Diferenciar l'ètica de la política.
Alex Honneth |
El problema de los políticos profesionales no debe plantearse en términos
morales o éticos sino en términos políticos. La profesionalización de la
política es una medida antidemocrática. Como ya vio hace décadas Cornelius
Castoriadis se crea así un poder burocrático jerárquico con una lógica y unos
intereses propios. Lo que se trata entonces es de que sean ciudadanos los que se
dediquen a la política en un tiempo limitado, con un sueldo digno pero sin
privilegios añadidos. Esta es una medida posible y necesaria. La misma palabra
corrupción me desagrada por sus connotaciones moralistas. Evidentemente la
política implica una decisión ética y un compromiso moral pero es en la propia
esfera de la política donde se deben tomar las medidas para que no tengamos que
fiarnos de la buena voluntad del que se dedica a la política. La transparencia y
el control ciudadano son las únicas garantías, que deben ser básicamente
políticas y no éticas o morales.
Hay un filósofo alemán contemporáneo, una de las grandes figuras dentro de la
filosofía práctica actual, que se llama Alex Honneth. Es uno de los teóricos de
esta transformación de la política en moral. Es un hombre inteligente que dice
cosas interesantes, pero se equivoca en su tesis fundamental, que es el paso de
la lucha política a la lucha moral. La argumentación que da Honneth es que los
proyectos políticos que luchan por la justicia social han fracasado ( él se
refiere básicamente a la socialdemocracia) y esto lleva a que la lucha por la
justicia moral se plantee hoy como una lucha por la dignidad. Pasamos, nos dice,
a la lucha por la redistribución a la lucha por la recognición. Es decir,
pasamos de la lucha por una redistribución de bienes más justa a la lucha por el
reconocimiento de la dignidad del otro. El reconocimiento es, para Honneth, un
concepto profundo que incluye otros como el del respeto y el de tolerancia.
Reconocimiento significa luchar contra cualquier forma de violencia, de
exclusión o de rechazo del otro. Es a partir del reconocimiento del otro, dice,
como podemos establecer unos principios normativos que sean justos para la
sociedad. Consecuencia del reconocimiento serían la igualdad jurídica y la
igualdad de oportunidades, que tendrían como consecuencia una redistribución más
justa de los bienes. Honneth defiende que tanto el movimiento obrero, como el de
las mujer o el de las razas discriminadas han luchado por su dignidad, por su
reconocimiento y no por sus intereses particulares.
Me parece que Honneth tiene razón en varias cosas. La primera es que
sintetiza muy bien lo que debe ser una moral universal: el principio de
reconocimiento ( o respeto como diría otro gran filósofo alemán, Ernst
Tugendath, el respeto). Este principio moral debe ser universal y estar por
encima de las opciones particulares, a nivel de creencias y valores. También
tiene razón cuando habla de que las luchas fundamentales por la dignidad son
luchas por la dignidad y el reconocimiento, no por intereses corporativos.
¿En que se equivoca ? Se equivoca en que estas luchas por la dignidad son
luchas políticas por la igualdad y no luchas morales. Se exige acceder a una
situación de igualdad con el Otro que te discrimina : esto es político. No es
una demanda moral hacia el Otro sino una exigencia política basada en la lucha.
Esto no quiere decir que sus efectos deban ser también morales y que los otros
deban cambiar de actitud. Pero la lucha como tal es política y sus efectos son
políticos. Esta es la gran lección de Jacques Rancière sobre la política y la
democracia : es la lucha por la igualdad. También se equivoca Honneth cuando
dice que el reconocimiento moral del otro conduce a la igualdad jurídica y la
igualdad de oportunidades y que todo ello provocará una redistribución material
más justa. La igualdad jurídica es una consecuencia de esta lucha política, no
moral, a la que me refería. La igualdad de oportunidades es resultado de otro
proceso, mucho más complejo, que pasa por las estructuras socioeconómicas. Que
también tiene que ver con la política y no con la moral. Incluso podemos afirmar
que la distribución justa de los bienes materiales no pasa solo por lo anterior
sino por una garantía de los servicios básicos para todo el mundo, al margen de
sus méritos. Esto nos lleva a los derechos humanos. Hay un pequeño pero gran
libro recientemente publicado, el Manifiesto de los Derechos Humanos, de Julie
Wark, que nos ilustra muy bien como el valor emancipador de esta declaración se
basa en su lectura política y no moral. Demos por tanto a la política su papel,
más necesario que nunca. Los proyectos emancipadores pueden haber fallado pero
hay que reconstruirlos en su dimensión colectiva y política. No hay otro camino.
Ni siquiera el de la moral.
Luis Roca Jusmet, Contra la deriva moralista de la política, Rebelión, 15/04/2012
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