L'espectacularització de la política.
Sin duda, se ha generalizado entre la ciudadanía la sensación de que estos han dejado de cumplir, al igual que los políticos en su conjunto, la función que se les había asignado. El lema no nos representan era, al respecto, muy claro. No impugnaba el vínculo de la representación en cuanto tal, sino su incumplimiento por parte de buena parte de la clase política. Denunciaba que la ciudadanía no participaba de la cosa pública a través de sus representantes, sino que asistía, en calidad de mera espectadora, al espectáculo de la obra de la que aquellos serían los actores principales.
Esta espectacularización de la política —por cierto, ya anunciada y denunciada en la década de los sesenta por los situacionistas— es en buena medida responsable del carácter crecientemente efímero de los liderazgos, que caducarían a la misma velocidad que cualquier otro producto de consumo, y puede estar dando lugar a una respuesta contaminada de idéntica lógica, a saber, la de la búsqueda de “rostros nuevos” que logren recuperar la atención de la ciudadanía hacia la política.
Quienes caen en esa trampa (y en ella se diría que están cayendo en diferentes grados todas las formaciones políticas e instituciones, casi sin excepción, bajo el pretexto del socorrido “relevo generacional”) no parecen ser conscientes de que con enorme frecuencia tales operaciones no sirven para que la ciudadanía recobre el interés por la política en sentido fuerte, sino únicamente por lo que esta tiene de mera representación teatral. De ser cierta la hipótesis, los ciudadanos atraídos por los presuntos nuevos rostros no habrían recuperado, como a los organizadores del espectáculo les gusta pensar, ningún tipo de ilusión sino que su ocasional apoyo o respaldo tendría el mismo carácter volátil y banal que tiene la relación con cualquier mercancía.
Hay otra posibilidad todavía peor, y es la de que los actores políticos sean perfectamente conscientes de la nueva lógica, interpreten que constituye el signo de los tiempos y piensen que no queda otra que adaptarse a su designio. En tal caso, la mentira tiene patas cortas, y no costaría nada anticipar el título del mayor éxito de la cartelera para la próxima temporada. En efecto, lo han adivinado: El desencanto. Segunda parte.
Manuel Cruz, La lógica que lo (des)ordena todo, El País, 15/06/2014
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