Un liberalisme sense liberals.
Su tesis es sencilla: el fin de la historia que pregonara Fukuyama es
muy verosímil, pero no proviene tanto del triunfo de la democracia liberal como
del auge del capitalismo autoritario. No es el fin de la historia lo
que debe preocuparnos, dice Krastev, sino el fin de Occidente como lo hemos
conocido, es decir, como la conjunción del libre mercado con la democracia
liberal y el Estado del Bienestar están en crisis.
El fin de la confrontación ideológica entre Occidente y la Unión Soviética ha
dado lugar a un capitalismo mucho menos preocupado por la desigualdad
dentro de sus fronteras. Aunque gracias a la globalización, las
sociedades han prosperado, no todos se han beneficiado por igual: como
resultado, la desigualdad social ha aumentado y la movilidad social se ha
reducido.
Krastev describe la emergencia de una elite global que como un
hovercraft sobrevuela las sociedades sin tocarlas: es una élite sin
fronteras, carente de ideología y desconectada emocionalmente de la ciudadanía.
El pacto social entre esa élite global y la ciudadanía se ha
quebrado, afirma Krastev, porque esas elites ya no dependen para su
supervivencia de los ciudadanos-soldado, de los ciudadanos-trabajadores
ni de los ciudadanos-consumidores. Tampoco, como vemos, rinden cuentas
a los ciudadanos-votantes. Las élites del nuevo capitalismo son móviles, y sus
activos también, no dependen de una democracia liberal para existir. Es lo que
Krastev muy agudamente denomina “la emancipación de las
elites”.
Las implicaciones internacionales de esta conjunción de
crisis y declive de las democracias liberales tradicionales (EEUU, Europa y
Japón) son interesantes. No estaríamos tanto ante la emergencia de un mundo
dominado por un conflicto ideológico de alta intensidad entre EEUU y China (lo
que sería una buena noticia), sino ante la consolidación de un orden
internacional liberal de carácter light, es decir, regido por
principios e instituciones liberales (al menos en el orden económico, es decir,
comercial y financiero), pero sin instituciones multilaterales de carácter
liberal. Dicho de otra manera, estaríamos ante un liberalismo económico global
donde los liberales son marginales o irrelevantes. Como demuestran las
dificultades, vistas esta misma semana, de EEUU a la hora de establecer una
alianza estratégica con Brasil, el hecho de ser una democracia liberal no
necesariamente predice la convergencia en política exterior con otras
democracias liberales.
Así pues, aunque nuestras democracias no estén amenazadas desde el exterior,
pues ni China ni Rusia ofrecen un modelo alternativo, sí que pueden
coexistir pacíficamente con el capitalismo autoritario emergente. De
forma más preocupante, lo grave sería que las democracias, en lugar de
atraer hacia sí a los capitalismo autoritarios emergentes, sean ellas las que
converjan con estos últimos en la medida que el éxito relativo de estos
y su fracaso económico les obligue a rebajar sus estándares de vida y degrade la
calidad de sus democracias.
Como conclusión, una pregunta provocadora: ¿y si el fin de la historia fuera
cierto pero no fueran las democracias las ganadoras, sino el capitalismo
autoritario? ¿Es el futuro el liberalismo sin
liberales?
José Ignacio Torreblanca, El triunfo del capitalismo autoritario sobre la democracia, Café Steiner, 11/04/2012
Comentaris