La inviabilitat econòmica de la IA.




Después de la crisis de 2008, los bancos centrales inyectaron grandes cantidades de liquidez en el sistema para evitar la deflación. Con los tipos de interés cercanos a cero, los inversores institucionales se encontraron con una gran masa de capital que necesitaba encontrar rendimientos más elevados. Como dice el economista Nick Srnicek en su obra Capitalismo de plataformas: “La nueva economía de plataformas no es tanto la vanguardia de un nuevo capitalismo como una salida para el capital sobrante”.

Según Srnicek, esta situación favoreció “un exceso de capital en busca desesperada de rendimientos en un mundo de intereses bajos”. Buena parte de las inversiones se canalizaron hacia apuestas cada vez más arriesgadas, como las de capital riesgo en nuevas tecnologías. Así es como aparecieron las empresas emergentes: Google y Meta controlan la publicidad, Amazon la venta en línea, Netflix hace sombra a la industria audiovisual, Uber al sector del transporte, etc.

Con estas enormes inyecciones de capital sobrante, las empresas emergentes aplicaron una “nueva” estrategia para asaltar mercados consolidados: permanecer durante décadas en régimen de pérdidas hasta agotar a la competencia. Nueva al menos en cuanto a la escala en la que se ha llevado a cabo. Con notables excepciones, las plataformas tecnológicas no triunfaron porque ofrecieran un producto más avanzado tecnológicamente, sino porque con una app ocultaban prácticas monopolísticas de toda la vida: subvencionar precios para acaparar el mercado (dumping), contratar trabajadores en régimen de autónomos y así ofrecer precios más competitivos…

La desregulación de las protecciones antimonopolio permitía a las plataformas crecer hasta someter el mercado, y a partir de ahí entraban en una fase de hipercrecimiento a través de la extracción de todo el valor a proveedores y clientes. Este ciclo está excelentemente descrito por Cory Doctorow en su concepto de “mierdificación” (enshittification).

El problema es que las grandes tecnológicas, tras un crecimiento explosivo, están estancadas. Ya hace años que Google y Meta monopolizan el mercado de la publicidad en línea, y Amazon el de las ventas. Si siguieran su curso normal, se estabilizarían en un nuevo sector con pocos cambios y la tasa de ganancia iría bajando.

Pero no pueden permitirse perder el estatus de empresa en “hipercrecimiento”. Eso supondría una caída en picado de su altísima valoración de mercado, y literalmente billones de dólares desaparecerían de golpe. El valor de mercado de las empresas no se basa solo en sus beneficios actuales, sino en la percepción de crecimiento futuro. Empresas de sectores consolidados como la industria o el comercio tienen un valor en bolsa basado en sus ingresos, mientras que las empresas tecnológicas tienen un valor en bolsa más influido por la perspectiva de crecimiento. La métrica financiera que nos indica esta relación es la ratio precio-ventas, y si es muy alta, indica que los inversores valoran la empresa por encima de lo que realmente vende. El gigante de los supermercados Walmart tiene una ratio precio-ventas de 1,2, y Ford y General Motors de 0,3. En cambio, Apple está valorada en 9 veces lo que ingresa, y Microsoft en más de 13. El factor dominante es la perspectiva de crecimiento y beneficios futuros, no los ingresos actuales.

Todo esto hace que las empresas tecnológicas con alta valoración sean más competitivas, y las primas a sus ejecutivos más atractivas. Por eso quieren mantener esa apariencia de hipercrecimiento cueste lo que cueste. Mark Zuckerberg apostó el futuro de Facebook al “metaverso”, un mundo de realidad virtual, hasta el punto de rebautizar su empresa como Meta. El proyecto, sin embargo, no ha fructificado y la unidad de realidad virtual de Meta ha despedido recientemente a más de 600 trabajadores. Elon Musk lleva más de una década anunciando que la conducción autónoma de los vehículos de Tesla llegará “el año que viene”. De manera similar, el CEO de Anthropic ha afirmado que gracias a la IA tenemos ante nosotros un futuro en el que “el cáncer será curado, el presupuesto equilibrado y el 20% de la población estará en el paro”.

