Born in the U.S.A. (Official Video), el seu verdader significat.
El 19 de septiembre de 1984, Ronald Reagan culminó un mitin de campaña en Hammonton, Nueva Jersey, con las siguientes palabras: «El futuro de Estados Unidos reside en el mensaje de esperanza de las canciones de un hombre a quien tantos jóvenes estadounidenses admiran, Bruce Springsteen de Nueva Jersey». Era una clara alusión a la entonces muy popular canción de The Boss, «Born in the USA».
Y así comenzó lo que posiblemente sea la interpretación errónea más extendida y persistente de una canción en la historia de la música popular.
«Born in the USA» puede describirse de mil maneras. Pero hay una descripción que definitivamente no le cabe: la de un himno a las infinitas posibilidades de la vida estadounidense. De hecho, es todo lo contrario: un acusación desgarradora sobre la creciente brutalidad de la cultura norteamericana y la desaparición de la posibilidad de movilidad social para los residentes de los pequeños pueblos del país.
Hoy en día se habla mucho en las culturas de los Estados Unidos y de Europa de la idea de trauma. Parte de esta moda, como por ejemplo los gritos de “¡trauma!” que emanan de las bocas de los veinteañeros cuando simplemente escuchan o leen una opinión que no les agrada, es evidentemente frívola.
Pero eso no significa que no exista un sentimiento fuerte y generalizado de trauma en nuestras culturas, ni que estos jóvenes no lo padezcan enormemente.
Indica más bien que estos jóvenes, y muchas otras personas no tan jóvenes, han interiorizado demasiado bien uno de los mensajes más claros, aunque raras veces voceado, que nos transmite nuestra cultura: que hablar de los profundos traumas que los centros supremos de poder económico y social han desatado sobre los ciudadanos es estrictamente tabú, y que hacerlo solo puede conducir a represalias.
Conscientes de esto, y bombardeados en las escuelas por una pedagogía buenista que intenta, en efecto, ilegalizar cualquier expresión legitima de desafección o de enojo, los jóvenes canalizan su ira hacia tareas imposibles como la de “erradicar el odio” o de fiscalizar las palabras y los pensamientos de los demás.
Huelga decir que a las poderosas élites que trabajan con ahínco para establecer un nuevo sistema de feudalismo electrónico les complace enormemente ver a los jóvenes gastando su energía en actividades inútiles y anti-solidarias de este tipo.
Focalizar la ira ciudadana sobre de nimiedades, les permite distraer a los ciudadanos de asuntos más importantes. Saben, además, que mantener un sentimiento incipiente de agravio en el grupo de edad más tecnológicamente sofisticado de la sociedad sobre asuntos que, en última instancia, no pueden resolverse de forma ordenada ni satisfactoria, les proporciona una milicia de camisas negras cibernéticas en potencia, listos a atacar a cualquiera que ellos señalan como problemáticos.
Los peces gordos solo tienen que activar los estímulos algorítmicos que han diseñado para fomentar la denigración de cualquier persona que ellos consideren un obstáculo para su sueño de control social total, y observar cómo los descendientes de los iconoclastas bizantinos de los siglos VIII y IX llevan a cabo sus actos destructivos.
Pero ¿qué pasaría si, en lugar de esto, abriéramos un debate serio en nuestra cultura sobre los los numerosos traumas que nos infligen los grandes poderes estatales y económicos, los efectos duraderos que tienen estos ataques sobre nuestros cuerpos y nuestros patrones cognitivos, y cómo, cuando ignoramos su presencia podemos acabar experimentando la sensación de desesperación descrita en la canción (tan ampliamente incomprendida) de Springsteen?
Thomas Harrington, Cinco años de traumas e incomprensión, Browstone España 23/03/2025
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