L'Estat de l'independentisme.

En el Primer Libro de Samuel se describe la fundación de un Estado. Tráiler. Los ancianos de Israel piden a Samuel un rey. Samuel les explica el funcionamiento de un Estado —8:11 a 8:18; una información tan cruda que, cuando se lee, muere un gatito—, sin conseguir que los ancianos cambien de idea —8:19 y 8:20—. Cataluña vive hoy esos versículos. Pero con variantes llamativas. Los ancianos reclaman Estado, pero sin Samuel que explique qué es un Estado. Ante esa duda, me permito apuntar lo que han dado de sí al respecto la derecha y las izquierdas locales, esos objetos que, antes de caer al mismo lado, caían hacia el lado al que se inclinaban.

Pi i Margall
La idea de un Estado catalán proviene de Pi i Margall. Socialista e introductor de Proudhon en la Península, defiende la libre federación de Estados soberanos, “la división del Estado en Estados, y estos en otras entidades a su vez divididas, de manera que el Estado pierda su fuerza”. Propone, vamos, el Estado propio, pero paliativo a la brutalidad del Estado. El canon Pi i Margall —Estado transformador, controlado y unido a la revolución política— tuvo fortuna. Las dos proclamaciones de una República Catalana —1931 y 1934— no se apartan, al menos, de la idea de federación y de revolución. Incluso contamina un tanto al independentismo de izquierdas nacido a partir de los setenta del siglo XX —cuando la izquierda pro Transición deja de emitir federalismo y transformación—, que aboga, otra vez, por la revolución política. Y por el federalismo, si bien fuera de España y dentro del trade-mark Països Catalans.

El único posicionamiento independentista de derechas —Estat Català— es de los años veinte y treinta del XX. Es netamente fascista, por lo que no aparece en el Trivial. Antes de eso, Torres i Bages pasa del tema, Prat de la Riba pide hegemonía política en el Estado y Cambó une los intereses de la derecha catalana a los de la derecha española, con apoyo suicida —para Cataluña, no para la derecha— a dos golpes de Estado. Para esa derecha, como para la española, las propuestas de las izquierdas son extranjerismos. Y el momento de mayor autogobierno en tres siglos —absolutas competencias en justicia, defensa, interior y exterior, sin Estado y bajo una construcción antiestatal: un Comité de Milícies Antifeixistes— lo cataloga de murciano (sic).

La ocurrencia de elidir federalismo y revolución-transformación para un Estado propio es de los noventa. Lo hace la ERC de Àngel Colom, que propone el Estado como, glups, beneficio económico colectivo. La derecha catalana se ha aproximado al concepto con celeridad a lo largo de su quema de etapas —en 35 años, el tema identitario, que no el social, ha sido la única etapa permitida—. En la actualidad no solo es el discurso gubernamental, sino que parece engullir a la izquierda nacional. Limpia una política y un periodismo sucios, que se comportan como las Pussy Riots catalanas —si bien de Pussy no se sabe, pero de Riot, nada—, pero en realidad evitan contrastarse. Evitan que Samuel hable. Que explique que el saqueo de Cataluña no es solo estatal, sino también autóctono, partidista y bancario. Que explique por qué el independentismo lo lidera una derecha que ha votado, con la española, 17 de las 18 leyes que rebajan derechos, democracia, bienestar y autogobierno.

Por tradición, es poco probable que la derecha local —y sus abducidos— proclame un Estado, teniéndolo ya. Pero en su probabilidad, cabe preguntarse por qué ese Estado sería el único que tuviera un IRPF efectivo, que garantizara el bienestar y la democracia, que no confundiera lo privado, lo público, las empresas reguladas y las agencias de ITV, el único que no se consagrara al cobro de la deuda, el único con soberanía. Sobran ancianos y falta un Samuel que explique si ese Estado sería España2.0. Que explique las ventajas, en fin, de construir un Estado para 400 familias. Si el independentismo tiene un Samuel, ya está tardando en explicar su proyecto.

Guillem Martínez, Samuel y los ancianos, El País, 07/09/2012

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