Tothom troba el seu sud (Víctor Gómez Pin)
Por razones culturales, lingüísticas e históricas (empezando por la singularidad que supuso, hasta su división por Bonaparte, la República de Venecia), el Véneto podía ya con toda legitimidad oponerse a cualquier vocación uniformizadora por parte del tardío Estado italiano. Mas en ese Véneto agrario salpicado de admirables ciudades, los problemas de la Italia meridional eran percibidos como diferentes, pero nunca ajenos, y ni siquiera disociables de los propios.
En los últimos decenios, la región ha experimentado una mutación económica, y su PIB, entonces uno de los más bajos, ha pasado a ser el tercero de Italia. En consecuencia, de tierra de emigración (tres millones de personas desde finales del XIX) ha venido a serlo de inmigración, procedente del sur peninsular, pero asimismo del otro lado del Mediterráneo y de los denominados países del Este. Ello explica en parte la evolución política de sus siete provincias. En la década de los ochenta, caído el muro de Berlín, proliferan las formaciones que en la Italia septentrional desembocarían en la Lega Norte, de la cual es parte activa la Lega Véneta. Uno de sus miembros, Luca Zaia, preside hoy la región desde un palazzo emblemático de Venecia. Una Venecia que Zaia ve en conflicto con esa otra ciudad-espejo que es Roma, la cual encarna, según sus literales palabras, un “régimen despótico” al servicio de la Italia meridional, que Zaia no está lejos de considerar intrínsecamente indigente, y solo susceptible de escapar a la miseria por su habilidad para el expolio del Norte, por supuesto.
En consecuencia, la formación de Zaia propugna la secesión de la República Véneta, aunque de momento defiende el programa común de las formaciones de la Lega Norte: sobre todo, soberanía fiscal que acabe con el parasitismo meridional y leyes antiinmigratorias que pongan coto a la presencia foránea, asunto en el que sobresalió, en su etapa de ministro del Interior del Gobierno de Berlusconi, el hoy secretario general de la Lega, Roberto Maroni, soberanista del Norte, pero ducho en el arte de convencer a los despreciados meridionales de la conveniencia de obviar sus diferencias, aunando fuerzas en la tarea de asediar al inmigrante.
“No queremos seguir manteniendo al Sur”. Esta frase literal del presidente del llamado Partido de la Libertad en Holanda, ha podido oírse repetidas veces en boca de miembros de la Lega. Obviamente no se refieren al mismo Sur. Pues todo el mundo encuentra su sur en esta Europa donde el nacional es el único frente que parece tolerable, confundidos en la causa tanto los ultranacionalistas de Estados constituidos, como los aspirantes a Estado propio. Así, mientras el socialista más popular de Francia incorpora, en lugar de combatir, argumentos de la xenofobia lepenista, los nacionalistas flamencos arremetan a la vez contra los inmigrantes y los valones, acusados de parasitismo. Y mientras irresponsables tertulianos jalean los prejuicios de muchos ciudadanos españoles contra la lengua catalana, en Cataluña se hace un uso de la palabra misma España, hiriente sobre todo para los que, en palabras de Neruda, “aquel momento de España desterró a la sombra”. Por suerte, entre nosotros esta violencia simbólica no ha sido canalizada contra colectivos foráneos. No es el caso de la Italia septentrional, territorio de la Lega Véneta incluido, de tal modo que un odio real se va cimentando sobre la Padania imaginaria.
El hacer de la palabra sur un símbolo de rapiña, convierte para el otro la palabra norte en símbolo de repudio. Pero esta llaga de difícil sutura es variable despreciable cuando el objetivo real es que las falsas querellas suplanten a las verdaderas confrontaciones. Por eso es de sospechar que para los poderes gestores de esos sentimientos el que efectivamente llega a ondear la insignia véneta en su embajada del hipotético Estado de Flandes, sea menos importante que el canalizar toda la tensión hacia esa meta, pues ya se sabe que la energía se agota en la tentativa de alcanzar el propio horizonte.
Para muchos de los nacidos en terraferma, la Venecia que fue cruce de culturas del mundo, aún abocada hoy a la disparatada explotación de sus bellezas, se mantiene pese a todo como ciudad faro, ese simbólico refugio contra la barbarie que una leyenda le atribuye como origen. Y cuando una amenaza contra toda promesa de fraternidad se cierne sobre Europa en su conjunto, a muchos costará decirse: también Venecia.
Victor Gómez Pin, Tú también, Venecia, EL País, 05/05/2014
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