El bé platònic.

Plató
En nuestra tradición cultural, asociamos el nombre de Platón con la defensa de un bien que es lo absolutamente bueno, la fuente de todo lo valioso y con respecto al cual cualquier cosa buena se dice tal por participación de ese origen. (…) En cualquier caso, uno de los principales intereses “teóricos” de Platón consiste en diferenciar el modo de ser de eso que él llama “el bien” (aunque también ousía, esencia, o incluso eîdos o idea) del de aquel otro tipo de cosas que pueden considerarse en algún  sentido “buenas”, pero que en ningún caso deben confundirse con el bien mismo. No cabe duda de que el hecho de que esporádicamente Platón denominase asimismo “el bien” como “lo divino”, unido a la retroyección hacia sus escritos de las teologías monoteístas en cuyo marco se leyeron durante siglos, ha propiciado que se entienda “el bien de Platón” (y, a la sazón, sus “esencias” y sus “ideas”) como una entidad y, en suma, una cosa, aunque se trate de una cosa muy especial y valiosísima (como el Dios de las religiones monoteístas, que no deja de ser una entidad muy especial y valiosísima), que era precisamente lo que Platón quería evitar. Pues el mentado esfuerzo de Platón por diferenciar “el bien” (y, a la sazón, las “esencias” y las “ideas”) no pertenece a la categoría de las “cosas” en absoluto, ya que las cosas propiamente dichas se sitúan, para Platón, del lado de lo que él designa como poiêsis (producción), es decir, se trata de algo que puede ser producido, mientras que el bien (así como las “esencias” o las “ideas”) no pertenece a tal género, sino a lo que Platón denomina khrêsis, uso o acción. El bien puede decirse de las cosas y hacerse con ellas –y el hacer el bien con las cosas no es nada más ni nada menos que remediar con ellas nuestras carencias-, pero no puede él mismo ser cosa alguna, ni siquiera especialísima o super-valiosa. El bien se hace patente en el “buen uso” de las cosas y, por tanto, es ante todo una categoría de la acción (práxis), no de la producción (poiêsis). (págs.. 95-96)

Vemos así en qué sentido cabe interpretar rectamente las “esencias” o las “ideas” de Platón: una cosa sólo es lo que es, solamente corresponde a su “esencia” cuando se usa bien (una flauta sólo es lo que es –o sea, flauta- cuando es tocada por un flautista experto, pues su “esencia” no consiste en una supercosa hiper-elevada o valiosísima de la cual las flautas de este mundo fuesen copias, sino simplemente en el ser tocada bien). El bien es lo que proporciona la regla recta de la acción, lo que confiere a las acciones rectitud, lo que las hace merecedoras de ser valoradas como buenas (sin esa regla, las cosas serían ilimitadamente elásticas, se las podría usar de cualquier modo y daría lo mismo, porque no serían esto ni aquello, y lo mismo sucedería con las palabras). Por esta razón, Platón (sirviéndose a menudo para ello de la figura de Sócrates) distingue con sumo cuidado entre la simple ignorancia, a la que no puede considerar realmente culpable, y la ignorancia de la ignorancia. La ignorancia (del bien, de la esencia de las cosas, de la regla de las acciones, del socorro de las deficiencias humanas, etc.) es la condición en la cual siempre nos encontramos los mortales al principio de nuestra existencia, rodeados de cosas producidas sobre cuyo mejor uso (o sea, sobre cuya esencia) hemos de decidir en nuestra acción, pues estamos forzados a actuar antes de conocer cuál es la regla recta que ha de seguir nuestra conducta. (pág. 96)

Obviamente, las acciones o los usos pondrán de manifiesto, más tarde o más temprano, su adecuación o inadecuación a la regla, su bondad o su falta de ella pero, si somos conscientes de nuestra ignorancia de tal regla, seremos también capaces, en alguna medida, de aprender la regla de uso o en la acción, pues “saber lo que es el bien” no es, para Platón, alcanzar algún conocimiento intelectual intuitivo o deductivo de alguna cosa (como podría suceder si el bien o las esencias fueran “cosas”), sino simplemente obrar bien. Sin embargo, si ignoramos nuestra propia ignorancia (si estamos convencidos de “saber” lo que en realidad ignoramos) no podremos aprender nada ni, en consecuencia, hacernos merecedores del calificativo de “buenos”, porque desconoceremos en absoluto toda rectitud o toda bondad (pues no cabe tener conocimiento del bien mas que in actu exercito, es decir, obrando bien). De ahí la identificación platónica de la maldad y la ignorancia, que no es, en absoluto y en contra de lo que suele decirse, un caso de “intelectualismo moral”: no está diciendo Platón que haya previamente que tener un conocimiento (teórico, intelectual, intuitivo o deductivo) del bien (como si el bien fuese una “cosa” susceptible de ser conocida como tal) para a continuación y como consecuencia de ello obrar virtuosamente, sino únicamente que tener conocimiento del bien y obrar virtuosamente son una sola y la misma cosa (¿de qué serviría un “conocimiento del bien” que no consistiera en actuar rectamente o que fuese compatible con la mala conducta?) (págs.. 96-97)


Y de ahí, igualmente, su implicación radical en la cuestión de la enseñanza. Quien ignora la esencia de las cosas (la regla de las acciones), y lo sabe, puede aprender algo de ella esforzándose en progresar desde la producción al uso; quien ignora su propia ignorancia de la esencia (porque ignora que las cosas tengan esencia alguna), por ejemplo porque está convencido de que la “regla” que rige el ser de las cosas es otra cosa entre las cosas y, por tanto, la busca allí donde no está y donde nunca podrá encontrarla, no será nunca capaz de aprender a intentar realizar ese progreso, porque pensará, como según Platón pensaban los sofistas, que todo –incluido el bien o la regla recta de la acción- se puede producir o fabricar. Este “error” (que no es tanto un error teórico como un error práctico), no obstante, no es patrimonio exclusivo de los sofistas sino que una vez más es la condición normal de los mortales al principio. Rodeados como estamos de “cosas” (productos), no tenemos más remedio que buscar la regla de la acción entre ellas, confundiéndola con una cosa más entre las cosas, y a lo sumo podemos pensar en ella como una cosa especialísima y super-elevada o como la suma de todas las cosas. Por ello, el alma máter de la enseñanza es para Platón la refutación (materia prima de la dialéctica o arte del diálogo), porque ella tiene como finalidad el hacer fracasar la investigación que busca la regla de la acción (el bien, la esencia o la idea) allí donde no está y donde nadie podrá encontrarla o, dicho de otra manera, el hacer al que busca la esencia consciente de su propia ignorancia de ella, conocedor del “error” que supone considerar la regla como una cosa entre las cosas buscándola del lado dela producción. (págs. 97-98)

José Luis Pardo, Eso no es música, Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores, Barna 2007

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