Ment i cervell són inseparables.
No es extraño oír a veces expresiones como "El cerebro nos engaña" o "Mi cerebro sabe lo que voy a decidir antes de que yo tome las decisiones" ¿Es eso cierto? La verdad es que no.
Para empezar, del mismo modo que lo que vemos en la pantalla de un televisor no es el procesamiento de información codificada que está teniendo lugar en sus circuitos electrónicos, la percepción consciente que tenemos en cada momento no es el procesamiento fisiológico que está teniendo lugar en los circuitos neuronales del cerebro, sino sólo la forma que éste tiene de hacer inteligible el resultado de ese procesamiento. Dicho en sencillo, lo que sentimos conscientemente en cada momento no es lo que está pasando en el cerebro, sino sólo sus conclusiones. Siendo entonces la consciencia el resultado del procesamiento cerebral, es natural que éste último anteceda a aquella aunque sólo sea en unos milisegundos. Eso es algo tan natural como que la electricidad pase por el cable antes de que se encienda la bombilla. Lo difícil de entender sería lo contrario.
Pero además, si nos expresamos diciendo que el cerebro nos engaña, quizá sin darnos cuenta estamos presuponiendo algo que en realidad no existe. Porque, ¿quién es ese nos del que hablamos?, es decir, ¿quién soy yo? ¿La carcasa que queda cuando se extrae el cerebro de mi cuerpo? Seamos realistas, si analizamos detenidamente nuestra propia naturaleza no tardamos en damos cuenta de que antes que nada somos nuestro cerebro y la mente que él crea. Porque si hubiese algo en el cerebro que decide por nosotros tendríamos que preguntarnos si dentro de ese algo hay también otro algo que toma decisiones por él, y así sucesivamente en una fantástica cascada imaginativa comparable a las matriuscas, esas bonitas muñecas rusas. Por extraño que parezca, la mente, más incluso que el cuerpo, es lo más propio y familiar que tenemos, aquello con lo que cada uno de nosotros más se identifica. Sólo lo que nuestro cerebro y nuestra mente son capaces de percibir o conocer no nos es ajeno. Lo que no existe en nuestra mente no existe para nosotros y si el cerebro se altera la mente también lo hace. A pesar de ello, analizándola introspectivamente, mirando cada uno de nosotros hacia su propio interior, podemos tener la errónea sensación de que la mente es algo añadido al cuerpo y diferente a él, en lugar de una manifestación tan inseparable del mismo, particularmente del cerebro, como el movimiento de la rueda. Aunque resulte paradójico, el único modo que tenemos de conocer nuestro cuerpo es mediante la propia mente, esa mente que él mismo crea. Es decir, es por la mente que llegamos al cuerpo del que ella depende, y no al revés. Por esa razón, si fuera posible trasplantar el cerebro de un cuerpo a otro lo que en realidad estaríamos haciendo no sería un trasplante de cerebro, sino un trasplante de cuerpo.
Precisamente una de las cosas que hace el cerebro es que nos sintamos ubicados en nuestro propio cuerpo. Es una percepción tan poderosa que rara vez nos planteamos cómo es posible. Cuando nos desplazamos de un lugar a otro nuestra mente viaja con nuestro cuerpo, encerrada en él, como su prisionera permanente, eterna. No concebimos como natural el que nuestra mente pudiera sentirse fuera de nuestro cuerpo. Ahora sabemos que esa percepción la crea el cerebro sincronizando lo que vemos con lo que sentimos al mismo tiempo en nuestro cuerpo. Alterando artificialmente esa sincronización Henrik Ehrsson y otros investigadores del Instituto Karolinska de Estocolmo han demostrado que cualquier persona puede trocar la ilusión de pertenecer a su propio cuerpo por la de estar ubicado en otro diferente, sea natural o artificial. Su dispositivo consiste en unos visores por los que el sujeto experimental visualiza imágenes distantes de él mismo tomadas con una cámara de vídeo situada tras él. Cuando el experimentador golpea suavemente el pecho real del sujeto con un pequeño bastón de plástico y simultáneamente hace el simulacro de tocarlo también virtualmente con otro bastoncito que sitúa delante de la cámara de video, el sujeto, que entonces siente como su pecho es golpeado al mismo tiempo que ve en primer plano un bastoncito que parece golpearlo, se percibe a sí mismo en la distancia, tal como lo capta en ese momento la cámara de vídeo. Vive sin vivir en él, podríamos decir, parafraseando a Santa Teresa (figura A).
La experiencia es aún más impresionante, pues cuando el experimentador hace el simulacro de golpear con un martillo el cuerpo virtual, el sujeto siente el mismo miedo que cuando la amenaza se cierne sobre su cuerpo real. Recientemente Ehrsson ha ido más lejos al conseguir mediante procedimientos similares que la mente del sujeto experimental se sienta trasladada al cuerpo de otra persona, al de una pequeña muñeca Barbie, o al de un maniquí gigante. La ilusión se parece tanto a la realidad que cuando los participantes en el experimento sintieron el pequeño cuerpo de la muñeca como el suyo propio percibían los objetos circundantes como más grandes y lejanos, es decir, sentían como gigantes los dedos o el lápiz que tocaba las piernas de la muñeca, en esa situación percibidas como las suyas propias. Algunos participantes ni siquiera se dieron cuenta del extremadamente pequeño tamaño del cuerpo de la muñeca y lo único que al parecer sintieron fue estar localizados en un mundo de gigantes. Eso significa que el tamaño que percibimos de nuestro propio cuerpo nos sirve de referencia métrica para evaluar el tamaño y las distancias de nuestro entorno, y explica también la común experiencia de sentir como más pequeños de lo que recordamos los lugares y objetos de nuestra infancia cuando los volvemos a visitar de mayores con un cuerpo de mayor tamaño.
En cómo sentimos nuestro cuerpo hay además algo especialmente misterioso. Aunque las sensaciones y percepciones se generan en el cerebro no las sentimos en él sino en la parte del cuerpo que es estimulada. Si nos tocan en una mano sentimos el tacto en esa mano y si lo hacen en la cara lo sentimos en la cara, pero en realidad son las partes de la corteza cerebral que reciben la información de las manos y la cara las que originan esas sensaciones. Una prueba de ello es el síndrome clínico conocido como "el miembro fantasma", que ocurre en pacientes a los que se le ha amputado un brazo o una pierna y durante algún tiempo siguen manifestando tener sensaciones de tacto o dolor en el miembro que ya no tienen. Y aún más sorprendente resulta la observación de que algunos pacientes que tienen dañado su cerebro pero no han sufrido amputaciones pueden manifestar la presencia de más de dos manos o dos pies, o incluso dejar de reconocer como propia una de sus piernas. Todo ello es prueba de que son el cerebro y la mente quienes crean la imagen y percepciones que tenemos de nosotros mismos llegando incluso a superar a la realidad.
Ignacio Morgado Bernal, Si el cerebro me engaña, ¿Quíen soy yo?, Bitácoras de ciencia. Investigación y ciencia, 15/01/2014
Para saber más:
Morgado, I. (2012). Cómo percibimos el mundo: una exploración de la mente y los sentidos. Barcelona: Ariel.
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