Física i música (Antonio Vega).

'La gran ola de Kanagawa', de Katsushika Hokusai
La gran ola de Kanagawa’, de Katsushika Hokusai

– La física cambió mi vida. Comprendí que el camino más corto entre dos puntos no es la línea recta.

Antonio Vega estudiaba Ciencias Físicas, además de Arquitectura, cuando el éxito de Nacha Pop le sorprendió. El compositor de La chica de ayer, fallecido en 2009, fue seguramente el mejor letrista de su generación. Algunas de sus enigmáticas canciones, interpretadas desde la más melancólica de todas las voces, responden a esa curiosidad por mirar lo que solemos llamarrealidad desde otro lugar. Temas como Una décima de segundo, EP publicado en 1984, son buena muestra de ello:
“Y es que no hay nada mejor que imaginar,
la física es un placer.
Es que no hay nada mejor que formular,
escuchar y oír a la vez.
Mide el ángulo formado por ti y por mi,
es la solución a algo muy común aquí.”


Hemos venido esta mañana luminosa con Adolfo Martín al espigón de la Barceloneta. Antes de llegar a las rocas, como si fuese una premonición en forma de ecuación, encontramos un grafiti. Leemos H2O.
Foto: Albert Lladó 

Anatomía de una ola es el mejor disco de Vega. –le digo a mi amigo, que, aunque también es músico, está a punto de licenciarse en Física en la UB.

Ahora ya sabe para qué le he convocado. Le pido que le explique a alguien de Letras, como yo, cómo se forman las olas, y qué hay de eso en la canción que llevo impresa en mi bolsillo.

Antonio Vega publicó ese disco en 1998, cuando ya hacía años que había decidido continuar su trayectoria en solitario. En la canción homónima, que cierra el álbum, hay muchas metáforas que el cantautor madrileño utiliza y a las que la ciencia también acude. “Al abrigo de una piel curtida”, por ejemplo.

– Se refiere a la tensión superficial. Eso es la piel del agua. Todo lo que caiga encima, y que no supere su fuerza, no penetrará. –nos cuenta Martín.

La tensión superficial explica por qué algunos insectos son capaces de caminar por encima del agua sin sumergirse. Cuando el viento “aprieta”, genera la primera perturbación y deforma esa capa. Tal y como nos advierte el principio de Arquímedes, “un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo, recibe un empuje de abajo hacia arriba igual al peso del volumen del fluido que desaloja”. Aún no tenemos la ola, pero todo ha comenzado.

El agua, nos dice Martín, es una molécula dipolar. “Es como un bicho con cuatro patas”. En medio, tenemos el oxígeno, desde donde le salen los dos hidrógenos. Al otro lado, las otras dos patas: lo dos electrones. Eso también tiene que ver en cómo se forma una oscilación.

– Lo que quieren las moléculas es estar rodeadas de otras moléculas. Por eso la atracción entre las moléculas que están casi en la superficie, al no poder subir más, es más fuerte.

El agua quiere estar en equilibrio, a nivel plano. “El agua tiene masa, y tiene inercia”, nos explica. Por eso rebota para arriba y vuelve a bajar (Vega escribe: “Un inmenso océano que alguna vez lo maltratara, que nunca hundiera ni guiara”). Cuando se encuentra una molécula con otra, a través de los electrones y los hidrógenos (cargas positivas y negativas), se construye, así, un puente de hidrógeno gracias a la atracción electroestática.

– El agua va avanzando pero la tierra que hay debajo cada vez es menor, y la presión le obliga a elevarse. El agua ha de salir por algún sitio, no puede comprimirse.

Pero la costa no es un muro. Cuando rompe en la orilla, el agua combina su estado líquido con el gas del exterior.

– Por eso hay espuma.

Antonio Vega, entonces, reconoce: “En la cresta de qué ola dejé mi silla de montar”.






Las metáforas para narrar el fenómeno físico son esenciales para entender el mecanismo de la ola. Se forma el rizo y, finalmente, la ola regresa al mar gracias a la resaca. Puente, cresta, rizoy resaca…

La primera ola se extiende, pero vuelve a bajar. Cuando se encuentra con la segunda ola es cuando se forma ese remolino tan característico.

– Una está desplazada para arriba, y la otra está de vuelta.

Adolfo Martín nos recuerda que hay dos movimientos: el de la oscilación de la onda generada -que es circular- y el de su propagación, cuando se dota de dirección y velocidad.

El viento, como hemos visto, es quien ha provocado esa primera fricción, que luego desencadenará en un arrastre (lo que los físicos llaman, también metafóricamente, “arrugas”). La gravedad hará el resto.

Los parámetros utilizados son la amplitud, la altura y la longitud. Si a la parte más alta de la ola le llamamos cresta, a la más profunda (de nuevo, un símil) la denominamos valle.

Incluso podríamos hablar de diferentes tipos de olas. Las “libres” prácticamente no avanzan. Como un derviche, giran sobre sí mismas casi en el mismo sitio. Las olas “de traslación” son las que acabarán estrelladas contra el litoral. Es lo que Antonio Vega traduce, en Anatomía de una ola, como “Línea fronteriza entre dos escenas”.

“Una misma ola rompe en dos orillas”, canta el madrileño. Y es que para el compositor, la observación de la naturaleza le sirve para profundizar en conceptos como ritmo, melodía ofrecuencia. En una entrevista, confesaba:

– La música es física pura, unas magnitudes hertzianas que se combinan en un tiempo subdividido. Podrías llegar a construir una determinada armonía con sólo números.

– El mar se mueve como una sábana. –concluye Adolfo Martín.

Mientras, en este espigón barcelonés, un grupo de jubilados mira fijamente el misterio de las olas. Las que aún quedan por llegar.

Foto: Albert Lladó
Foto: Albert Lladó
Albert Lladó, Anatomía de una ola, Revista de Letras 19/05/2016

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