Ciència i frau.


No le faltaba razón a don José Echegaray de que el método científico "es el sentido común trabajando a alta tensión", pero le faltó añadir, quizá, que ese trabajo en tensión tenía que realizarse siguiendo un procedimiento bastante protocolizado, en cuya ausencia, suele ocurrir lo que denunciaba otro ilustre contemporáneo suyo, sir Arthur Conan Doyle: "Es un error capital teorizar antes de tener los datos. Insensiblemente uno empieza a retorcer los hechos, para hacerlos coincidir con las teorías, en lugar de que las teorías casen con los datos".

El caso es que para descubrir algún fenómeno que la naturaleza no nos haya revelado todavía, salvo algunas infrecuentes epifanías sorpresivas y gratuitas, hay que seguir un camino bastante laborioso. El libro del Eclesiastés, que es libro muy inspirado, ya lo dice y además, con rotundidad: qui addit scientiam addit et laborem, "el que añade conocimiento, añade también esfuerzo".

Ese laborioso camino, que es conocido con la palabra griega "método", no se ha abierto recientemente, ni de una vez por todas, sino que se ha ido haciendo paso a paso, siglo a siglo y está continuamente en revisión y mejora. Consiste éste, por decirlo de manera muy simplificada, en la sucesión de tres estadios principales: recogida de datos, formulación de hipótesis y su comprobación empírica. Su aplicación ha sido fundamental para alcanzar el nivel de conocimiento actual a través de la ciencia.

La ciencia ha avanzado fundamentalmente a través de grandes descubrimientos, aquellos que son capaces de romper con la corriente mayoritaria y luchan por crear un nuevo paradigma. Suele ser éste un empeño duro, como bien sabía Max Planck, por experiencia propia: "Una innovación científica importante, raramente se abre camino ganándose gradualmente y convirtiendo a sus oponentes... Lo que ocurre es que sus oponentes se van muriendo, y la siguiente generación está familiarizada con las nuevas ideas desde el principio".

Sin embargo, solo aquellos descubrimientos que son fruto del método científico y que son reproducibles por la comunidad científica, terminan incorporándose al acervo del conocimiento. Ocasionalmente, si embargo, algunos de ellos no comparten el filantrópico anhelo por el conocimiento adquirido con honradez y rigor y, por lo tanto, también han existido entre los científicos algunos falsarios, no pocos defensores de ortodoxias insostenibles y bastantes pequeños dictadores.

En 1989 dos químicos de la universidad de Utah, de nombre Stanley Pons y Martin Fleischmann, publicaron un artículo en Nature en el que relataban que habían sido capaces de conseguir una fusión de átomos de deuterio y helio, en condiciones normales de temperatura, y que esta fusión podía generar mucha energía y, además, de manera muy barata.

Inmediatamente ellos mismos convocaron una rueda de prensa, en la que dieron a conocer su hallazgo, que lanzaron a los cuatro vientos despertando enormes expectativas en todo el mundo. Apenas unos días después del anuncio, centenares de colegas suyos intentaron sin éxito replicar los experimentos. A medida que iba creciendo el escepticismo entre los científicos, crecía también el entusiasmo de los crédulos, que acusaban de celos profesionales, envidia y falta de patriotismo a los escépticos y prudentes colegas.

Así las cosas, el Departamento de Energía de Estados Unidos nombró una comisión de expertos que, tras un trabajo serio y riguroso, descartó la supuesta aportación de aquellos dos profesores que ha sido pasto del olvido.

En 2004 y 2005 un veterinario surcoreano, el profesor Hwang Woo-suk, de la universidad de Seúl, publicó en Science unos artículos que describían el proceso de clonación en humanos, lo que despertó admiración, a la vez que una alarma universal.

Como sucede ante los grandes hallazgos, colegas de varios países incapaces de reproducir los resultados, empezaron a descubrir que una parte considerable de los datos que presentaba en sus artículos habían sido generados de manera poco ortodoxa y consecuentemente el falsario profesor fue expulsado de su cátedra y fueron retiradas aquellas de sus publicaciones que utilizaban datos no reproducibles.

