L'esquerra nacionalista.
Todo nacionalismo necesita delimitar el conjunto de personas a las que confiere la condición de miembros de su pueblo o nación; necesita definir (o construir, si antes no estaban bien definidas) las esencias de ese pueblo (sus rasgos identitarios) y oponerlas a cualesquiera otras que pretendan contaminarlas o desdibujarlas; y necesita definir también los enemigos de ese pueblo. Los nacionalismos que pululan por Europa (nacionalpopulismos) han establecido con claridad quiénes son sus enemigos: los inmigrantes, porque traen culturas extrañas, y los políticos de Bruselas, porque son extranjeros que pretenden gobernar desde fuera.
El nacionalismo catalán es democrático, y eso lo sitúa en un espacio distinto del de los nacionalismos de extrema derecha europeos, pero tiene unos fundamentos parecidos. Lo que contamina la identidad catalana es lo español, y los gobernantes externos están en Madrid. En lo económico habla de balanza fiscal, como si los impuestos los pagasen los pueblos y no los ciudadanos. El pueblo catalán queda perfilado como un conjunto orgánico que debe defenderse unido del acoso exterior (unidos, por ejemplo, los que se han enriquecido con la burbuja del ladrillo con los que han perdido sus casas por el estallido de la burbuja). Pero lo sorprendente es que tales ideas sean aquí transversales a todo el espectro político. ¿En qué momento se dejó imbuir la izquierda por estos planteamientos tan profundamente derechistas?
Dice Antonio Muñoz Molina en su libro Todo lo que era sólido que «en otras épocas la derecha había creído en las esencias, la izquierda en los devenires; la derecha en lo originario y lo inamovible, la izquierda en lo que se construye sobre la marcha, en lo que puede hacerse mejor. La derecha, desde el Romanticismo alemán, había celebrado lo autóctono; la izquierda, lo universal; la derecha, la lealtad a la tierra y a la sangre; la izquierda, el internacionalismo y la ciudadanía del mundo».
En Catalunya, aquello que era propio de la derecha ha impregnado a buena parte de la izquierda. Mientras la derecha se divide entre nacionalismo español y catalán, la izquierda está ampliamente imbuida del segundo, y parece haber olvidado que más importante que el marco territorial desde el que se gobierna son los contenidos de ese gobierno. Quienes estamos contra todo nacionalismo y desoímos los cantos a la soberanía nacional (catalana o española) nos habíamos convertido en una rareza, pero quizá estemos en un punto de inflexión tras la aparición de Federalistes d'Esquerres.
Puede que aún sea posible aspirar a una izquierda que rechace tanto el nacionalismo español como el catalán y que entierre ese anacronismo que constituye ya el concepto de soberanía nacional. Una izquierda que concentre sus esfuerzos en la transformación que requiere la política, tanto en el terreno de la regeneración democrática como para construir una alternativa a las tres décadas de dominio ultraliberal que nos han traído al pozo en el que nos encontramos.
Miguel Pajares, ¿Nacionalistas de izquierdas?, El Periódico de Catalunya, 18/05/2014
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