text 54: José María Agüera Lorente, Cotidianidad y contingencia: reflexiones en tiempos de pandemia




No hay quien pare a la evolución, cuyo motor es el azar. El azar sigue al mando en forma de virus proveniente no se sabe de dónde. La naturaleza que no piensa le vuelve a echar un pulso al primate que cree saber. Fue Thomas Schelling, economista ganador del premio Nobel fallecido hace cuatro años, quien en alguno de sus escritos llama la atención sobre la tendencia humana a considerar que «lo poco conocido» es «improbable». La contingencia que no nos hayamos planteado seriamente nos parecerá extraña, tan improbable que consideramos que no merece la pena planteársela seriamente de tal forma que se la pueda tener en cuenta a la hora de planificar. A nuestro mundo de representaciones, ese en el que las naciones son más reales que la humanidad y el dinero más que la vida, le pasa lo que al rey desnudo del cuento, y ahora nos abruman los dilemas en medio de una encrucijada de incertidumbres: ¿democracia liberal o autoritarismo? ¿Cuidado o economía? ¿Solidaridad o miedo? ¿Salvación o catarsis? ¿Verdad o ilusión? ¿Materia o representación?
Hay que reconocer que nos hallamos ante un prodigioso experimento, ante una de esas pruebas por las que la humanidad ha de pasar de tanto en tanto, todo un reto que nos plantea la naturaleza, un examen a nuestra sabiduría. La que se echa en falta cuando uno oye a ciertos dirigentes políticos, haciendo de capitán A posteriori, ese personaje de la serie de dibujos animados llamada South Park, que es una caricatura de superhéroe cuyo poder consiste en advertir de los errores que se cometieron y que permitieron que ocurriese un desastre. A toro pasado siempre es fácil hacer una buena faena.
Escudados en nuestra confortable cotidianeidad, donde todo es transparente sujeto como está a una lógica humana que le da la espalda al mundo real –es decir, al material o natural–, nos manteníamos ilusoriamente a salvo de las contingencias. manifestaciones que son elemento esencial de la realidad que a fuer de engreimiento antropológico hemos desahuciado de nuestro modo de vida. De éste forma parte esencial por el contrario la planificación, que se basa en contar con que las cosas van a seguir como hasta ahora y que seguiremos vivos para programar viajes y comprar billetes de avión o adquirir entradas para espectáculos o programar eventos o hacer precisas previsiones económicas según las cuales fijar presupuestos. Todo ello con meses  y años de antelación.
El imperio del azar, pródigo en contingencias sin número, ése al que nunca reduciremos del todo por muy poderosa que llegue a ser nuestra tecnología, nos ha puesto en nuestro sitio. Nos ha mandado al rincón de pensar sirviéndose de un insignificante virus que no piensa. Y nos ha colocado ante la evidencia de nuestra mortalidad.
Nuestra individualidad, que es lo primero que se nos impone nada más nacer mediante el nombre, ante la fuerza imponente de la naturaleza, se ha de rendir y reconocer lo que somos al final, animales, frágiles sistemas biofísicos que se enfrentan a la ineludible contingencia radical con el necesario cuidado de los otros. 

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