Bombers piròmans.






En los últimos meses andamos todos agitadísimos con una nueva versión del pato mecánico, en forma de una Inteligencia Artificial que ‘caga’ conversaciones y las hace pasar por pensamientos inteligentes. El sistema que permite funcionar el ChatGPT y las otras versiones generativas de Open AI es, desde luego, mucho más sofisticado que los resortes del ave mecánica pero, a la vista de la cantidad de personas que están comprando el argumento de que las máquinas han adquirido ‘consciencia’, se diría que la historia se repite.

No se puede negar que existe una amenaza real y que la velocidad a la que avanzan estos sistemas produce vértigo. Los gobiernos de todo el mundo hacen bien en abordar el asunto y estudiar cómo afrontar el peligro que puede tener la proliferación de estos sistemas generativos en la suplantación de personas, la alteración del funcionamiento de las instituciones, el uso de algoritmos sesgados y la utilización ilícita de datos personales y creaciones de terceros. Pero en medio de toda esta burbuja mediática conviene huir de quienes advierten, interesadamente, de que se avecina el fin de los tiempos.

En una charla reciente, por ejemplo, el popular escritor y gurú Yuval Noah Harari mezclaba algunas preocupaciones razonables con anuncios grandilocuentes como que “la IA ha hackeado el sistema operativo de la civilización humana” (en referencia al lenguaje) y que, si no lo frenamos a tiempo, nos espera el apocalipsis. Entre las advertencias que lanzan Harari y otros líderes de opinión está el convencimiento de que estas máquinas en apariencia pensantes “crearán mentiras persuasivas a un nivel nunca visto” y manipularán nuestros mercados y nuestro sistema político para poner en peligro a la democracia misma. 

La pregunta que cabe hacerse es dónde han estado estas voces críticas en los últimos quince años. Porque todas esas artimañas han sido puestas en práctica con insistencia e impunidad por seres humanos, en ocasiones por los mismos que financian estos proyectos y firman manifiestos para pedir que se frenen. Como muestra, entre los firmantes de la carta abierta para pedir una moratoria de la IA figuraba Harari junto a Elon Musk, promotor de la empresa Open AI y conocido defensor de la democracia y los lanzallamas.

El propio director de la empresa creadora del ChatGPT, Sam Altman, pedía esta semana al Congreso de Estados Unidos que regulara la inteligencia artificial que él mismo produce, en una especie de juego de trilero para que miremos al algoritmo intangible en vez de al ser humano que mueve los resortes. Demasiadas incongruencias como para no preguntarse si alguno de estos señores no traerá un cajón lleno de mierda de pato bajo el brazo. 

Antonio Martínez Ron, ChatGPT y la mierda de pato, eldiario.es 19/05/2023

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