En 2006 un equipo de arqueólogos dirigido por Eliseo Gil anunció a la prensa que había descubierto en el yacimiento de Iruña-Veleia, en los alrededores de la ciudad de Vitoria, unos sorprendes óstraca (trozos de cerámica con inscripciones) datables entre los siglos III y VI, en los que aparecían representaciones del Calvario, con las tres cruces y la leyenda RIP sobre una de ellas, frases latinas y, sobre todo, palabras en eusquera.

Lo de RIP (requiescat in pace) chocaba un poco, porque no parece adecuado desearle a Jesús que descanse en paz, ya que tenía pensado resucitar al tercer día. A lo mejor el escriba habría querido poner INRI pero ya se sabe: con las prisas que se tienen al escribir sobre trozos de cerámica, se había confundido. Las frases latinas tenían signos de puntuación y ponían letras mayúsculas al comienzo, lo que también hizo fruncir el entrecejo a los expertos y, finalmente, el plato principal, que eran las palabras en eusquera, que habrían retrotraído varios siglos la primera documentación escrita de esta legua, resultaban asimismo sospechosamente modernas.

Los colegas que empezaron a expresar sus dudas sobre el hallazgo, fueron atacados por cierta prensa, que los consideraba abyectos españolistas, porque dudaban de la autenticidad de términos "inequívocamente" eusquéricos. La Diputación Foral de Álava, financiadora de las excavaciones, nombró una comisión de especialistas que acabaría descartando la veracidad de los hallazgos, y presentó incluso una querella penal contra los responsables del fraude.

Finalmente, queremos mencionar el caso de otro científico, malo en todos los sentidos de la palabra: Trófim Denísovich Lysenko. Lysenko era un ignorante y un farsante pero, a cambio, tenía una enorme capacidad de persuasión y de seducción. Destacó en la "ciencia agrícola" que trataba de mejorar la producción de alimentos de la Unión Soviética con postulados contrarios a la "pseudociencia burguesa" de la genética.
Sedujo a Stalin y se convirtió en un sabio oficial, presidente de la Academia de Ciencias Agrícolas, desde donde expulsó y ordenó encarcelar a los colegas que discrepaban de sus postulados. Uno de ellos, un eminente botánico y genetista llamado Nikolái Ivánovich Vavílov moriría en la cárcel de la NKVD.

Cuando murió Stalin y Nikita Kruchev comenzó la desestalinización, un ilustre miembro de la Academia de ciencias, físico nuclear y posteriormente premio Nobel de la paz, de nombre Andrei Sajarov, dijo de Lysenko: "Él es el responsable del vergonzoso atraso de la biología y genética soviéticas en particular, por la difusión de visiones pseudocientíficas, por el aventurerismo, por la degradación el aprendizaje y por la difamación, despido y aun la muerte de muchos científicos genuinos".

Lo malo de los fraudes en la producción del conocimiento es que traicionan la esencia misma de la investigación científica; lo bueno es que duran muy poco, porque se detectan enseguida y suelen tener fatales consecuencias para quien los promueve. Ello se debe a una costumbre muy asentada en el quehacer de los científicos y que ha llegado a convertirse en uno de lo rasgos más característicos del "ethos" de esta profesión: el "peer review" o evaluación por pares.

De acuerdo con este bien establecido mecanismo, todo aquello que un investigador descubre, lo tiene que publicar en una revista científica y para que así sea, tiene que pasar un examen previo de expertos ("referees") que piden aclaraciones o matizaciones, sugieren cambios y proponen la publicación del trabajo en cuestión, o su rechazo.

El trabajo tiene escaso valor si ha sido hecho público en una revista no científica, aunque estos periódicos y revistas alaben al investigador de turno y descalifiquen a sus críticos como burgueses, judíos, españolistas o, simplemente mediocres y envidiosos.

El "peer review system" y la reproducibililidad de los resultados también tiene fallos, pero es lo que tenemos de momento como única garantía frente a los errores, los farsantes, los frívolos o los simplemente poco competentes. Es importante, pues, dudar de aquellos descubrimientos que solo se dan a conocer en los medios no profesionales. El "peer review" y la necesidad de reproducir los resultados, entre otros mecanismos de cautela, es lo que ha hecho posible también, por poner un ejemplo reciente, que se desmontase en tan poco tiempo la falsa conclusión de los neutrinos supuestamente supralumínicos.

Carlos Martínez A. y Javier López Facal, No siepre sabios y rigurosos, El Huffington Post, 20/09/2012

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