Quan el cervell transforma la repetició en obediència.
Lo conocí en Psicología General, en esas clases agudas dictadas por la psicóloga Brenda Ainchin, donde uno descubre que la mente humana es menos libre de lo que imagina y más fiel a sus hábitos de lo que quiere admitir. Allí apareció Iván Petrovich Pavlov, el fisiólogo ruso que sin proponérselo cambió la psicología para siempre. Su formación en la Universidad Imperial de San Petersburgo y sus investigaciones en la Academia Imperial de Ciencias de Rusia lo llevaron a un hallazgo que fracturó la manera en que entendemos el aprendizaje humano. Pavlov ganó el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1904, pero su impacto real fue otro, desnudó el funcionamiento automático del comportamiento, ese territorio donde la voluntad no gobierna.
Sus obras forman un entramado sólido que explica el aprendizaje por asociación. Entre ellas se destacan “Reflejos condicionados” (1927), “Actividades nerviosas superiores” (1932), “Lecciones sobre los reflejos condicionados”, y “Psicopatología y psiquiatría”, textos que muestran la obsesión metódica de Pavlov por entender cómo el cerebro transforma la repetición en obediencia. En su laboratorio demostró algo tan simple como perturbador, si un estímulo neutro se repite junto a un estímulo incondicionado, tarde o temprano desencadenará la misma respuesta incondicionada. Con eso inauguró el condicionamiento clásico, y con él una grieta irreversible en la historia de la psicología.
La escena es conocida, la campana, la comida, la salivación. Pero lo inquietante no es el perro, sino el mecanismo. La campana se vuelve comida. El sonido se vuelve biología. La repetición se vuelve destino. Desde ese día la psicología dejó de ser sólo introspección y discurso, y entró definitivamente en EL REINO DE LA CONDUCTA OBSERVABLE. Pavlov demostró que gran parte de lo que hacemos responde a asociaciones invisibles que se forman sin nuestro permiso. Eso desplazó paradigmas, rompió certezas y abrió el camino para la psicología del aprendizaje, el conductismo y los estudios modernos sobre la formación de hábitos.
Hoy el laboratorio de Pavlov está en todas partes. Ya no hay campanas metálicas ni perros en fila; hay teléfonos vibrando, pantallas encendidas, notificaciones que funcionan como pequeños látigos de dopamina. Lo que Pavlov descubrió en la Rusia del siglo XIX se perfeccionó en la sociedad del siglo XXI. Un sonido breve, una luz roja, un mensaje… y la mano se mueve sola. La conducta se activa antes de que la conciencia despierte. Somos herederos, y prisioneros, del mecanismo pavloviano.
Comprender su experimento es entender cómo nos formamos, cómo aprendemos y cómo nos condicionan. Es aceptar que la psicología cambió para siempre el día en que Pavlov demostró que incluso los actos más simples pueden estar gobernados por asociaciones que ignoramos.
Estudiar su legado es aprender a mirar nuestras propias campanas internas, desarmar los hábitos que ya no queremos y construir respuestas nuevas, deliberadas, elegidas. Porque si algo reveló Pavlov es esto, gran parte de lo que creemos espontáneo es, en realidad, una cadena invisible. Y romperla exige conocimiento, conciencia y una decisión firme de recuperar aquello que el hábito había tomado.
Julio César Cháves, El reino de la conducta observable
en el muro de Facebook 18/11/2025
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