El més enllà, aquí.
Un tópico tan pesado como extendido es el que afirma que tras una desgracia
importante, la vida se toma de otro modo pero especialmente "con más calma". No
he visto, sin embargo, ningún caso que lo represente así. La vida se siente más
frágil cuando la pierde un pariente o un amigo cercano y su desaparición hace
tambalear las vagas ideas de inmortalidad con las que habitualmente vivimos. No
obstante esto sucede durante un corto intervalo. La fantasía de que sólo mueren
los demás retorna pronto y nuestra tarea, en todo caso, es tener en cuenta la
brevedad de la vida, desaparecen pronto. Hay casos de gentes que se retiran de
su trabajo o lo cambian por algo más sencillo en una localidad más simple. Pero
¿qué ganan? ¿Felicidad? Se trataría de una felicidad similar a la de los
sanatorios y hasta de las UVIS. Alguien se recluye allí, en el pueblo o en la
montaña, esperando a la muerte desde una posición supuestamente más sana pero,
paradójicamente, también más oportuna.
Establecerse en una ocupación y un espacio "natural"
para mejor tomar conciencia de la existencia y vivirla con mayor intensidad (sus
olores, sus sonidos, sus luces) no significa otra cosa que hallarse preparando
ya el decorado de la despedida, inmediata al entierro.
Todo esfuerzo por desprenderse de este mundo
significa, de hecho, colgarse de un más allá que aún estando aquí es como el
árbol significativo adonde acudirá la muerte. Vivir apartado de las vanidades de
este mundo, se dice, ayuda a gozar de sus virtudes. Pero "mejor" no es otra
cosa, tal como enseñaban los místicos, que dialogar mucho más con el instante
final. Ese remanso campestre, por ejemplo, se toma como un bendito jardín pero
se trata simultáneamente de una variedad de camposanto. Por el contrario, el
bullicio de la vida urbana, las múltiples ocupaciones, la falta de reposo llevan
a no pensar en morir. La tan lamentada pérdida de tiempo que provocan las
ciudades es cronológicamente una verdad sin discusión. Pero ¿quién puede negar
que ese trajeteo con horas perdidas procura secretamente horas ganadas al
pensamiento funeral y, al cabo, horas vacías que nos procuran la idea (falsa,
claro está, pero convincente) de que el tiempo se evapora. Y desaparecido el
tiempo ¿quién puede, en su extremo, llegar a morir?
Vicente Verdú, Vivir perdiendo el tiempo, El Boomeran(g), 20/09/2012
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