Los hay -y no pocos- que siguen hablando y pensando en términos de Sujeto, Hombre, Historia, Progreso y similares. Se trata de categorías procedentes de un pasado discursivo en el que nos atribuíamos un protagonismo y un poder que han de jado de ser, definitivamente, el caso. Simplificando de manera abrupta el asunto, podría decirse que son hijas de la Modernidad (de la misma forma que algunos
ismos políticos, incluso se podría especificar que son hijos de la Revolución Francesa). Recurriendo a ellas nada queda explicado, ni se consigue dar cuenta de una realidad que se ha transformado de manera extraordinaria, pero, a pesar de ello siguen siendo utilizadas. ¿En qué es basa la pseudocomunicación que producen, la sensación de ser entendidos que tienen los usuarios de las mismas? Por utilizar la formulación de
Ulrich Beck, a su condición de
conceptos-zombie, de muertos vivientes, de conceptos que fueron útiles y tuvieron vitalidad en el pasado, pero que ahora solo perviven en nuestras mentes, sin ningún contacto con la realidad aunque absorviendo nuestra energía.
Si tales conceptos se limitaran a fingir que siguen vivos, a hacer como si todavía actuaran en la vida social y política, pero contentándose realmente con el papel ornamental de permanecer en el fondo, a modo de decorado categorial, su pervivencia residual en el imaginario colectivo no tendría la mayor importancia. El problema aparece cuando -y en la misma medida en que- pensamos y actuamos de acuerdo con ellos o, lo que viene a ser lo mismo, desde el momento en que aceptamos que sigan rigiendo nuestro pensamiento y nuesta acción. Porque en dichos casos, aunque tales artefactos incumplan la función gnoseológica e interpretativa para la que fueron diseñados, desarrollan el efecto, bien específico, de obturar la aparición de nuevos instrumentos teóricos, ellos sí eficaces para mediar en nuestro tráfico teórico y práctico con el mundo.
Manuel Cruz,
¿De verdad nos hemos quedado sin futuro?, Claves de razón práctica, nº 227, Marzo-Abril 2013
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