Muchas empresas exageran sobre sus productos, pero las que lo hacen más son las tecnológicas, y lo hacen por necesidad. Es en este contexto en el que deberían enmarcarse las promesas que hacen sobre el impacto de la IA. Y nada como prometer a sus clientes que podrán echar a la calle a miles de trabajadores.

Los mismos que prometían que el futuro era el “metaverso”, o que los coches se conducirían solos, ahora nos prometen que la IA nos sustituirá a todos. Las estadísticas muestran cambios localizados, por ejemplo, en sectores como la atención al cliente, pero no una sustitución masiva. El éxito de los proyectos en los que se han sustituido trabajadores por IA es discutible, y daría para otro artículo. Lo que sí se ha observado es un efecto de histeria colectiva: los medios reproducen acríticamente las promesas de los ejecutivos, los trabajadores creen que están a punto de ser sustituidos por un robot, y los inversores presionan a otras empresas para “no quedarse atrás”, aunque eso implique integrar la IA en productos donde no tiene sentido y de forma burda.

La necesidad de estar permanentemente en una fase de hipercrecimiento explica en gran medida la gran apuesta que han hecho las grandes plataformas tecnológicas por la IA. Pero ¿qué tan buena es esta apuesta?

Actualmente, la industria de la IA tiene resultados desastrosos. Cada nuevo modelo tiene un coste de entrenamiento enorme. Entrenar ChatGPT 4 costó más de 100 millones de dólares, y el coste de ChatGPT 5 podría haber superado los 1.000 millones. Una vez en funcionamiento, el coste operativo también es prohibitivo, ya que los modelos son cada vez más grandes. Para atraer a los usuarios, las empresas de IA como OpenAI, Microsoft, Google y Anthropic subvencionan los precios, asumiendo enormes pérdidas. El analista especializado en IA Ed Zitron calcula que solo en 2025 las grandes tecnológicas han invertido 354.000 millones de dólares, mientras que la proyección de ingresos es de poco más de 28.000 millones.

Esto significa un 92% de pérdidas anuales. En el caso de Anthropic, la empresa rival de OpenAI, durante el pasado septiembre gastó en infraestructura de Amazon Web Services para hacer funcionar sus servicios de IA más de lo que ingresó en suscripciones por esos servicios, generando pérdidas operativas. Para equilibrar los balances, estas empresas tendrían que incrementar los precios un 1200%, lo que supondría el fin del negocio.

Esta situación de pérdidas es insostenible, incluso para las grandes plataformas tecnológicas y los fondos de inversión con enormes reservas de capital. OpenAI y Anthropic deben recibir periódicamente grandes inyecciones de capital para mantenerse en funcionamiento, lo que, como hemos visto, es una característica habitual de las empresas emergentes. Pero ¿hasta cuándo puede una empresa seguir quemando inversiones a este ritmo? Los inversores siguen confiando en ellas, pero las muestras de impaciencia en Wall Street ya comienzan a notarse. Por eso se suceden los anuncios de grandes proyectos y enormes inversiones.

En resumen: el modelo de negocio actual de las IA no es viable económicamente, las inversiones anunciadas no se están realizando, son difícilmente realizables, y de producirse se depreciarían rápidamente.

Como dice Cory Doctorow: “Lo más importante de la inteligencia artificial no son sus capacidades técnicas ni sus limitaciones. Lo más importante es el relato de los inversores y la histeria consecuente que ha preparado una catástrofe económica que perjudicará a cientos de millones o incluso miles de millones de personas. La IA no se despertará, no se volverá superinteligente ni te convertirá en clips de papel. Pero los ricos con psicosis inversora por la IA casi con toda seguridad te harán mucho, mucho más pobre”.

Oriol Arcas, No les creas: mitos y realidades de la IA, ctxt 14/11/2025

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