En un momento en que la estrategia política impuesta desde Europa es
asfixiante y discutida en todas partes, ¿no tendría sentido abrir un
poco las vías de comunicación con instituciones privadas, agentes y
movimientos sociales? La respuesta de la política es: que viene el lobo.
Que la gente se preocupe por los problemas de todos y preste atención a
los que se movilizan y hacen propuestas es, dicen, antipolítica, porque
la política somos nosotros. Este es el mensaje: fuera de la política
solo cabe el populismo o el caos. Populismo es hacer propuestas
imposibles de ser cumplidas. ¿No fue así como el PP ganó las últimas
elecciones? La crisis social se agudiza y el territorio acotado —que los
partidos controlan en régimen de oligopolio— se desmorona. Si los
partidos no quieren ahogarse en la charca del servilismo en que se han
metido, tienen que mirar de cara a la ciudadanía y ser sensibles a sus
ideas y a sus impulsos. ¿No sería el momento de convocar unos estados
generales para remontar la crisis social y explorar una alianza entre
política y ciudadanía? ¿O tenemos que dar por hecho que la política está
en frente de la ciudadanía y no con ella? Es muy importante que
políticos y movimientos sociales se hablen, para reconocerse y poner
todas las cartas sobre la mesa. Y, después, que cada palo aguante su
vela. La representación de la ciudadanía corresponde a los parlamentos y
son ellos los que tienen que tomar las decisiones legislativas. Pero,
precisamente para que el vínculo no se rompa y para que la política no
llegue siempre tarde, podría ser útil escuchar a los demás.
Especialmente cuando la ciudadanía se siente más representada por los
movimientos sociales que por los partidos políticos. Escuchar, dialogar y
decidir, cada cual en función de su papel. ¿No es esto la democracia?
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