La mort de l'Europa il.lustrada.
... si entre los griegos se generaliza el sentimiento de hallarse forzados desde el
exterior a la miseria, en Alemania o Dinamarca se explota políticamente el
sentimiento contrario de estar alimentando a desarrapados. Y a los diez años de
la desaparición del ultra-nacionalista holandés Pym Fortuyn, su ideario triunfa
más allá de su país, con el incremento exponencial de fantasmas xenófobos o el
retorno de prejuicios y clichés que van más allá de la polarización norte-sur,
como lo muestra el que un partido griego que pide la inmediata expulsión de los
extranjeros tenga significativo apoyo popular.
Y en ese centro geográfico y cultural que es Francia no es aventurado
presagiar la resurrección de vocablos que reducen por un momento la lengua de
cada uno a vehículo de expresión del temor fóbico respecto al otro. ¿Volveremos
al injurioso espingouins, con el que se designaba a los que la miseria
franquista de los planes de estabilización llevaba a buscar cobijo en Francia,
compartiendo humillado silencio con los bougnoules norteafricanos y los
ritals, italianos?
En sórdido contrapunto, los argumentos relativos a la necesidad de no
someterse a la política que representa la señora Merkel serían pronto adobados
con la tesis de que es necesario resistir a los boches. Pues si el
repudio del otro tiene a veces matriz en el sentimiento de la propia
superioridad en la jerarquía de valores dominantes, también viene generado por
el resentimiento, alimentándose tanto de las victorias como de las derrotas, y
hasta de una mezcla de ambas, en una síntesis letal de superioridad fingida y
rencor auténtico.
Muchos de los que denunciaban que tras los acuerdos políticos comunitarios se
escondieran los intereses de la economía de mercado, reconocían sin embargo que,
entre mil contradicciones, se estaba forjando un espacio en el que la
diferencia, liberada de la connotación de jerarquía, posibilitaba la emergencia
de una auténtica comunidad entre pueblos. Reconocerse en la alteridad
mediterránea dejaría quizás en Alemania de ser algo exclusivo de sus
intelectuales. Y siendo la recíproca cierta, tratados como el de Schengen que
posibilitaban tal cosa eran, pese a todo, una promesa de libertad.
Cuando para los españoles o los griegos Alemania vuelve a ser presentada como
una comunidad rica y extranjera, objeto de nuevo exilio al precio imprescindible
de aprender su lengua, no es ocioso recordar que cabe amar la lengua de Rilke,
Einstein o Kant más allá de que sea un vehículo para alcanzar un ganapán en
Alemania. Y junto a la lengua cabe amar una cultura hasta tal punto universal
que una meditación sobre el destino humano como el Réquiem alemán de
Brahms puede con justicia ser considerado ese “Réquiem humano” que el compositor
tenía en mente, y al que se refiere en una de sus cartas. Por desgracia un
réquiem diferente se escucha hoy en todo el continente.
“Se trata de saber si el hombre será o no un esclavo en la comunidad, si será
o no reducido al estado de eslabón de un engranaje”, se preguntaba el general de
Gaulle en el evocado discurso de Ludwisburg. La respuesta es hoy bien sabida.
Cuando un desembocado torrente financiero pisotea derechos elementales y
amedrenta a los Estados que osan garantizarlos, cuando Schengen es decapacitado
en lo esencial, cuando severos columnistas sostienen como evidencia trivial que
la amenaza para Francia es caer en el bloque del sur, y cuando la gestión del
resentimiento o el desprecio engrasa las contiendas electorales, cabe
efectivamente decir que un engranaje, generado por el ser humano pero ciego a
los intereses de la humanidad, encadena al hombre. La Europa del espíritu
ilustrado muere entonces por inanición y el perseverante rumor de la Europa de
los templos financieros es una suerte de música fúnebre.
Víctot Gómez Pin, Un réquiem europeo, El País, 22/07/2012
http://elpais.com/elpais/2012/05/24/opinion/1337848813_967115.html
http://elpais.com/elpais/2012/05/24/opinion/1337848813_967115.html
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