Els temps estan canviant.
El malhumorado Heidegger definió
alguna vez la historiografía como “la ciencia que explora y administra el
pasado a beneficio del presente”. Lo que este juicio tan severo quiere expresar
es, sin embargo, algo perfectamente coherente con la estampa moderna de la
historia: si el tiempo corre acumulativamente hacia el futuro, lo único que del
pasado puede contar a efectos de esta contabilidad es lo que de él queda efectivamente, es decir, los hechos. Y los hechos no son las
acciones, sino lo que resta de ellas una vez que han acabado sus consecuencias. (pág. 37)
Así, cuando Heidegger dice que la historiografía administra el pasado en
beneficio del presente quiere recordarnos que el historiador investiga el
pasado sabiendo ya cuál es el futuro de aquel pasado (a saber, el presente),
sabiendo ya cómo termina la historia (el fragmento de historia que investiga) y
que de ella no puede tomar en cuenta más que los hechos positivamente ocurridos, los resultados de las acciones, que
son, por otra parte, lo único que puede contabilizarse como saldo para entrar
en la suma cuyo producto final –cuya consecuencia última- será el presente. Y
si esta manera de hacer historia es la cabalmente moderna, ello sucede porque
mirar el pasado desde el punto de vista del presente (de sus consecuencias
presentes) forma ya parte de “la estampa moderna de la historia”, que consiste
igualmente en mirar el presente desde el punto de vista del futuro (el
historiador, por así decirlo, realiza esta operación sólo retrospectivamente).
(págs.37-38)
Vistas las cosas con ojos “antiguos”, diríamos que el encargado de
completar esta operación hacia el futuro –explorar y administrar el presente a
beneficio del futuro- ya no es el historiador sino el poeta (pues Aristóteles decía que, mientras que la
historia narra lo que ha ocurrido, la poesía cuenta lo que podría ocurrir), precisamente porque es él quien monopoliza la
facultad moderna por excelencia, la imaginación,
que anticipa el porvenir. (…) Lo que ocurre es que, en la modernidad, este
poder de previsión no es ya monopolio exclusivo de los poetas, sino que
concierne igualmente a los políticos y los economistas (es decir, a los
teóricos y a los prácticos de la acción humana). (pàg. 38)
La perspectiva económica domina la estampa moderna de la historia: el
“valor de cambio” es siempre valor de futuro, vale potencialmente, acredita ya en el presente el precio final de su
realización futura, puesto que es el futuro mismo lo que tiene valor. Por eso
sólo los hechos (no las acciones) del
pasado tienen valor, porque son los únicos que tienen consecuencias en el
presente, y por eso sólo lo que en el presente podemos considerar hechos (a la
luz de sus previsibles consecuencias futuras) reviste algún valor, que siempre
es valor de futuro. (pág. 39)
Así pues, esta “estampa moderna de la historia” es inseparable de la
impresión de que la historia (completa) ya está escrita, incluido su final, y
por eso cabe hacer previsiones, anticipaciones, avances o adelantamientos
(recuérdese aquello de “Fulanito se adelantó a su época”, que presupone en
todas sus interpretaciones que la época de la que Fulanito resultó ser heraldo
ya estaba prevista en el texto de la historia completa cuando Fulanito vivía en
una época anterior). (pág 39)
“Los tiempos están cambiando” no es, pues, el anuncio de un cambio de
tiempo, sino la consigna perenne de la filosofía moderna de la historia que,
precisamente porque la modernidad tiene la obligación de ser constantemente
moderna (es decir, reorientarse permanentemente hacia el futuro), no puede
dejar de invocar el cambio generacional como un aumento de valor (la generación
siguiente es, por definición, mejor que la anterior, porque se aproximará al
gran final un poca más que aquélla) (…) El gusto de la modernidad por las
“novedades”, el afán de noticias que alimenta la voracidad del periodismo, no
es sino ansiedad ante el futuro, angustioso escrutamiento de los signos del
destino que pueden descifrarse en el presente, y que son decisivos en el mismo
sentido en que lo son los análisis de mercado, que están constantemente
intentando prever las alzas y las bajas de todas las mercancías porque en esa
previsión se juega ni más ni menos que la ruina o la riqueza que definirá lo
que los hombres habrán llegado a ser cuando su acción termine y quede rigidificada
en el tiempo. (pág. 40)
“Los tiempos están cambiando” es el nombre del plebiscito con el que la modernidad renueva la confianza de sus
súbditos en el futuro. Pues hay que advertir que la historia, imaginada a la
manera moderna, no solamente se aparece como una máquina de producir hechos (consecuencias efectivas, valor de
futuro) sino también como un generador de
identidades: una vez que la acción ha quedado fijada como un hecho (y, por
tanto, una vez que ha quedado establecido su valor de futuro), éste se vuelve
sobre su agente al que acusa como culpable, designándole como el hombre que hizo esto o aquello. Y así
la historia es la colección positiva de los hechos, que son lo que de la acción
puede sumarse de cara al producto final y, por tanto, adquirir valor de futuro,
así también la identidad de cada individuo es la colección de hechos que pueden
serle asignados, la totalidad de sus “valores” (o disvalores), que él mismo
hereda cada día de su vida y que sus descendientes reciben como legado de haberes
o de deudas. (págs.. 40-41).
José Luis Pardo, Eso no es
música, Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores, Barna 2007
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