Què és la ironia?


Copio mi título de hoy del de una novela de Milan Kundera donde se cuenta la historia de un profesor universitario que, en la Checoslovaquia comunista de la posguerra, arruina su vida por hacer una broma. A las mentes totalitarias no les gustan las bromas. Y es natural. Toda broma auténtica presupone ironía, y toda ironía presupone que una cosa puede ser varias cosas a la vez. Cervantes, que inventó la ironía o al menos la convirtió en un ingrediente obligatorio de la novela, mostró que Sancho Panza es un tonto, pero también un sabio, y que don Quijote es ridículo, pero también heroico. Eso es la ironía: la revelación deslumbrante de que la realidad no es unívoca, de que una cosa puede ser una cosa y su opuesto, de que existen las verdades contradictorias, por usar la fórmula de Isaiah Berlin. Y eso es lo que no puede admitir el fanático: para él, las cosas sólo son lo que son y nada más; es decir: son sólo lo que él dice que son. De ahí que odie la ironía, el humor, las bromas (y, por cierto, las novelas, que proponen una visión ambigua, irónica y poliédrica de lo real). Y de ahí que la ironía y el humor suelan ser no sólo un síntoma de decencia individual sino también de salud colectiva. Sin ironía no hay tolerancia. Y sin tolerancia no hay civilización. Ni acaso humanidad: los seres humanos bromean; los animales no.

Por supuesto, los fanáticos no viven sólo en sociedades totalitarias; el totalitarismo es la institucionalización política del fanatismo, pero no tiene su exclusiva. De hecho, las sociedades democráticas están permanentemente asediadas por bárbaros totalitarios, igual que las personas civilizadas están permanentemente asediadas por intolerantes, o igual que dentro de toda persona civilizada vive siempre un intolerante tratando de tomar el poder. Por eso es normal ponerse un poco nervioso en esos momentos en que, incluso en esta Europa tan democrática y civilizada, los bromistas parecen vivir amenazados.

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