El postureo moral tiene varios mecanismos:
- A ver quién la dice más gorda. Por ejemplo, alguien puede decir que un político debería disculparse por unas declaraciones. En ese momento llega un segundo y dice que no, que lo que debería hacer es dimitir. Y el tercero otro dice que eso le parece poco, que a la cárcel. Y el siguiente ya menciona la posibilidad de aplicar la pena de muerte.
- Señalar problemas donde nadie los ve, o donde nadie los veía. El tuitero en cuestión lo que hace es darse cuenta de algo en lo que nadie se había fijado hasta entonces porque él está especialmente preocupado con este tema. Mucho más que los demás, que son unos tibios. Por poner un ejemplo concreto, en 2014 Ana Morgade se sonó la nariz con una bandera de España en un sketch de televisión. No pasó nada. Cuatro años más tarde, Dani Mateo hizo lo mismo y acabó testificando ante un juez. ¿Había cambiado la percepción que teníamos de la bandera o estábamos jugando a ofendernos para que no se nos considerara menos patriotas?
- La indignación excesiva (o cualquier otro sentimiento exagerado). Ejemplo: cualquier demanda que hayan puesto los “Abogados Cristianos”.
El postureo es un problema porque no se puede mantener un debate público si gran parte de los participantes no quieren contribuir a la conversación, sino solo dejar muy claro que ellos son muy buenas personas. Al final, no hay conversación, sino solo opiniones sueltas dirigidas a que nuestros seguidores vean que somos de los buenos. Y como todo esto se hace con un tono de indignación exacerbado, llega un punto en el que no sabemos si los demás están realmente enfadados por algo o si ese tema no es tan importante como parece por sus reacciones.
Todo este proceso lleva a que las posturas se radicalicen, por temor a parecer unos blandos o a que alguien piense que estamos en el bando de los malos. Y esa es otra: la gente que tiene opiniones diferentes a la nuestra queda identificada con la maldad. No es que tengan otras ideas acerca de cómo solucionar los mismos problemas, sino que hablamos de personas demoníacas que disfrutan viendo sufrir a los demás.
Esto hace que el intercambio de opiniones con personas que piensan diferente (o que simplemente se han equivocado) se vea mediatizado (y caricaturizado) por otros miembros del grupo. Como escribe el profesor de la Universidad de Harvard Cass Susstein en su libro #Republic, las conversaciones profundas que cruzan barreras ideológicas son extremadamente escasas en redes sociales. Y esto está relacionado con otra característica del postureo: esta actitud no es exclusiva de derechas o de izquierdas, pero sí hay más tendencia en las personas situadas en los extremos.
Por supuesto, hemos de tener presente un clásico en cuestiones éticas: nos resulta muy fácil advertir el postureo en los demás, pero, en cambio, no caemos en la cuenta cuando lo hacemos nosotros. Vemos enseguida el exhibicionismo ajeno, pero nosotros solo ofrecemos nuestra acertadísima y mesuradísima opinión.
Es decir, hemos de evitar el error de acusar a los demás de postureo moral, lo que podría ser una forma de metapostureo ("¡el postureo moral es peor que el nazismo y que TV3 JUNTOS!"). Siempre será mejor, aunque más difícil, evitarlo nosotros mismos. Es decir, parar un momento y preguntarnos si estamos contribuyendo a un debate o si simplemente intentamos colgarnos una medallita.
Jaime Rubio Hancock, El postrero moral: qué es y cómo evitarlo, Filosofía inútil 03/05/2023
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