Relativisme i democràcia.





... la democracia tiene algo de falsaria. Al ser representativa, el pueblo cuenta con poco poder a la hora de la verdad y, como en tantas otras sociedades humanas, también en nuestras democracias el poder real lo atesoran élites que representan una parte muy reducida de la población total. Se trata de un dato objetivo, este último, que obedece el principio de Pareto, que describe el fenómeno estadístico según el cual en toda población que contribuye a un efecto común, es una proporción muy pequeña la que contribuye a la mayor parte de ese mismo efecto. Y, sin duda, la política y la economía ejercen efectos comunes, pero solo una población muy reducida contribuye a la mayor parte de ese efecto total. Pareto establece, por ejemplo, que el «80% de la riqueza del país estaba en manos del 20% de la población»; algo similar a lo que ocurre con el poder político.

Por otro lado, la democracia y el parlamentarismo se sustentan filosóficamente en principios relativistas. El parlamentarismo consiste en convencer a unos y otros de una verdad, de una estrategia a seguir. Por lo que sus procesos se sustentan en una duda radical con respecto a la verdad. La democracia no cree en valores ni verdades absolutas. Como dice Manuel Aragón en relación con el politólogo Carl Schmitt: «…si se cree en la existencia de lo absoluto –de lo absolutamente bueno, en primer término, ¿puede haber nada más absurdo que provocar una votación para que decida la mayoría sobre ese absoluto en que se cree? Frente a la autoridad de este sumo bien no puede haber más que la obediencia ciega y reverente para con aquel que, por poseerlo, lo conoce y lo quiere […] Pero, si se declara que la verdad y los valores absolutos son inaccesibles al conocimiento humano, ha de considerarse posible al menos no solo la propia opinión, sino también la ajena y aun contraria. Por eso, la concepción filosófica que presupone la democracia es el relativismo. La democracia concede igual estima a la voluntad política de cada uno, porque todas las opiniones y doctrinas políticas son iguales para ella, por lo cual les concede idéntica posibilidad de manifestarse y de conquistar las inteligencias y voluntades humanas…»

De este modo, la filosofía parcial o totalmente relativista que domina el pensamiento moderno y contemporáneo sirve, también, de contrapartida intelectual a la realidad política estipulada por la democracia. Tanto la epistemología kantiana, por poner un ejemplo, como el parlamentarismo democrático niegan nuestra capacidad para acceder una verdad en sí o absoluta.

Iñaki Domínguez, El origen de la democracia, ethic.es 04/05/2023

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