  Jeremy Irons en Margin call, padecen una profunda ceguera compasiva, carecen de compasión hacia el resto de la sociedad y hacia el mundo, sólo buscan salvar su pellejo y medrar.

Un mundo sin compasión no es habitable para los seres humanos.

Es verdad que las subprime fueron sólo la gota, porque el vaso ya estaba lleno hasta los bordes. En el caso de España, a las malas prácticas financieras, a la falta de control de esas prácticas, a la corrupción política se unieron problemas como el de la construcción y, en el fondo de todo ello, malas costumbres, empecinadamente arraigadas.

Ciertamente, las crisis no proceden sólo de las malas prácticas, qué duda cabe, parte del mundo económico es incontrolable, pero también es verdad que otra parte está en nuestras manos, en las de los seres humanos; sobre todo, y muy especialmente, en las manos de los que ostentan un mayor poder. No es de recibo afirmar que todos somos responsables, ni que todos hemos vivido por encima  de nuestras posibilidades. Eso es rotundamente falso. Lo que sí es verdad es que mucho de lo que ha pasado podría haberse evitado si personas con nombres y apellidos, entidades y organizaciones con un nombre registrado hubieran actuado siguiendo las normas éticas que les corresponden, explícitas o implícitas.

La ética sirve, entre otras cosas, para recordar que es una obligación ahorrar sufrimiento y gasto haciendo bien lo que sí está en nuestras manos, como también invertir en lo que vale la pena.


Adela Cortina, ¿Para qué sirve realmente la ética?, Paidós, Barna 2013

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