L'atzar, el gran igualador.


Cuando yo era pequeño había teorías sobre la lucha de clases y las batallas que libraban individuos inocentes contra las poderosas y gigantescas corporaciones, capaces de engullir el mundo. Cualquiera que tuviera hambre de cultura se alimentaba de esas teorías, herederas de la creencia marxista en que los medios de explotación se autoalimentan, y los poderosos se hacen cada vez más poderosos, incrementando así la injusticia del sistema. Pero bastaba con que uno mirara a su alrededor para ver cómo aquellas empresas grandes y monstruosas caían como moscas. Hagamos un corte transversal de las empresas dominantes en un momento dado; muchas de ellas habrán desaparecido varias décadas después, mientras que empresas de las que nadie oyó hablar nunca habrán desaparecido en escena, salidas de algún garaje de California o de una habitación de algún colegio mayor universitario.

Consideremos la aleccionadora estadística siguiente. De las quinientas mayores empresas de Estados Unidos en 1957, sólo 75 seguían formando parte del selecto Standard and Poor’s 500, cuarenta años después. Sólo unas pocas habían desaparecido en fusiones; las demás se habían reducido o habían quebrado.

Lo interesante es que casi todas estas grandes corporaciones estaban ubicadas en el país más capitalista de la Tierra, Estados Unidos. Cuanto más socialista era la orientación de un país, más fácil les resultaba permanecer a las grandes empresas. ¿Por qué fue el capitalismo (y no el socialismo) el que destruyó a esos ogros?

En otras palabras, si uno deja solas a las empresas, éstas tienden a ser devoradas. Los partidarios de la libertad económica sostienen que las corporaciones de talante ávido y bestial no significan amenaza alguna, porque la competencia las mantiene a raya. (…) … la auténtica razón incluye una gran parte de algo más: el azar.

Pero cuando se habla del azar (cosa que no se suele hacer), las personas normalmente sólo se fijan en su propia suerte. Sin embargo, la suerte de los demás cuenta mucho. Es posible que otra empresa tenga la suerte de que un producto sea un éxito de ventas, con lo que desplazará a los actuales ganadores. El capitalismo es, entre otras cosas, la revitalización del mundo gracias a la oportunidad de tener suerte. Éste es el gran igualador, porque casi todo el mundo se puede beneficiar de ella. Los gobiernos socialistas protegían a sus monstruos y, al hacerlo, abortaban a los posibles recién llegados.

Todo es transitorio. La suerte hizo y deshizo Cartago; hizo y deshizo Roma.

Decía antes que la aleatoriedad es mala, pero no siempre ocurre así. La suerte es mucho más igualitaria que, incluso, la inteligencia. Si a las personas se las compensara estrictamente según sus habilidades, las cosas serían aún más injustas ya que no escogemos nuestras habilidades. El azar produce el efecto benéfico de volver a barajar las cartas de la sociedad, para poder ganar al afortunado de siempre. (III, cap. 14, pàgs. 320-321)

Nassim Nicholas Taleb, El cisne negro. El impacto de lo altamente improbable, Círculo de Lectores, Barna 2008

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