text 56: Esteban Hernández, Por qué van a crujir a los trabajadores, pymes y autónomos españoles (y una solución).




La política de 'id a los pubs e infectaros' de Reino Unido, la misma que siguieron EEUU y Países Bajos, entre otros, y en la que han dado marcha atrás, tenía una lógica que algunos expertos respaldaban bajo el lema 'inmunidad colectiva'. En esencia, consistía en lo siguiente: el virus circulará y cada cuerpo combatirá contra él, irá creando defensas, asimilándolo y venciéndolo con sus propios recursos. En esa batalla individual, habrá quienes sufran o mueran, en general personas mayores o con patologías previas, o aquellas que no se encuentren en buen estado de salud, pero será el precio inevitable de refuerzo de la comunidad. Puede parecer extraña, pero la hemos oído muchas veces antes aplicada a otros campos, y en especial aplicada a las crisis económicas. Cuando las cosas se tuercen, suelen desaparecer los oficios, la mano de obra y las empresas que están en peor situación, aquellas que aportan menos valor a la economía, y por lo tanto, las recesiones tienen mucho de terapéutico, ya que reorganizan la vida material y la resitúan en los sectores con más posibilidades. Hay bajas, pero es el precio que debe pagarse para tener un mercado sano y estable.

En definitiva, que no solo se trataba de priorizar la economía sobre la salud, sino que la forma de abordar ambas cosas era la misma. El pensamiento economicista ha ido impregnando muchas esferas de la vida experta, pero que alcance también a lo sanitario en mitad de una pandemia excede lo desagradable.

Es decir, que tenemos una visión económica, aplicada por los países anglosajones y por la liga hanseática, que al mismo tiempo que presiona a los débiles, consolida a los fuertes. Si juntamos los dos extremos, el aspecto darwinista de la selección natural y el de refuerzo a quienes ya son millonarios, podríamos decir que el virus de la ortodoxia económica se parece mucho a lo que el sociólogo Robert K. Merton denominó ‘efecto Mateo’, en alusión al Evangelio según San Mateo: “Al que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, incluso lo que tiene se le quitará”.
Es normal que esta visión económica haya sido impulsada por los países anglosajones y por los de nueva liga hanseática, Estados de cultura protestante. Han vivido inmersos en una mentalidad según la cual el éxito material era la señal de estar predestinado al paraíso, la marca de los elegidos de Dios. Esa alianza entre pensamiento religioso y orden económico, que describió Max Weber de forma expresa, tiene hoy una continuación extraña (recomendable la conexión cultural que estableció Barbara Ehrenreich en ‘Sonríe o muere’), en la que el premio extra no llega en la otra vida sino en esta, a través de un mercado que ofrece esa recompensa adicional que antes se posponía a nuestro encuentro con el Señor. No en vano, Lloyd Blankfein, cuando era CEO de Goldman Sachs, afirmaba que su trabajo era "hacer el papel de Dios". La 'providencia' ejecuta la justicia premiando a quien está en buena forma y castigando a quien se halla en una situación débil, ya sea gracias a los virus, como diría Johnson, o a las crisis, según los economistas ortodoxos.
Pero también hay algo que suele ignorarse y que el coronavirus ha puesto de manifiesto: es una cuestión enormemente pragmática.
La pandemia les ha hecho recular en lo sanitario, han tenido que olvidarse de sus fantasías de la inmunidad, y han tenido que declarar el confinamiento porque esta tarea es colectiva: aquí no hay salvación a través de acciones puramente personales. Entendieron a regañadientes que los virus, librados a su suerte, se van comiendo todo; primero a los más débiles, luego a otra parte de la sociedad y después a la gran mayoría. Con la economía pasa igual, y la nuestra funciona como un virus que ha ido empobreciendo a distintas clases sociales y a distintos países, pero no parará ahí, porque para esto no hay fronteras. Es hora de que Occidente reaccione, y en especial Europa, que deje de actuar como Johnson en la pandemia y piense en el bien común. Es la única manera de solucionar esto. Y sí, hay una cuestión moral de fondo: el mundo no puede estar gobernado por el integrismo económico heredero del calvinismo.

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