La feminització de la pobresa.


Vamos a detenernos un instante en comprender por qué las mujeres han participado y siguen participando en menor medida en el mercado de trabajo o, dicho de otro modo, por qué las mujeres tienen muchas más probabilidades que los hombres de vivir en la pobreza. Pues, porque a ellas les ha correspondido tradicionalmente el tiempo del cuidado, esto es, ocuparse del hogar, las criaturas, las personas dependientes y las ancianas. En definitiva, ocuparse de los cuidados que cualquier ser humano en algún momento de su vida necesita. Un trabajo que requiere mucho esfuerzo y tiempo que no estará disponible para otra actividad. Un trabajo por el que las mujeres no reciben contraprestación económica ninguna; si acaso, como un día me señaló el economista Sala i Martín, un salario emocional. Pero, obviamente, las hipotecas no se pagan con emociones.

Ese ingente número de horas invertido en el cuidado no ha sido tenido en cuenta nunca por las escuelas de economía, ya que no las han considerado economía productiva, y, sin embargo, son absolutamente imprescindibles para la sostenibilidad de la vida humana, e incluso de la llamada economía real. Ha sido necesaria la mirada de sociólogas como María Ángeles Durán o economistas como Cristina Carrasco para que entendiéramos que estas horas, monetizadas, pueden llegar a ser el equivalente de un cuarto del PIB del país.

Cuando las mujeres, formadas y conscientes de sus derechos, han saltado a la palestra del mercado laboral, no sólo han descubierto con pesar que se las obliga a desarrollar una doble jornada sino que, además, para la patronal llevan en la frente, según palabras de la matemática María Pazós, el cartel de “menos disponible”.


En los países en vías de desarrollo, pues, las mujeres son carne de cañón para las organizaciones dedicadas al tráfico de personas (segunda causa de la prostitución), uno de los mayores negocios del mundo que, junto con el de las drogas y el de las armas, generan beneficios astronómicos. Se calcula que anualmente son traficados entre 800.000 y 1,2 millones de seres humanos, de los que el 80 por ciento son mujeres cuyo destino son las carreteras, calles, pisos y puticlubs de los países desarrollados, donde ejercerán de esclavas sexuales de varones occidentales, ya sean ejecutivos agresivos, trabajadores quejosos de ser oprimidos por la patronal, “respetables” padres de familia, niñatos que celebran su fin de curso, curas, solteros a quienes les parece menos complicado eso que ligarse a una mujer de igual a igual porque, en este caso, están obligados a satisfacerla sexualmente...

(...) Cambiar el destino de estas mujeres pasa porque los derechos de las mujeres dejen de ser derechos de segunda y pasen a formar parte de verdad de los derechos humanos.

Gemma Lienas, La pobreza alimenta la prostitución, El País, 12/09/2012
http://elpais.com/elpais/2012/08/09/opinion/1344519747_890285.html

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