Distingir el senyal i el soroll.
El autor de La señal y el ruido (Península. Barcelona, 2014), Nate Silver, es la última incorporación al plantel de ensayistas que dominan la divulgación científica contemporánea. Se trata de escritores relativamente jóvenes, con una trayectoria de éxito científico, técnico o profesional a sus espaldas que se adentran en el terreno del ensayo de un modo inofensivamente irreverente, a caballo entre lo refrescante y lo narcisista. Al igual que Dan Ariely en psicología, Jaron Lanier en informática o Steven Levitt en economía, Silver es una figura de referencia en el campo de la estadística aplicada. Se dio a conocer en Estados Unidos con un sistema de predicción del rendimiento de los jugadores de la liga profesional de béisbol y, sobre todo, saltó a la fama en 2008, cuando inauguró FiveThirtyEight, una web dedicada al análisis político que logró predecir correctamente el vencedor de 49 de los 50 Estados norteamericanos en las elecciones presidenciales que ganó Barack Obama. Silver sigue todos los cánones del best selling y opta por un estilo de escritura informal, recurriendo con frecuencia al relato autobiográfico y sustituyendo las referencias teóricas tradicionales por entrevistas con expertos en los distintos campos que analiza.
La señal y el ruido propone una evaluación crítica, comprensible y sofisticada de nuestra capacidad predictiva en ámbitos como la economía, la meteorología o la política, en los que estamos arrojados a la incertidumbre y debemos confiar en herramientas probabilísticas. Al igual que en nuestra vida cotidiana, el reto es distinguir lo que sabemos de lo que creemos saber, la información significativa escasa (la señal) de una gran cantidad de interferencias cognitivas aparentemente relevantes (el ruido). Por eso la sobreabundancia de información puede tener el efecto paradójico de empeorar nuestra capacidad para realizar pronósticos fiables.
La señal y el ruido aparece en un momento ambiguo. Por un lado, la crisis económica y el declive del orden político internacional del siglo pasado han inducido una fuerte bajamar predictiva en las ciencias sociales contemporáneas, en las que más bien predominan las metáforas relacionadas con la fragilidad, la fluidez y el riesgo. Por otro lado, la revolución digital ha hecho aumentar exponencialmente la información disponible y la capacidad de gestionarla. Para los más optimistas, en la inminente era del big data lograremos una mejora sustancial de nuestra capacidad de realizar diagnósticos y pronósticos fiables en numerosas áreas de la vida social. En esta coyuntura, Silver trata de adoptar una posición prudente. Aunque considera que el compromiso con la predicción es un rasgo posible, deseable e incluso insustituible de la buena ciencia social, se muestra escéptico respecto a las promesas de la computación masiva de datos. El volumen de información ha aumentado de un modo vertiginoso, pero puede que la relación entre la señal y el ruido esté decreciendo.
En la primera parte del ensayo se estudian algunos ejemplos recientes de pronósticos fallidos y, más en general, ámbitos de la realidad sensibles por su grado de incertidumbre y su alto impacto social, empezando por los fabulosos errores de valoración de las dinámicas financieras globales previas a la crisis de 2008. Silver interpreta la burbuja inmobiliaria como un fallo predictivo de los propietarios, inversores y agencias de calificación, que ignoraron elementos clave —como el riesgo de impago hipotecario o la fragilidad del sistema financiero— de la realidad económica, y compara esas evaluaciones con los malos resultados que obtienen tanto los analistas políticos de los medios de comunicación como algunos expertos deportivos. Su objetivo es extrapolar su propia experiencia personal exitosa en estos dos últimos campos y cotejarla con las estrategias que emplean los meteorólogos, sismólogos y epidemiólogos para lidiar con sistemas dinámicos complejos. La moraleja que extrae es razonable: en las predicciones desempeña un papel crucial la capacidad para detectar una estructura empírica subyacente, más allá de las operaciones matemáticas. La única forma de distinguir el ruido y la señal es organizar una historia causal que tome en cuenta tanto los factores contextuales como la verosimilitud de las hipótesis. Y para eso es necesario introducir ajustes de criterio —lo que técnicamente son sesgos— en los procedimientos formales.
La segunda parte de La señal y el ruido es al mismo tiempo más modesta y más controvertida. Según Silver, nuestra capacidad predictiva puede mejorar a través de una aplicación generalizada del teorema de Bayes, es decir, mediante una comprensión de la racionalidad como un proceso intrínsecamente probabilístico. Esta especie de falsacionismo mundano saca a la luz las mayores limitaciones de su propuesta. En primer lugar, hay un claro cortocircuito en el modo en que, por una parte, reivindica la importancia del contexto para la perspectiva bayesiana y, por otro, desactiva las dimensiones políticas de esa estrategia a través de una perspectiva profundamente consensual. Sin ir más lejos, ¿la burbuja inmobiliaria fue el resultado de un sesgo cognitivo o más bien la consecuencia de un proyecto político exitoso impulsado por las élites económicas? En segundo lugar, Silver se muestra leal a las ciencias sociales ortodoxas y lucha denodadamente por evitar apartarse de posiciones cercanas a la teoría de la elección racional. Este doble conformismo mella el filo de su crítica, que acaba recordando un poco a una versión estadística de los tratados barrocos de urbanidad, un Gracián 2.0 para brokers y analistas políticos que aspiran a mejorar sus aptitudes predictivas.
César Rendueles, Nate Silver contra el big data, Babelia. El país, 31/05/2014
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