text 96: Eliana Brum, El virus somos nosotros





La forma en que vivimos en este planeta nos ha convertido en víctimas de pandemias. El enemigo somos nosotros. No exactamente nosotros, sino el capitalismo que nos somete a una forma de vivir mortífera. Y, si nos somete, es porque, con más o menos resistencia, lo aceptamos. Hay que cambiar la forma de vivir. Nuestra sociedad tiene que convertirse en otra.
El impasse que nos impone la pandemia no es nuevo. Es el mismo en el que nos puso, hace años, décadas, la emergencia climática. Los científicos —y más recientemente los adolescentes— repiten y gritan que hay que cambiar urgentemente la forma en que vivimos o seremos condenados a que parte de la población desaparezca. Y quien sobreviva estará condenado a una existencia mucho peor en un planeta hostil. Toda la información científica indica que es necesario dejar de devorar el planeta, que hay que cambiar radicalmente los patrones de consumo, que la idea de crecimiento infinito es una imposibilidad lógica en un mundo finito. Es un hecho comprobado que los humanos se han convertido en una fuerza de destrucción.
El efecto de la pandemia es el efecto concentrado, agudo, de lo que la crisis climática produce a un ritmo mucho más lento. Es como si el virus nos hiciera una demostración de lo que viviremos pronto. Dependiendo de los niveles de sobrecalentamiento global, llegaremos a una etapa en la que no hay vuelta atrás, no hay vacuna, no hay antídoto. El planeta será otro.
Como la crisis climática es más lenta, siempre se ha podido fingir que no existía, llegando al paroxismo de elegir a negacionistas como Jair Bolsonaro, Donald Trump y toda la conocida panda de destructores del mundo. El virus no permite fingir. Toda la ilusión de que el mundo lo controlan los humanos se ha disuelto en un tiempo récord. Y la humanidad finalmente ha descubierto que hay un mundo más allá de sí misma, poblado por otros que incluso pueden acabar con nuestra especie. Otros que ni siquiera podemos ver. En nuestro furor de especie dominante, extinguimos a muchas formas de vida. Y entonces llega el virus, que no está interesado en darnos ningún mensaje, solo se ocupa de sus propios asuntos, y nos muestra: vosotros, los humanos, no estáis solos en este planeta ni tenéis el control que creéis que tenéis.
El virus, que nos arrancó a todos del sitio, independientemente del polo político, está ahí para recordarnos eso. La belleza es que, de repente, un virus ha devuelto a los humanos la capacidad de imaginar un futuro en el que deseen vivir. Si la pandemia pasa y todavía estamos vivos, a la hora de recomponer las humanidades podremos crear una sociedad capaz de entender que el dogma del crecimiento nos ha llevado a este momento, que cualquier futuro pasa por dejar de agotar lo que llamamos recursos naturales, y que los indígenas llaman madre, padre, hermano.

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