Som ciborgs.
Una larga tradición nacida en el territorio de la antropología filosófica,
que se remonta al mito de Prometeo y Epimeteo contado por Platón en el Protágoras,
sostiene la idea de que el hombre es, a diferencia de otros animales, un ser
inadaptado, que llega al mundo con sus funciones indeterminadas y que la
técnica viene a suplir y cubrir sus necesidades. (…)
Arnold Gehlen y Ortega
pertenecen a esta tradición que resume la historia humana en una historia de
esencias incompletas. En ella se contrasta la buena adaptación de los animales
frente a la neotenia, la desprotección y la aparente poca especialización de
los humanos que tendrían que haberse llenado de objetos técnicos para cubrir
sus carencias. Por más que sea una idea digna de meditarse, yo quisiera negar
esta tradición y olvidar a Platón y Ortega. Hay muchas razones para pensar
que esa concepción está demasiado influida por una noción esencialista de la
funciones biológicas, según la cual la finalidad aparente de los órganos ha
sido la razón exclusiva de su presencia. En ella, las tortugas están dotada de
una concha para protegerse; los equinos, de pezuñas para correr, etcétera. El
paleontólogo Jay G. Gould dedicó su
larga y provechosa producción divulgativa a criticar el esencialismo
adaptacionista como una mala lectura de la teoría de la evolución, mucho más
compleja, mucho más sofisticada que la idea de la fuerza evolutiva de una
función para cada órgano. Después de Darwin
deberíamos revisar a Platón: la
teoría de la evolución es una teoría de probabilidades y de sucesos singulares
que son amplificados por condiciones contingentes que, ciertamente, necesitan
una permanencia para convertirse en adaptaciones, pero no siempre es la función
aparente la que motiva la evolución del rasgo de la población. Los humanos no
están inacabados, al contrario, sus técnicas, sus prótesis, los contextos de
artefactos en los que evolucionaron sus ancestros les constituyeron como
especie: no necesitan la técnica para completarse, son un producto de la
técnica. Son, fueron, somos lo que llamaré seres ciborgs, seres hechos de
materiales orgánicos y productos técnicos como el barro, la escritura, el
fuego.
(…) Los humanos somos seres hechos de prótesis. Toda prótesis molesta. Es
la molestia de lo nuevo, la invasión de los hábitos y los patrones que se han
convertido en otra manera de ser. Nuestro cerebro crea los patrones esenciales
de acción que corresponden a las acciones que nuestros órganos motores están
capacitados para realizar. Cualquier variación, constricción, simple
modificación, produce molestias que se traducen en un malestar que persistirá
hasta que la prótesis se reabsorba como un elemento más del cuerpo y de su
sistema de hábitos (ejemplo: los zapatos nuevos). Cuando se produce la
reacomodación, la cotidianidad se restaura, el bienestar se vive ahora en una
situación novedosa, en un nuevo lugar del espacio de posibilidades que se ha
transformado como resultado de la invasión de la prótesis.
Las prótesis que conforman el cuerpo del ciborg no solamente restauran funciones
orgánicas dañadas (…): son también a veces creadoras de funciones vitales. Así
el vestido, el calzado, la vivienda, el universo entero de herramientas e
instrumentos con los que nos rodeamos, los lenguajes escritos, las
instituciones sociales, los códigos y las normas, las religiones y los
rituales. Son artefactos que inducen transformaciones en el espacio de
posibilidades, que comienzan como intrusión de una prótesis pero que más tarde
transforman las trayectorias de acciones y planes futuros de esos seres. Las
prótesis desclasan, desclasifican, transforman: nos convierten en (…) seres
desarraigados y exiliados a nuevas fronteras del ser. (…)
En resumen, las prótesis son forma de existencia de los ciborgs: son seres
protésicos en su mente y en su cuerpo. Viven en un exilio de las identidades
fuertes creadas por la naturaleza o por la tradición.
Los ciborgs ya no son humanos. Los ciborgs saben
que las especies son construcciones inestables en el río histórico de la deriva
genética. Saben que el calificativo de humanos se empleó muchas veces para
justificar la dominación: sobre los animales, sobre otros humanos que tenían
apariencia humana pero hablaban otras lenguas, olían de otro modo, rezaban a
otros dioses. Los humanos eran seres que afirmaban “todos los hombres son
racionales”, “todos los hombres son mortales” y en el nombre de seres tan
abstractos declaraban guerras a los bárbaros. Uno de los motivos de la
melancolía de los ciborgs es que no tiene un adjetivo para referirse a todos
ellos: “seres humanos” les parece un poco cursi, “posthumanos· también, un
término de diseño a la medida de la New
Age. Les llamaremos seres de la
frontera. (págs.. 18-26)
Fernando
Broncano, La melancolía del ciborg, Herder, Barna 2009
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