Es deia Phineas P. Gage.



El caso de Phineas Cage 3
Se llamaba Phineas P. Gage, era barrenero en Cavendish, Vermont, y trabajaba en la construcción del ferrocarril Rutland & Burlington Railroad, y murió el 21 de mayo de 1860 cerca de San Francisco, más o menos 12 años después del día en que debió morir y se salvó. El suceso le convirtió en un hombre famoso y, después de su muerte verdadera, en un caso esencial para el desarrollo del conocimiento de nuestro cerebro. Tenía que haber muerto el 13 de septiembre de 1848 en su trabajo de barrenero. Tenía entonces 25 años.

Aquel día, estaba Gage colocando un barreno. Primero, hizo con una barra de hierro un agujero estrecho y profundo en la roca. Después, rellenó el agujero con pólvora, un detonador y arena. Y, finalmente, apretó y compactó la carga con la barra de hierro. Entonces, inesperadamente, a las 16.30 horas, la carga explotó, quizá porque olvidó, no se sabe con certeza, poner la arena. La barra de hierro salió disparada y alcanzó a Gage, de abajo arriba, entrando por el pómulo izquierdo, por debajo del ojo, y saliendo por el centro de la cabeza, más atrás de la frente, al inicio de la cabellera. La barra medía 1.10 metros, tenía 3.2 centímetros de diámetro y pesaba casi 6 kilos. Después de la explosión y manchada de “sangre y cerebro”, la barra terminó a unos 30 metros del lugar del accidente. Y Gage no murió.

El Doctor John Martyn Harlow curó a Gage de su herida y le trató durante unas semanas hasta que se recuperó y pudo regresar junto a su familia en el cercano New Hampshire. Sin embargo, aunque físicamente parecía recuperado, su carácter había cambiado, no se reincorporó a su trabajo y sus compañeros decían que “nunca más fue Gage”. En los años siguientes realizó varios trabajos manuales, fue conductor de diligencias, viajó por Nueva Inglaterra e, incluso, vivió y trabajó varios años en Valparaíso, en Chile. En todos sus desplazamientos siempre le acompañó la barra de hierro que había cambiado su vida y, a veces, se exhibía con ella.


Por fin regresó con su familia, su madre y su hermana, que por entonces vivían en San Francisco. Allí murió el 21 de mayo de 1860, casi 12 años después del accidente. Años más tarde, el Dr. Harlow, aquel médico que le curó en Cavendish, Vermont, se enteró de su muerte y pidió permiso a la hermana para exhumar el cadáver y recuperar el cráneo. También encontró la barra de hierro y ambos, cráneo y barra, los depositó en el Museo de la Facultad de Medicina de Harvard después de dar varias conferencias y publicar varios folletos explicando la herida y sus consecuencias. Son estas conferencias, que unían herida y cambios en el carácter, las que hicieron famoso a Phineas Gage, después de muerto.

Hace unos años, en 1994, fue el neurólogo portugués Antonio Damasio el que recuperó a Phineas Gage, su herida y sus cambios de carácter. Al año siguiente lo incluyó, con gran extensión e importancia, en su libro Descarte’s Error. Damasio planteó las primeras conclusiones sobre las áreas dañadas del cerebro de Gage y su relación con su extraordinario cambio de carácter.

Pero fueron John Darrell Van Horn y su grupo, de la Universidad de California en Los Angeles, quienes retomaron este asunto y, con los más modernos métodos de análisis de imagen, nos contaron el daño que la barra de hierro hizo en el cerebro de Phineas Gage.

Pocos minutos después de la explosión y de extraerle la barra de la cabeza, Gage hablaba, andaba casi sin apoyo y subió a un carro que le trasladó a la consulta del médico, a algo más de un kilómetro. Como ya he contado, curó de sus heridas aunque no recuperó la visión del ojo izquierdo. Pero, como decía, lo que llamó la atención fue su cambio en el carácter. Aunque todos, familia y compañeros, notaron en cambio, hay pocos datos confirmados de su naturaleza, extensión y duración. Se habló más de todo esto cuando ya había muerto. Los cambios debían ser sutiles pero evidentes para familia y amigos, pues fue capaz de seguir con su vida y encontró trabajo cuando lo buscó.

