L'home viu, no és (Ortegay Gasset).
El Roto |
Pero la experiencia de la vida no se
compone sólo de las experiencias que yo personalmente he hecho, de mi pasado.
Va integrada también por el pasado de los antepasados que la sociedad en que
vivo me transmite. La sociedad consiste primariamente en un repertorio de usos
intelectuales, morales, políticos, técnicos, de juego y placer. Ahora bien:
para que una forma de vida — una opinión, una conducta— se convierta en uso, en
vigencia social, es preciso «que pase tiempo» y con ello que deje de ser una
forma espontánea de la vida personal. El uso tarda en formarse. Todo uso
es viejo. O, lo que es igual, la sociedad es, primariamente, pasado, y
relativamente al hombre, tardígrada. Por lo demás, la instauración de un nuevo
uso — de una nueva «opinión pública» o «creencia colectiva», de una nueva m
oral, de una nueva forma de gobierno— , la determinación de lo que la sociedad
en cada momento va a ser, depende de lo que ha sido, lo mismo que la
vida personal. En la crisis política actual, las sociedades de Occidente se
encuentran con que no pueden ser, sin más ni más, «liberales», «demócratas»,
«monárquicas», «feudales», ni… «faraónicas», precisamente porque ya lo han
sido, por sí o por saber cómo lo fueron otras. En la «opinión pública política»
actual, en ese uso hoy vigente, sigue actuando una porción enorme de pasado, y,
por tanto, es todo eso en la forma de haberlo sido.
Tome el lector, sencillamente, nota de
lo que le pasa cuando, ante los grandes problemas políticos actuales, quiere
adoptar una actitud. Primero se pone de pie en su mente una cierta figura de
posible gobernación; por ejemplo: el autoritarismo. Ve en él, con razón, el
medio de dominar algunas dificultades de la situación política. Mas si esa
solución es la primera o una de las primeras que se le han ocurrido, no es por
casualidad. Es tan obvia precisamente porque ya estaba ahí, porque el lector no
ha tenido que inventarla por sí. Y estaba ahí no sólo como proyecto, sino como
experiencia hecha. El lector sabe, por haber asistido a ello o por referencias,
que ha habido monarquías absolutas, cesarismo, dictaduras unipersonales o
colectivas. Y sabe también que todos esos autoritarismos, si bien resuelven
algunas dificultades, no resuelven todas; antes bien, traen consigo nuevas
dificultades. Esto hace que el lector rechace esa solución y ensaye mentalmente
otra en la cual se eviten los inconvenientes del autoritarismo. Pero con ésta
le acontece lo propio, y así sucesivamente hasta que agota todas las figuras de
gobernación que son obvias porque ya estaban ahí, porque ya sabía de ellas,
porque habían sido experimentadas. Al cabo de este movimiento intelectual al
través de las formas de gobierno, se encuentra con que sinceramente, con plena
convicción, sólo podría aceptar una… nueva, una que no fuese ninguna de las
sidas, que necesita inventarla, inventar un nuevo ser del Estado — aunque sea
solo un nuevo autoritarismo, un nuevo liberalismo— , o buscar en
su derredor alguien que la haya inventado o sea capaz de inventarla. He aquí,
pues, cómo en nuestra actitud política actual, en nuestro ser político, pervive
todo el pasado humano que nos es conocido. Ese pasado es pasado no porque pasó
a otros, sino porque forma parte de nuestro presente, de lo que somos en la
forma de haber sido; en suma: porque es nuestro pasado. La vida como
realidad es absoluta presencia: no puede decirse que hay algo si no es
presente, actual. Si, pues, hay pasado, lo habrá como presente y
actuando ahora en nosotros. Y, en efecto, si analizamos lo que ahora somos, si
miramos al trasluz la
consistencia de nuestro presente para descomponerlo en sus elementos como pueda
hacer el químico o el físico con un cuerpo, nos encontramos, sorprendidos, con
que nuestra vida, que es siempre ésta, la de este instante presente o
actual, se compone de lo que hemos sido personal y colectivamente. Si
hablamos de ser en el sentido tradicional, como ser ya lo que se
es, como ser fijo, estático, invariable y dado, tendremos que decir que lo
único que el hombre tiene de ser, de «naturaleza», es lo que ha sido. El pasado
es el m omento de identidad en el hombre, lo que tiene de cosa, lo inexorable y
fatal. Mas, por lo mismo, si el hombre no tiene más ser eleático que lo que ha
sido, quiere decirse que su auténtico ser, el que, en efecto, es — y no sólo
«ha sido»— , es distinto del pasado, consiste precisa y formalmente en «ser lo
que no se ha sido», en un ser no-eleático. Y como el término «ser» está
irresistiblemente ocupado por su significación estática tradicional, convendría
libertarse de él. El hombre no es, sino que «va siendo» esto y lo otro. Pero el
concepto «ir siendo» es absurdo: promete algo lógico y resulta, al cabo,
perfectamente irracional. Ese «ir siendo» es lo que, sin absurdo, llamamos
«vivir». No digamos, pues, que el hombre es, sino que vive.
(capítol 8).
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