L'alternativa a l'alternatiu.
Pocas cosas hay en la vida más agradables que las alternativas. Incluso Dios, al decir de Leibniz, pudo elegir entre crear el mundo o no crearlo (y desde entonces le estamos agradecidos por haber preferido la primera opción, sin duda más fatigosa que la segunda). No solamente contribuyen a que la existencia sea más variada y policroma, sino que a veces son incluso la única manera de sobrevivir, o al menos de no asfixiarse o de no enfangarse. Hasta tal punto estamos acostumbrados a su presencia que la falta de alternativas nos resulta casi tan inimaginable como la muerte (a la que se parece mucho) o tan insufrible como el aburrimiento total.
En los Estados democráticos modernos, la presencia de alternativas verosímiles de gobierno es la esencia misma de la tarea parlamentaria, de tal manera que esta se oscurece o se corrompe cuando la alternativa es sólo una ilusión verbal, bien sea porque los contenidos de la acción política hacen que dé lo mismo a quién se vote, o bien porque las propuestas alternativas no tengan ninguna posibilidad electoral de convertirse en acción de gobierno. Y en no pocas ocasiones la decisión a favor de una determinada opción no está tanto motivada por el cálculo de sus ventajas (o de los inconvenientes de su rival) como por el simple hecho de que seaotra,otra diferente de la que ya conocemos o de la que nos tememos, pues eso parece bastar para producir alivio en el espíritu o diversión en el cuerpo, como sugiere el uso coloquial del verbo “alternar”. En cualquier caso, el hecho es que ningún contenido concreto, ya sea en la política o en la moda, puede ser alternativo en sí mismo, sino únicamente con relación a otra cosa, aquélla o aquéllas que constituyen los polos alternos de la elección posible, y que más tarde o más temprano se presentarán a su vez como alternativas a esa opción.
Esta condición es la que parece haberse modificado en nuestros días mediante una perversión de su sentido que ha producido la singular sustantivación de lo alternativo, como si hubiese alguna clase de cosas que, por su propia naturaleza, disfrutasen del perpetuo carácter de ser alternativas, independientemente de los cambios que se produzcan en el terreno de juego. Lo alternativo sería, así, algo en sí mismo preferible como mejor; mejor, naturalmente, que aquello de lo que se presenta como alternativa y a lo cual se niega también por definición semejante condición. “Lo alternativo” es, en este respecto, una curiosa especie de “alternativa sin alternativa”, una elección que se presenta a la vez como forzosa (pues lo alternativo es de suyo preferible a lo no-alternativo) y como libre (pues nada manifiesta mejor la libertad que elegir “lo otro”).
Puede que, en esta paradójica acepción, lo “alternativo” —en la moda, en la política, en la gastronomía o en la guerra— esté suplantando el prestigio semántico de lo “minoritario”, un concepto que a veces sufre la misma deformación: el descrédito de las “mayorías” ha hecho que casi todo el mundo se identifique con alguna clase de “minoría” que, por el hecho de serlo, reclama sus derechos frente a las abusivas pretensiones de “la mayoría”. Lo perverso, en este caso, es olvidar que las minorías no son respetables por el mero hecho de serlo: los enfermos que necesitan diálisis o los vecinos de un pueblo de pocos habitantes son minorías que tienen derecho a defender sus intereses legítimos ante las mayorías, pero también los narcotraficantes o los que se dedican a la trata de seres humanos son minorías (que representan una forma de vida “alternativa” a la de la mayoría), aunque la idea de que por ello hayan de ser respetados sus derechos sólo puede hacerse valer en los tratos entre ladrones (que, como de sobra sabemos, son incompatibles con la publicidad y muy poco de fiar). Por tanto, aunque lo alternativo-sustantivado pueda en algún caso llegar a ser estadísticamente mayoritario (y, en consecuencia, aquello “mayoritario” con respecto a lo cual se constituye en alternativa sea de hecho minoritario o irrelevante), seguirá eternamente reclamando sus pretensiones como alternativo, precisamente debido a su adquirida sustantividad.
Sin embargo, la perversión de la lengua tiene siempre límites —al menos lingüísticos— que acaban por salir a la luz. Así, por mucho que lo alternativo quiera presentarse como bueno en sí y, por tanto, obstruir la posibilidad de que se dé una alternativa a ello mismo, por el simple hecho de aparecer como alternativo confiesa ya que vive secretamente de aquello a lo que se opone. En otro tiempo, la jerga machista designaba a las meretrices que frecuentaban los bares de mala nota como “chicas de alterne”, para subrayar su carácter de “alternativa” a la heterosexualidad conyugal masculina. Pero es evidente que su profesión dependía enteramente de la existencia del matrimonio legítimo (y de la naturaleza históricamente determinada del mismo), hasta el punto de que algunos defensores de la moralidad de la prostitución apoyaban su infame argumento en que se trataba de una “válvula de escape” que contribuía a la estabilidad matrimonial y evitaba la tentación de separación o de divorcio.
Puede que alguna vez “lo alternativo” haya sido visto en general con una simpatía comparable a ésa, es decir, como una saludable distensión de las presiones mayoritarias, igual que los extremismos políticos se consideran a menudo como “alertas” o “llamadas de atención” contra las tentaciones de abuso de los centristas. Lo que está empezando a suceder hoy es que, por una parte, lo alternativo-sustantivado sigue, como siempre y a pesar de su ya avanzada edad, viviendo parasitariamente de aquello de lo que se presenta como alternativa (pues de otro modo perdería todo el brillo de su atractivo, es decir, su halo de novedad y de libertad), y que constituye el secreto de su eterna juventud; pero, por otra parte, lo no-alternativo (igualmente sustantivado), a su vez eternamente viejo y desacreditado, se encuentra arruinado y en fase de demolición debido al éxito fulgurante de lo alternativo, y ya casi sólo subsiste como un fantasma, el fantasma que necesita lo alternativo para seguir presentándose como tal. Como en las grandes ciudades, es el centro lo que se queda vacío, devorado por las periferias o colonizado por el comercio. Es como si esta tristeza y este malestar que parecen dominar el clima de la vieja Europa no consistiesen simplemente en la falta de alternativas, sino en la falta de una alternativa a lo alternativo que se ha vuelto dominante sin llegar a asumir los costes de la dominación.
José Luis Pardo, Lo alternativo, Babelia. El País, 06/06/2014
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