Les dificultats de pensar per un mateix.
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Nada suple el pensar por sí mismo. Precisamos de los demás, pero en definitiva se trata de labrar el propio pensamiento, el criterio que nadie ha de tener por nosotros. Lo que los demás nos ofrecen puede servirnos de compañía, de estímulo, puede ampararnos, abrirnos a horizontes imprevistos, desplazarnos de nuestra posición inicial o darnos motivos, fuerzas y argumentos para incidir en lo que pensamos. Y sin duda que lo necesitamos, pero es cuestión de que nadie, jamás, piense en nuestro lugar.
Presuponer que los otros son incapaces, carentes de juicio o de facultades de discernimiento, reducirlos a una permanente minoría de edad, parecería autorizarnos a dictar lo que ha de concebirse o hacerse en cada caso. No faltan quienes sentencian lo que corresponde pensar. Cosa bien diferente es expresar lo que uno considera más acertado o adecuado y defenderlo y hacerlo valer con buenas razones.
La supuesta comodidad que podría inducirnos a dejarnos llevar por lo que se viene diciendo o contradiciendo, incluso la priorización de los asuntos y la determinación de lo que habría de importarnos, no hace sino procurarnos formas más o menos sofisticadas de sumisión. Y, en efecto, pensar no es una actividad de tiempo libre, una tarea para desocupados, o para destacados dirigentes. El pensamiento y la libertad están tan íntimamente unidos que es precisamente lalibertad de pensamiento la que nos constituye como quienes somos.
Solo así somos capaces de responder, y en esa medida de participar en una verdadera conversación y, en su caso, controversia, o mostrar la fuerza no solo de la dicción sino de lo que supone la contradicción. El espíritu crítico no ha de requerirse imperiosamente y al dictado y, menos aún, presuponiendo que quien lo impone lo tiene, mientras el resto merecen consignas e indicaciones. Incluso, permanentes recetas. En última instancia, para adherirse.
Ciertamente nunca es tan fácil pensar por uno mismo, por una misma. Considerar que basta aislarse y desvincularse para lograrlo es ignorar que no consiste en confundir la autonomía con la indiferencia. Esta es el mayor enemigo. No el diferenciarse. Estimar que es cosa de ir confeccionándose un pensamiento, como si se tratara de una indumentaria, de un vestimento que nos habría de proteger y cobijar, pero externo a quienes somos, lo convertiría en un aditamento, en uncomplemento, cuando no, en un suplemento. Ello permitiría acomodarlo a las inclemencias y comportarnos al socaire de lo ventajoso o de lo convenido, llamándolo conveniente. Abrigaríamos así todo un conjunto de debilidades y de sospechas que, precisamente por eso, se enquistarían y emboscarían produciendo un verdadero poso; en ocasiones, no ya solo de apatía, sino de resentimiento.
El pensamiento no es una envoltura. Ni una coartada para confundir lo que uno es y piensa con lo que le resulta más ventajoso. Pronto se nos ofrecen otras comodidades, amparadas en modificaciones propuestas. En última instancia, tendrían algo de toque de atención, pero inquietamente procuradas por quienes tienen dificultades para dárselo a sí mismos. Quienes saben lo que nos conviene tienden a eludir el asunto de lo que preferimos y de los motivos por lo que lo elegimos. Otra cuestión es que ello pueda, y deba, llegar a ser objeto de deliberación.
Al propio pensar, al pensar propio, no le resulta fácil abrirse paso en la vorágine de informaciones, de opiniones, de dimes y diretes, de posiciones, de debates y de cuestiones sobre las que, por lo visto, siempre es preciso tener algo que decir y que hacer. E inmediatamente. Se confunde entonces con una operación. Para algunos no hay más medicina que la cirugía, por cierto, a veces imprescindible, aunque no siempre. Y menos cuando no se sabe muy bien qué hacer.
Sin embargo, la precipitación adopta asimismo la forma de una apática intervención, la que se limita a ser una actividad carente de pensamiento, aquella que en general no hace sino ratificar de distinto modo una idéntica situación. O la agrava. No solo no hay tiempo que perder, lo que parece razonable, es que no hay tiempo de espera, ni tiempo de análisis ni de reflexión. Todo es urgente. No hay otro tiempo. No hay tiempo de pensar, ni tiempo para el pensar. No hay tiempo.Todo es ejecución.
Ahora bien, la audacia de la mesura activa, la de la búsqueda permanente de espacios propios de intensidad, de adecuada toma de distancia, de cuidado y de cultivo del propio pensar propicia otros lugares para la palabra singular. Y otra forma de implicación. No se trata de eludir el acontecimiento, consiste en rehuir la fatuidad y la frivolidad de considerar que todo lo es. Entonces, cada cosa resulta tan decisiva que nada parece serlo. No distinguirlo es otra forma de apatía, la que nos envuelve en un torbellino en el que apenas encontramos el espacio adecuado para discernir. Como al salir de la caverna en la República de Platón, hay tanta luz que no hay modo de ver. Es cierto que se requiere habituarse, acostumbrar los ojos, pero es asimismo verdadero que el lugar del pensamiento ni propiamente es dentro de la caverna, ni en un afuera supuestamente luminoso donde nada puede verse. Incluso para ver se requiere alguna resistencia, lo que no impide la transparencia.
Los momentos complejos exigen un singular repliegue, no una retirada, para que el despliegue sea eficiente y fructífero. Sin esta experiencia del pliegue, en la atonía de lo que ni siquiera es un plano, sino algo aplanado artificiosamente, no hay propiamente ni superficie. El pensar se vuelve inocuo, inofensivo. Y no es que entonces todos pensemos igual, es algo peor, es que da igual lo que pensemos.
Pensar por sí mismo es una tarea y una labor singularmente compleja e imprescindible. No es un obstáculo para lo común, antes bien el requisito para que sea viable. Y, con ello, la comunicación. De lo contrario, solo hay trasiego de noticias. Y más aún, es la condición de posibilidad de la libertad de pensamiento, determinante en la configuración de la sociedad. Sin ella, sin esta distancia que es libertad, quedamos al albur de lo que en cada momento venga a ser lo que, según se dice, es lo prioritario.
Ángel Gabilondo, Pensar por si mismo, El salto del Ángel, 10/06/2014
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