Els pitagòrics 1 (Erwin Schödinger).
Al tratar a autores como Parménides
o Protágoras, que no eran
científicos, poco o nada podemos inferir acerca de la eficacia científica de
los puntos de vista extremos que mantenían. El prototipo de una escuela de
pensadores de clara orientación científica tendente a reducir el edificio de la
naturaleza a la razón (aunque al mismo tiempo con un sesgo bien marcado, que rozaba
el prejuicio religioso) lo constituyeron los pitagóricos. Su asentamiento
principal se encontraba en el sur de Italia, en las ciudades de Crotona,
Síbaris y Tarento, situadas en la bahía que se forma entre el «talón» y la
«punta» de la península. Sus partidarios formaban algo muy parecido a una orden
religiosa con curiosos ritos relativos a la comida y otras cosas, obligados al
secretismo con los extranjeros, al menos en lo referente a parte de las
enseñanzas. El fundador, Pitágoras,
quien tuvo su actividad en la segunda mitad del siglo VI a.C., debió de ser una
de las personalidades más notables de la Antigüedad, y en su entorno se
tejieron toda clase de leyendas relativas a sus poderes sobrenaturales, como la
de que era capaz de recordar todas las vidas anteriores de su metempsicosis
(transmigración del alma); o la de que alguien, por un cambio accidental de
vestimenta, se percató de que su fémur era de oro puro. Parece no haber dejado
una sola línea escrita. Su palabra era infalible para sus pupilos, como lo
evidencia la conocida frase αυτός έφα («el Maestro lo ha dicho»), con la que se
zanjaba cualquier disputa entre ellos. Se dice también que tenían prohibido
pronunciar su nombre, refiriéndose a él como «ese hombre» (έκείνος άνήρ). Pero
no siempre nos resulta fácil decidir cuándo una doctrina particular proviene de
él y cuándo no, habida cuenta del carácter y actitudes de la comunidad.
Su perspectiva apriorística la retomaron claramente Platón y la Academia, profundamente impresionados e influidos por
la escuela del sur de Italia. De hecho, desde el punto de vista de la historia
de las ideas bien podríamos presentar la escuela ateniense como una rama de la
pitagórica. El hecho de que no se hallarán formalmente vinculados a la «Orden»
tiene poca relevancia y menos relevante aún es su preocupación por velar, más
que enfatizar, su de pendencia respecto de la escuela pitagórica con vistas a
resaltar la propia originalidad. En cualquier caso, la mejor información acerca
de los pitagóricos se la debemos, como tantas otras informaciones, a las
sinceras y honestas referencias de Aristóteles,
aunque la mayoría de las veces el Estagirita está en desacuerdo con los puntos
de vista de los pitagóricos y los critica por su infundadas tendencias
apriorísticas, a las que él mismo sin embargo se inclinaba.
La doctrina básica de los pitagóricos, se nos dice, era que las cosas son números, aunque algunos
transmisores tratan de encubrir la paradoja, diciendo que «son como números» o
análogos a éstos. Estamos lejos de conocer el alcance real de esta afirmación.
Muy posiblemente se originó como una generalización a partir del impactante
descubrimiento que hizo Pitágoras de
las subdivisiones integrales o racionales (por ejemplo, 1/2, 2/3, 3/4) de una
cuerda, produciendo intervalos musicales que, al componerse en la armonía de
una canción, puede conducimos al borde de las lágrimas, como si hablaran, de
alguna manera, directamente al alma. (A la Escuela se debe un hermoso símil de
la relación entre el alma y el cuerpo, probablemente proveniente de Filolao: se
denomina alma a la armonía del cuerpo, vinculándose a éste del mismo modo en
que lo está un instrumento musical con los sonidos que produce.)
Según Aristóteles, las «cosas»
(que eran números) eran en primer lugar objetos sensibles, materiales; por
ejemplo, después de que Empédocles
desarrollara su teoría de los cuatro elementos, éstos también «se convertirían»
en números; pero también «cosas» tales como Alma, Justicia, Oportunidad tenían
sus números, o «eran» números. Un aspecto relevante era la atribución de
algunas propiedades simples de la teoría de los números. Por ejemplo, los
números cuadrados (4, 9, 16, 25, ...) tenían que ver con la Justicia,
particularmente identificada con el primero de ellos, concretamente el 4. La
idea implícita sería la posibilidad de dividir el número en dos factores iguales (compárense palabras como
«equidad», «equitativo»). Un número cuadrado de puntos puede ser ordenado en un
cuadrado, como por ejemplo en el juego de bolos. En el mismo sentido los pitagóricos
hablaban de números triangulares como 3, 6, 10, ... (…)
La primera propiedad de un número es la de ser impar o par. (El matemático
está familiarizado con la distinción fundamental entre números primos impares y
pares, aunque esta última clase sólo contenga el número 2.) Pero se suponía que
el número impar de termina el límite o el carácter finito de una cosa, haciéndose
así al par responsable del carácter ilimitado o infinito de otras cosas. Simboliza
la infinita (!) divisibilidad, puesto que un número par puede ser dividido en
dos partes iguales. Otro comentarista señala un rasgo defectivo o de
incompletitud (apuntando al infinito) del número par por el hecho de que al dividirlo
en dos queda en medio un espacio vacío carente tanto de posesor como de número
(άδέσποτος και άνάριθμος).
(pàgs. 53-57)
Erwin Schödinger, La
naturaleza y los griegos, Tusquets Editores, Metatemas, Barna 1997
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