Història de les reivindicacions feministes.
No nació ayer, ni en el 49 ni en el 68. El feminismo tiene tanta edad como en
su día la de las mujeres que experimentaron sus opresiones y encontraron alguna
fórmula, teórica y/o práctica, para darles forma. Y la de algunos hombres que
fueron sensibles para los problemas de las féminas. Pues bien: en la órbita del
pensamiento de Descartes encontramos a François Poullain de la Barre, quien en
1793 publicó Sobre la igualdad de ambos sexos. Discurso físico y
moral donde se ve la importancia de deshacerse de los prejuicios. Para
demostrar que la desigualdad entre los sexos no tiene fundamento racional,
nuestro clérigo calvinista no hace sino trasladar al ámbito de las costumbres la
crítica al prejuicio que Descartes había implantado en la metodología de las
ciencias. Y de ahí se deriva que no hay razón para que las mujeres no puedan
acceder a la magistratura, al mariscalato, al sacerdocio, pues el bon
sens, la capacidad autónoma de juzgar, es un don poseído por todos y todas,
un universal.
En Emilio o de la educación (1762) de Jean-Jacques Rousseau, en el
libro V dedicado a Sofía, que programa la deseable educación de las féminas,
punto por punto toma la obra de De la Barre a que nos hemos referido como su
referente polémico. La mujer, dictamina, debe ser educada en función del hombre,
que es el espécimen humano sustantivo. El sujeto de la voluntad general: el
ciudadano. Ella, Sofía, no es ciudadana: no forma parte de la voluntad general
que es la médula de la ciudadanía, la expresión de los intereses racionales y
universales. Orientada a lo privado, a los sentimientos, su cometido debe ser el
inculcar en su familia los valores cívicos, el formar buenos ciudadanos. Por su
mediación, "la pequeña patria", la familia "se une a la grande".
En la Revolución Francesa la lucha de los sexos en relación con el tema de la
ciudadanía deja sentir ecos rousseaunianos, sobre todo entre los jacobinos. La
ciudadanía es una abstracción polémica en el sentido de que deja aparte, como no
pertinentes a efectos de adquirir la condición de ciudadano, las determinaciones
adscriptivas relacionadas con el nacimiento o el status: clerecía, aristocracia…
Solamente tiene en cuenta el mérito de los individuos. Y, a efectos de lo que
aquí se trata, se plantea la siguiente cuestión: nacer varón o nacer mujer son
determinaciones adscriptivas que no dependen del mérito de los individuos; así,
por la misma razón por la que se hace abstracción de estas determinaciones para
acceder a la condición de ciudadano, si se ha de ser coherente, ha de mantenerse
la misma abstracción de las determinaciones de este carácter cuando se trata de
los sexos. Pues nacer varón o mujer no depende de mérito alguno del individuo:
nos encontramos, pues, ante lo que venimos llamando una característica
adscriptiva. Y a título de tal no debe ser relevante para impedir a quien la
posee, varón o mujer, el acceso a la condición ciudadana.
Pero los jacobinos no lo veían así. La distinción entre los aristócratas y el
Estado Llano era, ciertamente, una distinción artificial, no querida por "la
naturaleza", paradigma normativo por excelencia de los ilustrados. Pero la
diferencia sexual tenía otro carácter: era una distinción ineludiblemente
natural. Así, la polémica venía a centrarse en si la diferencia de los sexos era
un producto de la naturaleza o una construcción social artificial, producto de
una educación diferenciada por géneros.
Y
así queda planteada la polémica cuando tiene lugar la recepción de la Revolución
Francesa en Inglaterra, por parte del círculo de los radicales. A este círculo
pertenece Mary Wollstonecraft, la autora de la Vindicación de los
derechos de la mujer de 1792. Vindicación es un alegato contra las
propuestas rousseaunianas de educación de las mujeres a modo de animales
domésticos. Mary Wollstonecraft, la autora argumenta que ambos sexos pertenecen
a la misma especie y, dado que ésta se caracteriza por la posesión de la razón,
la mujer no puede ser excluida de la misma y hay que educarla en consonancia. Es
su Vindicación.
Las mujeres no consiguieron los derechos de ciudadanía en la Revolución
Francesa. Ni menos en el clima de fuerte represión que siguió a su recepción en
Gran Bretaña. Habrá que esperar la lucha por el sufragio a finales del siglo XIX
en los países anglosajones y liderazgos políticos e intelectuales como los de
John Stuart Mill y Harriet Taylor Mill. La moción pro sufragio femenino se
limitaba inicialmente a viudas y solteras, pero aún así no suscitó más que
carcajadas de la Cámara de los Comunes de la que John Stuart Mill era
diputado.
Las líderes sufragistas más sobresalientes fueron, en Estados Unidos,
Elizabeth Cady Stanton y Susan B. Anthony. Ellas oficiaron de promotoras de la
llamada "Declaración de Seneca Falls" (1848, fecha del Manifiesto Comunista) o
"Declaración de Sentimientos y Pareceres", inspirada en buena medida en la
Constitución Americana. La lucha sufragista fue más o menos dura en diversos
lugares y momentos: sintetizando apresuradamente, afirmaremos que las mujeres
accedieron al voto unos años después del final de la Segunda Guerra Mundial.
Celia Amorós, El acta de nacimiento del feminismo, Babelia. El País, 15/09/2012
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