El desigual repartiment del temps.
“No tener tiempo es un símbolo de estatus, significa poder, relevancia, importancia: puedo hacer esperar a los demás. Muchos superiores hacen eso. Si no tienes tiempo, demuestras que eres demandado. No siempre fue así. Un noble de hace unos cientos de años nos habría declarado completamente estúpidos: si no tenías tiempo es que tenías que trabajar porque eras pobre”, dice Stefan Klein, autor de El tiempo. Los secretos de nuestro bien más escaso. Para este físico y filósofo alemán, el tiempo es hoy la mercancía más valiosa y su escasez la más limitante. La ampliación de la oferta del mundo en tantos sentidos hace que nos enfrentemos al dilema de la elección y la renuncia. Estamos constantemente tentados (u obligados) a saltar de una actividad a otra.
“La temporalidad está estructurada por relaciones de poder, reproduciendo un tiempo vivido que está atravesado por el género, la clase y la raza”, aporta Judy Wajcman, profesora de la London School of Economics y autora de Esclavos del tiempo.Vidas aceleradas en la era del capitalismo digital. Lo que encontró esta socióloga en los datos es que, más que la tecnología, el género tiene un papel preponderante en la presión temporal: un porcentaje mayor de mujeres se sienten estresadas y apuradas, porque su tiempo está más fragmentado y realizan más tareas simultáneas que los hombres. Según documenta la literatura feminista explorada por Wacjman, las mujeres realizan una cantidad desproporcionada de trabajo doméstico no remunerado; y a medida que más mujeres ingresan al mercado laboral, experimentan un mayor conflicto trabajo-familia que los hombres. Eso provoca que las mujeres trabajadoras, especialmente las madres trabajadoras, suelan estar mucho más ocupadas que sus colegas o parejas masculinas. Ocurre incluso en parejas progresistas o en las que piensan que reparten equitativamente las tareas (y luego, objetivamente, no es así), como señaló la psicóloga Darcy Lockman en el ensayo Toda la rabia.
Por supuesto, la sensación de aceleración tiene que ver con las condiciones laborales: el trabajo se desparrama fuera de los horarios establecidos (de ahí la reivindicación del derecho a la desconexión), sobre todo para los trabajadores más precarios y los de la gig economy, donde se requiere una disponibilidad total a través de las aplicaciones regidas por algoritmos. El precariado, la nueva clase social teorizada por el economista Guy Standing, se caracteriza precisamente por esa falta de control sobre el propio tiempo, tanto a corto como a largo plazo, porque la inestabilidad complica hacer planes de vida futura.
“La alienación consiste en no poder apropiarnos ni conectar con los lugares y las personas, que es lo que ocurre cuando vamos corriendo de un lugar a otro”, ha explicado el pensador Harmut Rosa, otro de los grandes pensadores contemporáneos de la aceleración (junto con Paul Virilio, fallecido en 2018), en una entrevista con este periódico. Piensa que la velocidad, que en principio no tiene por qué ser negativa, lo es cuando provoca esa pérdida de conexión alienante. Como solución a la ubicua celeridad propone el concepto de resonancia, que viene a ser la conexión con el mundo, el sentimiento de presencia que provoca afectos, emociones o transformación.
Los hay que resuenan y los hay que, directamente, no se adaptan a los ritmos requeridos. En su ensayo Los lentos. La resistencia a la aceleración en nuestro mundo del siglo XV a la actualidad el historiador francés Laurent Vidal traza una genealogía de la aceleración y relata cómo los lentos, esos que no se adaptan, fueron progresivamente conceptualizados como holgazanes, inadaptados e incluso criminales: los indígenas colonizados, los vagabundos en el espacio urbano o los trabajadores que en la Revolución Industrial no se adecuaban a las nuevas formas de trabajo fabril. Dice Vidal que buena parte de los que murieron en los campos de exterminio nazis formaban parte de esos lentos: parados de larga duración, personas de etnia gitana, vagabundos, prostitutas, que el Reich calificaba como vagos y holgazanes.
Pero también da cuenta de las resistencias a la velocidad: los luditas que destruían las maquinas, los esclavos negros que disminuían el ritmo de trabajo en las plantaciones, (como dice la canción Mississippi Goddam de Nina Simone: do it slow, hazlo lento). La huelga, arma fundamental del movimiento obrero, hoy no tan bien vista: ni siquiera ir más lento, directamente parar. El modesto escribiente Bartleby de Herman Melville, que se oponía al curso del mundo cuando decía: “Preferiría no hacerlo”. Una frase que ahora se ve hasta en las ubicuas tote bags. Aunque, por lo general, todo el mundo prefiere sí hacerlo.
Sergio C. Fanjul, La vida acelerada, ¿dónde ha ido nuestro tiempo?, El País 30/10/2025
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