Contra la floreta.
Todavía no salgo de mi asombro ante el revuelo organizado a causa de las declaraciones de la presidenta del Observatorio contra la Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial, Ángeles Carmona, en las que expresó que el piropo supone "una invasión a la intimidad de la mujer", por lo que defendió la importancia de eliminarlo, aunque sea halagador. Casi todos los articulistas y comentaristas masculinos de este país han hecho sus graciosas apostillas al respecto, que demuestran, una vez más, que esto del machismo de la sociedad es más persistente de lo que quisiéramos creer. Para los mejores, es tan solo un exceso más de esto de la igualdad de género que tanto les cuesta asumir, lo cual demuestra lo lejos que estamos de conseguir que hombres y mujeres podamos ser lo que somos: diversos, pero iguales.
Se han dicho muchas cosas como consecuencia de estas declaraciones: que el piropo es bonito, una arraigada costumbre de siglos, que atraviesa todas las culturas y civilizaciones, aunque nosotros (los españoles) creamos que es algo muy nuestro. Lo que nadie dice es quién decide eso de que es bonito, ni destacan que es siempre un hombre el que se lo dice a una mujer, en público y de manera anónima, sin que medie relación de afectividad y sin que nadie se lo solicite. La mujer no pide opinión sobre su cuerpo y, por tanto, no están legitimados para darlo. Que los hombres, por ser hombres, tengan un derecho histórico a piropear a las mujeres es, ciertamente, una estupidez machista más de las muchas a las que la sociedad en que vivimos nos tiene acostumbradas, porque son las reglas del sistema patriarcal, y romper con sus costumbres, grandes y pequeñas, les cuesta a las mujeres mucho esfuerzo, además de tener que ser objeto de sus mofas. No es más que una antigua construcción de la identidad del hombre a costa de las mujeres, consideradas objeto de su pertenencia. Otro estereotipo más. Antes también se decía eso de "Mi marido me paga lo normal"; hoy quizás no se diga, pero lo siguen haciendo.
¿Qué es agradable que te requiebren? Sin duda, pero en privado y con mutuo consentimiento. Nos gusta el piropo, claro, pero no en público ni anónimamente, que es lo que censuramos, porque además, en la inmensa mayoría de los casos, son expresiones soeces y atentatorias contra la intimidad, que es lo que denuncia la presidenta del Observatorio contra la Violencia de Género. Y no tiene nada que ver con la maravillosa poesía amorosa ni con los madrigales de Gutiérrez de Cetina ni con tantas cosas hermosas que se han escrito y dicho sobre las mujeres, que no, que se trata de otra cosa, del machismo que, en el mejor de los casos, no quieren darse cuenta de lo mucho que aún prolifera.
Los machos de este país han usado toda sus artillería burlesca contra esta persona, como la utilizarán conmigo y con las que antes han escrito también sobre el piropo, porque sostenemos, sí, que es una forma más del machismo social en que vivimos. Han llegado al colmo, no solo de seguir mofándose del feminismo y de las feministas, sino, incluso, del aspecto físico de la propia autora de la reflexión, muy propicio, según ellos para el piropo, "por su vistosa presencia física", que la invalidaba para decir nada en contra del mismo. Increíble, pero cierto.
El ámbito de las mujeres fue, por decisión de los hombres, el privado, y, precisamente por eso, nuestro mundo es un mundo de sentimientos; las mujeres piropeamos mucho más que los hombres, que tienen más dificultad para exteriorizar sentimientos; lo hacemos con mujeres, con menores y con los propios hombres, pero siempre en privado. Los hombres no se dicen piropos entre ellos ni lo guapos que están ni cosas de esas tan bonitas que nos decimos las mujeres. No estamos en contra de eso, al contrario, les animamos a que sean más expresivos. Reitero, de lo que estamos en contra es del piropo en público y anónimo. Ese es, justamente, el que consideramos otra forma de agresión verbal que no queremos. ¿Queda clara la diferencia?
Por último, añadiré que no es algo que solo ocurra en España; pasa en todo el mundo, y las mujeres de todos los países lo denuncian con más fuerza que nosotras. Sé que estoy generalizando y que la gran mayoría de los hombres no piropean en público ni de manera anónima a las mujeres, pero muchos defienden esa costumbre porque piensan que es un derecho adquirido que no quieren que les arrebaten. Algunos temen que, a este paso, acabemos siendo realmente iguales.
Amparo Rubiales, El piropo, El Huffington Post, 21/01/2015
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