El Dr. Harlow y algunos otros expertos que le examinaron, hablan de que “Pienso que este caso es enormemente interesante para cualquier fisiólogo preparado y para cualquier intelectual filósofo”. Otro declaró que Gage “pronto recuperará las facultades de cuerpo y mente… ahora que con considerables perturbaciones en su función”. Harlow escribió que el equilibrio entre las facultades intelectuales y las inclinaciones animales se había roto. Gage era ahora caprichoso, irreverente, indulgente con la blasfemia, irrespetuoso con los compañeros, impaciente ante la frustración o con la oposición a sus deseos, a veces obstinado, otras veces indeciso o vacilante, siempre haciendo planes que, ante el menor problema, se dejan de lado y se sustituyen por otros. Un niño en lo intelectual y un hombre en las pasiones animales, así lo describe el Dr. Harlow.

Antes del accidente, Gage, aunque no había ido a la escuela, era un trabajador hábil, especializado, rápido, con una mente equilibrada, enérgico y perseverante. Su conducta cambió tras el accidente quizá por los daños que la barra de hierro hizo en su cerebro. Pero nos queda una duda ya que el trabajo de Harlow es posterior a la muerte de Gage.

Pero el cráneo sigue en el Museo de la Facultad de Medicina de Harvard y se puede examinar con las técnicas modernas. En realidad, el cráneo original no se puede utilizar pues está deteriorado por los años y su estado es muy frágil. Pero existe una buena copia escaneada el 12 de junio de 2001 en la Facultad de Medicina de Harvard por Peter Ratiu, que sirvió de base para un breve estudio de los daños que la barra hizo en el cerebro de Gage. Pero en esta última década se han desarrollado software muy potente de análisis de imagen en el sistema nervioso central y, en concreto, en el cerebro y John Darrell Van Horn y su grupo quisieron aplicarlo a las imágenes obtenidas por Ratiu. Preguntaron en el Museo de Harvard y, asombrosamente, habían desaparecido de los archivos. Cuando se catalogaron las imágenes, se depositaron en el lugar equivocado. Tardaron 10 años en aparecer y, por fin, Darrell Van Horn pudo utilizarlas.


Reconstruyó el trayecto de la barra de hierro por el cerebro de Phineas Gage y, después, repitió la trayectoria por el cerebro escaneado de personas sanas y normales de parecida edad y físico con Gage. Así pudo localizar las zonas dañadas. En principio y es lo más evidente, la barra destruye zonas del hemisferio cerebral izquierdo y no afecta al hemisferio derecho. Aproximadamente, el 4% de la corteza del lóbulo frontal izquierdo es atravesada por la barra. Y, además, en su paso por el cerebro y salida por la parte superior de la cabeza, la barra afecta al 10% de la sustancia blanca. Es la capa más interna del cerebro y contiene fibras, no cuerpos de neuronas, que conectan unas zonas del cerebro con otras. Los autores sugieren que algunas zonas del cerebro, que no están afectadas directamente por la barra, pueden fallar porque ha desaparecido su conexión con el resto por esa destrucción de sustancia blanca.

Heridas como esta, en accidentes ocurridos en nuestros días, han alterado conductas en relación con el ánimo, la memoria, la planificación o las relaciones sociales. Y hay daños similares en la sustancia blanca en algunas demencias o en el Alzheimer.

Ya ven, aquellos cambios de conducta de Phineas Gage después de su accidente, y que tanto impresionaron a la clase médica de finales del siglo XIX, todavía siguen interesando en la actualidad. Quizá Phineas Gage, o por lo menos su cráneo, todavía no han muerto del todo.

Referencias:

Damasio, H., T. Grabowski, R. Frank, A.M. Galaburda & A.R. Damasio. 1994. The return of Phineas gage: Clues about the brain from the skull of a famous patient. Science 264: 1102-1105.

Damasio, A.R. 1995. Descarte’s Error: Emotion, reason, and the human brain. Avon Books. New York.

Darrell Van Horn, J. y 5 cols. 2012. Mapping connectivity damage in the case of Phineas Gage. PLoS ONE 7: e37454

Ratiu, P. y 4 cols. 2004. The tale of Phineas Gage, digitally remastered. Journal of Neurotrauma 21: 637-643.

Eduardo Angulo, El caso de Phineas Gage, Cuaderno de Cultura Científica, 19/05/2014

Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.

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